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Olegario González de Cardedal

De Ratzinger a Bergoglio o los vuelcos en la Iglesia

07/05/2014
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La historia de la iglesia católica en el último medio siglo ofrece aspectos sorprendentes. Llámeselos mutaciones, giros, cambios de curso o vuelcos; en cualquier caso incitan a preguntar si se trata de continuidad y de un real acrecentamiento, o por el contrario de real ruptura; más todavía, si ante tales variaciones no estaremos ante un hecho de fondo más grave: que el cristianismo sea un sincretismo en el que todo cabe, capaz por tanto de asumir e integrar aun lo más diverso y contradictorio. El inicio de esa historia de abertura a la conciencia histórica y de integración de las orientaciones que fueron surgiendo con posterioridad a la Ilustración, a los movimientos sociales del siglo XIX y a la guerra mundial, no tiene lugar por el impulso de un papa intelectual, jurista o habiendo sido anteriormente Secretario de Estado en el Vaticano sino de un hombre, con real formación teológica, pero de carácter sencillo, pastoral, y con un talante paternal, casi más propio de un párroco italiano que de una figura de repercusión mundial en su inicio (…)

Olegario Gonzalez de Cardedal es Teólogo y escritor. Académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

El artículo fue publicado en El Cronista n.º 43 (marzo 2014)

INTRODUCCIÓN: EL ÚLTIMO MEDIO SIGLO Y EL ÚLTIMO DECENIO DE LA IGLESIA

La historia de la iglesia católica en el último medio siglo ofrece aspectos sorprendentes. Llámeselos mutaciones, giros, cambios de curso o vuelcos; en cualquier caso incitan a preguntar si se trata de continuidad y de un real acrecentamiento, o por el contrario de real ruptura; más todavía, si ante tales variaciones no estaremos ante un hecho de fondo más grave: que el cristianismo sea un sincretismo en el que todo cabe, capaz por tanto de asumir e integrar aun lo más diverso y contradictorio.

El inicio de esa historia de abertura a la conciencia histórica y de integración de las orientaciones que fueron surgiendo con posterioridad a la Ilustración, a los movimientos sociales del siglo XIX y a la guerra mundial, no tiene lugar por el impulso de un papa intelectual, jurista o habiendo sido anteriormente Secretario de Estado en el Vaticano sino de un hombre, con real formación teológica, pero de carácter sencillo, pastoral, y con un talante paternal, casi más propio de un párroco italiano que de una figura de repercusión mundial en su inicio. Esa figura fue Juan XXIII y su gesta suprema la convocatoria en 1959 de un Concilio ecuménico en el Vaticano (1962-1965), hecho máximo de la Iglesia en el siglo XX, llevado a cabo bajo el impulso de Pablo VI, y siendo luego determinante de su evolución posterior.

Esa ruptura o abertura a nuevos horizontes, yendo más allá de Italia, comienza a la muerte de Pablo VI (1978) con la elección de su sucesor; yendo más allá del cerco inmediato de la historia pontificia de los últimos siglos y eligiendo un papa no italiano. El último no italiano había sido Adriano VI de Utrech (1522-1523), educador de Carlos V y presente en la política española. Anteriormente desde el Concilio de Constanza (1414-1418), todos habían sido italianos. El último no italiano, junto a otros dos pretendientes a la sede romana, había sido el español Pedro de Luna, fundador de la Universidad de Salamanca, con el nombre de Benedicto XII. La historia del pontificado fue siendo afectada por los percances de unos Estados Pontificios, y de un papa considerado como rey de este mundo a la vez que sucesor de San Pedro. Tal situación q solo finaliza con Pío XI en 1929 mediante los pactos de Letrán.

La elección de Karol Wojtyla el 16 de noviembre de 1978 es el inicio de una nueva fase en la historia de la iglesia. La elección de J. Ratzinger va más allá de la figura convencional del Papa en momentos anteriores, al elegir a un teólogo profesional, algo que no había sido frecuente después del medievo, ya que siempre se había elegido papa al cardenal de una sede importante, al general de una Orden religiosa o a un canonista. Esta voluntad de ir más allá en orden a una integración de toda la iglesia en la dirección de su vida se consuma en el más allá de Europa con la elección del cardenal de la diócesis quizá geográficamente más lejana de Roma: Bergoglio arzobispo de Buenos Aires.

