LA GRAMÁTICA SEXUADA
Se puede hacer política alzándose contra la gramática. No debe extrañar que la lucha por la igualdad de la mujer, en la que tanto queda por conseguir, haya alcanzado a las formas de hablar. Al servicio de aquella reivindicación se usan a veces, conscientemente, palabras o expresiones gramaticalmente incorrectas que no tienen otro fundamento que hacer “visible” (el gran concepto político del lenguaje inclusivo) a la mujer. Pero las mejores fuerzas de la rebelión, o las más aparatosas, se están dirigiendo contra el masculino no marcado, tradicional en nuestra lengua, que incluye los dos géneros: por ejemplo “todos”, “españoles” o “escritores”. La pretensión de abandonar esta norma en beneficio de parejas morfológicas solo diferenciadas por añadir al masculino la desinencia a ha provocado un sinfín de comentarios burlescos. No cabe duda de que el desdoblamiento masivo puede llevar a formas de expresarse ridículas, antieconómicas u horrendas ¿Cuántas obras literarias de mérito usan ese lenguaje atormentado y reiterativo?
Tengo por cierto que, en ocasiones, pueden encontrarse alternativas razonables para aliviar el excesivo dominio de las expresiones en masculino. Usarlas me parece una actitud acorde con el espíritu de nuestro tiempo. Pero no es plausible que las formas de hablar y escribir ordinarias abandonen la economía y belleza del español usual para entregarse a las letanías de masculinos y femeninos. ¿Hay alguien que las use en las comunicaciones privadas? Ni siquiera quienes defienden sin matices la política inclusiva de la lengua aspiran a implantarla en la literatura o a entronizarla canónicamente en cualquier conversación. Bien saben que no es posible. Su objetivo, no sé si consciente, es el habla oficial, la de los discursos coram populo, las leyes y las resoluciones de los organismos públicos.
Se comprende, por ello, que la vicepresidenta del Gobierno haya pedido a la RAE que informe sobre una posible revisión del lenguaje de la Constitución (redactada en “masculino”, ha dicho; tal vez sea así, pero nótese que las palabras principales de la Ley Fundamental pertenecen al género femenino: constitución, soberanía, unidad, autonomía, igualdad, libertad, propiedad, sociedad, solidaridad, nación, nacionalidad, justicia, ley, Cortes, Monarquía). Es una honrosa encomienda que, con toda seguridad, la corporación cumplirá lealmente proponiendo lo que más convenga a la lengua española.
He comprobado, para fijar mejor el problema, que dos tercios de los 169 artículos de la Constitución quedarían afectados si se desdoblaran los masculinos o se incorporasen redacciones acordes con las guías del lenguaje inclusivo. El cambio de una palabra en cualquier norma puede afectar a su sentido, de modo que no se trataría de una simple operación lingüística, sino de la reconstrucción jurídica de cada artículo retocado. Las Cortes tendrían que discutir los nuevos textos. Y el pueblo, finalmente, se pronunciaría en referéndum; sabríamos entonces si el nuevo lenguaje tiene apoyos mayoritarios. Si fuera así, a la reforma lingüística de la Constitución tendría que seguir la de muchas leyes principales. En definitiva, la operación conduciría a un nuevo periodo constituyente. Una consecuencia insólita de la subitánea reinvención de la gramática.