EL REFERÉNDUM COMO RESPUESTA
Un primer ministro conservador se ha abierto dos frentes al mismo tiempo, Escocia y la Unión Europea y en ambos el referéndum parece ser la solución. En el fondo, David Cameron ha prometido la consulta europea por debilidad en el partido y minusvalora los efectos de la escocesa. Esta semana ha utilizado el ingenuo argumento de que lo mejor es dejar que la población decida, como si la democracia representativa que le ha llevado al poder no diese más de sí. Viniendo del país por excelencia del Parlamento soberano, esta propensión a la democracia directa llama la atención internacional.
La estructura constitucional británica se sostiene en un conjunto de naciones y se rige por una norma fundamental no escrita, de ahí la flexibilidad que se permite Cameron. Otra cosa es si no camina por el hilo de un alambre. Tiene a su favor que en Londres a nadie le quita el sueño el independentismo escocés, que anticipa su fracaso y aspira a aumentar el poder fiscal del reino del Norte.
A cambio, en los círculos londinenses circula con fuerza la idea de dotar de mayor autonomía a la gran metrópolis: tan solo un 7 por ciento de los impuestos recaudados en la capital revierten en ella. Al resto de los europeos, sin embargo, nos debería preocupar el experimento escocés, porque la propaganda nacionalista se caracteriza por no hilar muy fino. Todo referéndum tiene bastante de lotería, como la Unión Europea sabe bien por los precedentes en Francia y otros países.
La Unión Europea contiene en sus principios, valores y procedimientos un régimen anti-secesión, pero todavía no hay un precedente constructivo en el que se haya frenado la disgregación de un Estado miembro. Dentro de unos días en la reunión del G-8 en suelo británico, el presidente Obama podrá repetir aquello que ya le dijo en Washington: El punto básico, David, es si puedes arreglar lo que está roto en una relación muy importante, antes de romperla.