I. DOS HECHOS DECISIVOS INMUTADORES DE UNA HISTORIA SECULAR

En los últimos diez años hemos sido testigos presenciales, en imagen y en sonido directo, de dos hechos trascendentales, en primer lugar para la historia de la iglesia y de manera indirecta para la propia historia de la humanidad, rompiendo una tradición, que parecía haber normativa y en cualquier caso era la costumbre de siglos: la renuncia a la sede pontificia y la elección de alguien localmente tan lejano y anteriormente ajeno al gobierno central de la iglesia.

1. La renuncia de Benedicto XVI

Respecto de esta nos preguntamos primero por el hecho mismo, luego por sus motivaciones y finalmente por su repercusión.

a) El hecho

El hecho visto en perspectiva de siglos es un novum. Se conoce la dimisión o desposición de once antipapas, por haber sido ilegítimamente elegidos y de otros diecisiete antipapas, (algunos de ellos son considerados legendarios) y otras fruto de situaciones violentas o políticamente provocadas. Dejamos de lado situaciones límite en la vida de la iglesia como fueron los momentos del cisma de Occidente en el que a veces había tres papas simultáneamente y como resultado de los acuerdos o decisiones uno o dos de ellos dimitieron. En la clara luz de la historia y tiempos de paz, bien es verdad que en una situación convulsa, solo tenemos un caso: el de Celestino V, elegido tras 26 meses de sede vacante y que solo rigió la iglesia del 5 de julio al 13 de diciembre de 1294 (1).

Su elección tuvo lugar en un contexto de luchas y partidos movidos por esperanzas utópicas de reforma de la iglesia y de sueños milenaristas, en medio de los cuales se eligió a un monje de vida eremítica en los Abruzos, sin apenas formación teológica, que no sabía latín (por primera vez se tiene que usar la lengua vulgar en la corte pontificia) y sin capacidad ninguna para el gobierno. La renuncia era inevitable. ¿Fue el suyo un gesto de humildad o de cobardía? Los años siguientes a esa renuncia fueron de luchas entre los grupos que consideraban inválida la renuncia y quienes considerándola no sólo válida sino necesaria apoyaron a su sucesor Bonifacio VIII. Dante, exponente de esa ilusión reformista y milenarista prolongadora de los sueños surgidos en torno a San Francisco de Asís y propalados por Joaquín de Fiore con los grupos franciscanos radicales, le sitúa dentro del infierno en el famoso verso:

“Poscia ch´io v´ebbi alcun ricognosciuto

Vidi e conobbi l´ombra di coluí

Che fece per viltà il gran rifiuto”(1).

La renuncia de Ratzinger, por el contrario, ha tenido lugar con la forma jurídicamente prevista en el Código de Derecho canónico(2), en situación de normalidad eclesial, como fruto de una decisión tomada con plena libertad y realizada mediante una expresión pública ante el colegio de Cardenales, con un texto pronunciado en latín, en el que se explicitan las razones de esa renuncia: la incapacidad física y espiritual de poder cumplir la misión que el ministerio petrino lleva consigo. Estas son sus palabras pronunciadas el lunes 11 de Febrero a las 11 de la mañana, casi literalmente tomadas del Decreto Christus Dominus Nº 21del Concilio Vaticano II sobre la renuncia de los obispos: “Tras examinar ante Dios reiteradamente mi conciencia he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. En el mundo de hoy, sujeto a rápidas trasformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el evangelio, es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Siendo bien consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma, sucesor de San Pedro”. Renuncia, por tanto, realizada con plena normalidad jurídica por un lado, con libertad personal del interesado por otro.

