ALEMANIA: SABER LO QUE QUIERE
En lo que llevamos de crisis la eurozona ha salvado los muebles, pero ello no autoriza a sentirse seguros, ni a España ni a la misma Unión en su conjunto. Es de presumir que de no haberse evitado el rescate, nuestro país habría vivido un segundo 98, en palabras muy recientes de un Rodríguez Zapatero, que reivindica, ante todo, el haber sabido rectificar al borde del precipicio.
En cuatro años de titubeos y recelos mutuos, el eurogrupo ha evitado que los mercados mundiales retiraran la confianza a la moneda única de una Europa en recesión. No siendo un mal punto de partida, la preocupación prosigue ante los acuerdos de mínimos en torno a la unión bancaria.
El presidente Mariano Rajoy lo declaraba el pasado 8 de diciembre: lo importante es saber adónde se quiere ir, Alemania especialmente. El nuevo gobierno de Berlín ostenta ese peso de la púrpura que señalaba con acierto el representante español. Pero, transcurridos cuatro años entre recesión y crecimiento débil, Angela Merkel no puede seguir al timón de la Unión Europea como una dama de hierro por mucho tiempo más y necesita aliados, también fuera de Alemania. La utopía de la paz perpetua entre europeos por la que nacieron las Comunidades ha pasado a formar parte del paisaje y se da por descontada.
Cuando el populismo antieuropeo suena todavía en baja intensidad es hora de reparar en que nada está ganado para siempre y formular poco a poco un nuevo ideal que haga atractivo el proyecto de unidad.
Esta segunda etapa no puede estar marcada por el carácter elitista de la anterior. A diferencia de la postguerra, el rompecabezas no es ya transformar los Estados-nación en Estados miembros de una Unión, sino el de encajar ese poder europeo, legítimo, limitado y eficaz y hacerlo plenamente compatible con las democracias nacionales.
El método comunitario sigue siendo válido, pero es imprescindible poner esta vez el acento en la política y la democracia a escala europea.