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El ministro científico; por Jorge de Esteban, catedrático de Derecho Constitucional

09/01/2020
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El día 9 de enero de 2020 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de Jorge de Esteban en el que autor analiza la trayectoria de Manuel Castells, quien se perfila como próximo ministro de Universidades.

EL MINISTRO CIENTÍFICO

Pedro Sánchez ya es legal y legítimamente presidente del Gobierno de España. ¿Por cuántos meses o por cuántos años? La respuesta es un misterio que forma parte del espectáculo de la política que, en este caso, supera a todos los gobiernos anteriores. Ahora bien, no voy a especular aquí sobre los diversos ministros que forman un Gobierno tutti fruti, dejando incluso de lado el jugoso análisis de mi viejo conocido Pablo Iglesias, a quien en el año 2000 le concedí una beca del Departamento de Derecho Constitucional para que ordenase y controlase los libros de la biblioteca, algunos de los cuales son una verdadera joya. Es de suponer que habrá diversos inocentes que pensarán que durante el año que duró la beca, Iglesias se bebió las obras de Aristóteles, John Locke, Hans Kelsen y de algún otro de los maestros de la ciencia política, y por eso ha llegado a donde ha llegado. Es más, la lectura atenta de estas obras nos garantiza que no harán nada, él y sus compañeros del Gobierno, que infrinjan cualquier norma del Estado de derecho.

Pero vayamos al objeto principal de este artículo, que no es otro sino el de explicar quién se perfila como nuevo ministro de Universidades, Manuel Castells. Aun siendo un independentista catalán de los pies a la cabeza, no nació en Cataluña, sino en Hellín, un pueblo de Albacete. Desconozco cuándo él y su familia se trasladaron a Barcelona, porque hizo el bachillerato en la ciudad condal. Allí comenzó la carrera de Derecho. Cuando estaba en el primer año sucedió -estábamos en pleno franquismo- un enorme jaleo a causa de la entrada de la policía en la Universidad. Castells era uno de los dirigentes estudiantiles que formaba parte del F.L.P., conocido como el Felipe, aunque como ocurre con frecuencia en Cataluña adoptó otro nombre: Front Obrer Català (FOC). Al igual que ocurría en el Felipe, el número de obreros era prácticamente inexistente, por ejemplo, citemos como operarios a Pascual Maragall, Isidre Molas, Juan Sardà, Miquel Roca Junyent y alguno más. En 1962 me trasladé a París para realizar el Doctorado en Derecho y en Ciencias Políticas en la Facultad de Derecho de la Sorbona y, al mismo tiempo, también realicé el III Ciclo en el Instituto de Estudios Políticos de la Rue Saint Guillaume. En consecuencia, por las mañanas acudía a la Facultad de Derecho y por las tardes a Scien-po. En aquella época, a mi llegada vi la importante reforma de la Constitución francesa de 1958 y a mi partida presencié la revolución de mayo de 1968, fecha en que pude leer mi tesis doctoral por milagro, pues el día que estaba citado por tercera vez para la lectura, cuando iba a entrar en la Facultad, un ordenanza me impidió el paso. Ante mi asombro, le pregunté: ¿Qué ocurre? El ordenanza, con la misma cara que si fuese el ejecutor de la guillotina, me respondió: “La Facultad está cerrada porque es la Revolución”. Si cuento esto ahora es para mostrar el ambiente que había aquellos años en la Universidad francesa, época en la que Manuel Castells llegó a París.

Un día de octubre de 1963 o 64, no recuerdo bien, estando en la biblioteca de la Facultad de Derecho, con alguno de los españoles que la frecuentaban y con los que estaba conversando, me dijo que me iba a presentar a un español de Barcelona, recién llegado huyendo del franquismo. En efecto, era un joven bajito, algo más joven que yo, llamado Manuel Castells. Hacía unos días que se había incorporado a la Facultad, después de una odisea de viaje para que no lo atrapase la policía. Era, a pesar de su juventud, uno de los dirigentes más activos de la oposición estudiantil en Barcelona, perteneciente al FOC. Y nos contó que tuvo que salir corriendo de su domicilio porque le perseguía la Brigada Social y, a efectos de que no le apresasen, tuvo el valor de caminar durante varios días, incluso atravesando a pie una parte de los Pirineos en una época del año en que las temperaturas no subían mucho más de cinco grados. Fuimos a tomar un café a uno de los bares cercanos y estuvimos hablando un par de horas. Me dijo Castells que su intención, mientras no pudiese volver a España, era matricularse en la Facultad de Derecho de París -entonces solo había una- y obtener el Título de Licenciado en Derecho, que duraba cuatro años, lo antes posible. Mi impresión fue que se trataba de una persona enormemente inteligente y muy echado para adelante.