b) Las motivaciones

Las motivaciones son trasparentes: conciencia de responsabilidad ante el cargo, primacía del deber objetivo sobre la persona que lo ejerce y que se debe plegar a su servicio, edad y con ella la falta de vigor para responder a él, aceptación de los hechos y confianza en la ordenación jurídica de la iglesia que tiene prevista tal situación y anuncio del tiempo intermedio con el fin de preparar todo lo necesario para la elección del sucesor. Otras hipótesis propuestas para interpretar esta renuncia como las amenazas a su vida, el rechazo de la Curia o la incapacidad para resolver ciertos problemas, carecen de fundamento verificable, aunque ciertas dificultades en estos órdenes hayan colaborado de alguna manera a esa decisión final. La novedad del hecho y el recuerdo de los años finales de Juan Pablo II, quien había mostrado su voluntad de permanecer fiel a su misión en medio del dolor y de la enfermedad hasta el final, llevaron a ciertos grupos a manifestar un juicio negativo respecto de la renuncia, interpretándola como una cobardía. Estas personas y grupos formularon así su juicio: “A un papa, por ser vicario de Cristo, no le es legítimo bajarse de la cruz, ya que debe imitar a quien gusto el vinagre de la crucifixión hasta expirar en ella”. Se revivía ahora la doble lectura que se hizo del final de Juan Pablo II: ¿Fue el suyo un gesto heroico o fue más bien la mostración impudorosa ante el mundo de un anciano agonizante, que mantuvo a la iglesia en suspense, y dejó el gobierno de ésta en manos de una guardia pretoriana? Personalmente hubiera preferido otro final en el caso de Juan Pablo II. En cambio, el acto de Benedicto XVI lo interpreté con estas palabras, que puse como título de la página Tercera de ABC publicada al día siguiente: “Responsabilidad, humildad, grandeza”.

Benedicto XVI renuncia a un cargo al que nunca había aspirado, que solo había asumido por obediencia a la voluntad de Dios al reconocerla manifestada por la elección de los cardenales. Su vida fue una renuncia sucesiva a la propia voluntad, dejándose llevar por la de Dios, manifestada en el consejo, súplica o elección de otros. Rogado por Pablo VI renunció a ser profesor de la Universidad para ser arzobispo de Múnich; rogado por Juan Pablo II dejó el arzobispado de la capital bávara para ser prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe con acuerdo de poder volver pronto a Alemania, vuelta que se le hizo moralmente imposible tras el atentado del papa y su enfermedad. Elegido finalmente por los cardenales para ser obispo de Roma se le cerró toda ilusión de volver a ser profesor y de escribir lo que consideraba irrenunciable(3). Esto último se manifestó en el hecho de mantener este propósito escribiendo los tres volúmenes sobre Jesucristo y de cumplirlo aun siendo papa(4).

c) La repercusión

Más allá de la sorpresa y reacción inmediata queda la pregunta por la repercusión de largo alcance de esta renuncia. Siendo en principio solo un acto personal, que se respeta aun cuando quizá no se comparta, sin embargo este gesto, realizado en tales circunstancias, adquirió un valor moral constituyente que afecta a las personas más allá de ellas mismas, remitiéndolas a las exigencias objetivas del cargo. Equivalía a decir: en la iglesia prevalecen las realidades y responsabilidades objetivas sobre las exigencias o situaciones de las personas. El máximo poder moral se acredita en la máxima obediencia a sus exigencias internas. Queda, sin embargo, abierta la pregunta: ¿Cómo se acredita la mayor fidelidad al cargo: asumiendo sus exigencias hasta el final aun con la pasión y muerte por medio o confiando en la capacidad objetiva de la institución, más allá de los propios sujetos?.

2. La elección de Francisco

La renuncia de Benedicto XVI constituye el trasfondo inevitable del sentido tanto de la elección (miércoles 13 de marzo 2013) como de la forma de ejercicio del pontificado de Francisco. Nos preguntamos ahora igualmente por el hecho, las motivaciones y la repercusión.

a) El hecho

El hecho de la elección es manifiesto, pero desconocemos las cifras de las votaciones y la preparación correspondiente que llevaron a este resultado en tan corto tiempo. No sabemos a ciencia cierta si ya había sido candidato en la elección anterior, ni de donde procedió la aparición de su nombre, ni qué grupos fueron los decisivos por valoración de él o por exclusión de otros candidatos que fueron apareciendo en las fases previas al conclave. ¿Es verdad que en la elección anterior fue ya candidato y mostró su rechazo cuando le apareció inminente su elección? ¿Era él el hombre del otro cardenal jesuita Martini, arzobispo de Milán, que por razones de salud no podía aceptar y que le propuso a él? ¿Orientó Martini hacia Ratzinger cuando Bergoglio rechazó y por tanto quedaba en puerta para la siguiente elección, lo que explica la corta duración del conclave?.

b) Las motivaciones

Respecto de las motivaciones tanto de los electores como las de él al aceptar, no es fácil imaginarlas. En primer lugar las dos elecciones anteriores habían abierto el horizonte hacia toda la iglesia de forma que ya cualquier nombre, más allá de continente, cultura o lengua, era posible candidato. Sin duda pesaron la voluntad de salir de una Europa con tantos problemas y sobre todo con una especie de cansancio de la fe, de cierta pérdida de la confianza en sí misma, junto con la voluntad de ir desde el centro a la periferia, de las bellas pero estériles teorías ejercitadas en Occidente, a la experiencia de las iglesias jóvenes que han mostrado gran vitalidad en los últimos decenios; quizá también la mirada a una América hispano-lusa que tiene el mayor número de católicos del mundo; finalmente el protagonismo que Bergoglio tuvo en la última reunión del CELAM (Mayo 2007), reunido en Aparecida (Brasil), siendo el encargado de la redacción del texto final(5). El era un hombre que había vivido situaciones nuevas y arriesgadas tanto en la vida interna de la iglesia (su crítica situación dentro de la Compañía de Jesús teniendo la autoridad de provincial en ella primero, siendo marginado luego, y situándose él mismo a distancia de ella cuando fue obispo), como en la situación social de un continente convulso por las alteraciones políticas violentas, y no en último lugar su protagonismo en la experiencia nacional argentina.

c) La recepción

¿Cuál ha sido la recepción y repercusión de su elección? En primer lugar fue de sorpresa por su novedad, al no ser el tipo de candidato imaginado o esperado. Era alguien que venía, dijo el mismo, del fin del mundo. Esa percepción de que los lejanos, los marginados, los que no contaban en el centro del poder mundial, tanto político como religioso, llegaban al centro, se hacían presente en él y con ellos el reverso de la historia, lo no asumido ni aceptado hasta ahora: eso está, sin duda, debajo del entusiasmo casi universal con que ha sido recibido. Ha suscitado un gozo unánime, un entusiasmo concorde y una esperanza a primera vista excesiva, dado el desconocimiento de su personalidad, y motivada casi solo por mínimos gestos y pocas palabras. Todas las esperanzas e ilusiones parecen haberse concentrado en él, como si hubiera llegado el momento de realizar la reforma de la iglesia, el anuncio eficaz del evangelio, la renovación de los cristianos y el cambio en la orientación espiritual del mundo.

... (Resto del artículo) ...

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NOTAS:

(1). : “Después de haber conocido a algunos/ miré más fijamente y vi la sombra de aquel /que por cobardía hizo la gran renuncia”. Dante, Infierno III, 59-60. Una exposición históricamente rigurosa y teológicamente coherente, con bibliografía actual, en J.P.Goudot, Benoît XVI: quels models pour une rénonciation?, en Nouvelle Revue Théologique 136/1(2014)46-64. En España tenemos descrita con todo detalle la renuncia de un Papa que se hace ermitaño, expuesta y fundamentada no en un tratado canónico o teológico sino en una novela: el Libro de Evast y Blanquerna de Ramon Llul, redactado no antes de 1283 (Celestino V renuncia en 1294). Cf. R. Llull, Libre d´Evast e d´ Aloma e de Blanquerna en: Obres Essencials I (Barcelona 1957); Id., Obras Literarias (Madrid 1948)471-478: Capítulo 96: Blanquerna renunció al Pontificado. Capítulo 97: De cómo Blanquerna se despidió del Papa y de los Cardenales. Capítulo 98: De la vida que Blanquerna hacía en su ermita. Capítulo 99: De la manera que Blanquerna ermitaño compuso el ‘Libro del amigo y del Amado’. Cf S. García Palóu, El Beato Ramón Llull y la cuestión de la renunciabilidad de la sede romana, en Analecta Tarraconensia 17(1944)67-96. ¿Habrá leído y estará imitando Benedicto XVI a Blanquerna en su ermita y nos dará un libro de oración semejante al R. Llull?

(2). “Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie”. Código de Derecho Canónico de 1983. Canon 332, párrafo 2º. El mimo Código en su edición de 1917 también contaba con esta renuncia: “Si aconteciere que el Romano Pontífice renunciase, no es necesaria para la validez de su renuncia la aceptación de los cardenales o de otro alguno”. Canon 221.

(3). Cf J. Ratzinger, Mi vida. Recuerdos (1927-1977) (Madrid 1997).

(4). J. Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. I: Desde el bautismo a la Transfiguración (Roma 2007); II: Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Roma 2011): III: Prólogo: Los relatos de la infancia (Roma 2012).

(5). V Conferencia general del episcopado latinoamericano y del Caribe, Documento conclusivo: Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida “Yo soy el camino la verdad y la vida” (Jn 16,4), Aparecida 2007.

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