A partir de ese día nos veíamos de vez en cuando en la Facultad o en la biblioteca, aunque nunca llegamos a hacer amistar porque es más bien seco de carácter. Pero el tiempo pasa rápido y, unos años después, alguien me dijo que Castells había realizado la licenciatura en dos años y que últimamente se estaba inclinando por la Sociología, colaborando con uno de los grandes maestros franceses: Alain Touraine. Fue aproximadamente en esa época cuando le nombraron profesor de Sociología a la edad de 24 años, lo que era realmente una excepción en el profesorado francés. Cuando sucedieron los acontecimientos de mayo de 1968, Castells era profesor en una de nuevas las universidades creadas en la periferia de París. Se afirma que sus clases fueron bastante influyentes en el alumnado activo y que entre sus alumnos estaba Cohn-Bendid, y que las autoridades francesas le impidieron seguir enseñando. Yo, como he dicho, leí a trancas y barrancas mi tesis doctoral. Retorné a Madrid porque iban a convocar las oposiciones a cátedra.

Es notable que en aquella época, cada uno por su lado, nos acabamos reuniendo e incluso haciendo amistad con personas que después tendrían un papel importante en la Transición. Con el riesgo de olvidar algunos de estos compañeros, puedo citar a los siguientes: José Luis Leal, que era compañero mío en la Facultad de Derecho de Madrid, que además habíamos hecho juntos la Milicia Naval Universitaria y que tuvo que exiliarse de España porque pertenecía al Felipe, lo cual no dejó de sorprender en una persona que había hecho los estudios de bachillerato con el que después sería Juan Carlos I. Juan Tomás de Salas, también compañero nuestro en la Facultad de Derecho y perteneciente al Felipe, a pesar de sus orígenes monárquicos, había tenido que refugiarse en la Embajada de Colombia porque le perseguía la policía. Allí trabajó de periodista y volvió a Europa coincidiendo con él una temporada en que trabajó en la prensa francesa. Después volvió a Madrid y fundó Cambio 16 y Diario 16. Joaquín Leguina, quien se dedicaba a la demografía y fue durante unos años presidente de la Comunidad de Madrid. Antonio López Pina, catedrático de Teoría Constitucional.

En todo caso, había también un pequeño pero activo núcleo de catalanes que desempeñarían puestos importantes al volver a España: el primero de todos fue Ernest Lluch, economista prestigioso, dirigente del PSC (PSOE en Cataluña), quien fue ministro de Sanidad y otros importante cargos, con el que yo hice una gran amistad. Su asesinato fue para mí muy doloroso. Jordi Solé Tura, colega mío porque preparaba también con Jiménez de Parga las oposiciones a cátedra, que obtendría después de sortear muchos obstáculos políticos y que acabaría siendo ministro de Cultura. Juan-Ramón Capella, catedrático de Filosofía del Derecho, autor de unas memorias en las que rememora esos años. Jordi Gracia, quien se dedicaba y sigue dedicándose a temas urbanísticos, y no recuerdo alguno más.

Cuando volví a Madrid ya quedaban pocos de los que he citado en París, pero Manuel Castells, que se había casado muy joven, fue contratado en una Universidad de California. Durante 25 años, aproximadamente, fue catedrático de la Universidad de Berkeley y después de superar una enfermedad, escribió especialmente tres tomos sobre La Era de la Información, que es una de las grandes aportaciones que un español haya hecho a la ciencia en general. No merece la pena realizar aquí un cómputo de sus libros, de los artículos, de sus enseñanzas en universidades de todo el mundo, de sus premios y galardones. Es, sin duda, una personalidad científica internacionalmente reconocida. Y si entra en la política activa es por la puerta grande como ministro de Universidades.

Pues bien, lo que me interesa ahora subrayar es algo que no comprendo en muchos casos, pero que se acentúa concretamente en éste. No logro comprender cómo una persona de una inteligencia excepcional pueda ser partidaria del nacionalismo. El nacionalismo es una ideología, por llamarla así, que no engrandece la naturaleza del hombre. Al revés, la empequeñece y la condena al paletismo, es decir, a un patriotismo que no defiende a su patria sino a los que piensan igual que él, todos con las orejeras puestas. Alguien dijo que el nacionalismo se cura viajando, pero no estoy seguro de que sea verdad, porque pocas personas en este mundo habrán viajado más que Castells y sigue pensando que Cataluña es una nación y, por tanto, que debería independizarse en el caso de que se realizase un referéndum en el que, según él, ganarían los independentistas. Claro que, hoy por hoy, no parece que se pueda hacer. Los problemas que se presentan entonces al profesor Castells son, por un lado, que si España está compuesta por varias naciones ¿de cuál de ellas será ministro de Universidades? Y, por otro, ha escrito hace poco que “el propósito de Pedro Sánchez es encontrar una salida a un laberinto español aún más complicado que el analizado por Brenan”. Pues adelante. Tal vez la mejor solución sea incluir en el Gobierno de España a varios independentistas, incluido el científico español y plurinacional más prestigioso que tenemos y que cuenta con su experiencia en los Pirineos. Sea lo que fuere, si el poder es como una lupa, que aumenta las cualidades de los mediocres, Manuel Castells no la necesita.

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