EL DÍA QUE BERLÍN VOLVIÓ A BRUSELAS
El método de toma de decisiones en la crisis del euro consiste en que no hay método. Todos hemos visto en el caótico rescate chipriota cómo Alemania, con titubeos, dicta la última palabra sobre la producción de la obra y alrededor de ella una pléyade de actores compiten entre sí por hacerse con un papel en la representación. El Consejo Europeo no sigue el día a día comunitario, ni tiene cuerpos técnicos a su servicio, pero a sus miembros, los jefes de gobierno y de Estado, les puede la ilusión de ser reyes por unas horas, a medias con Berlín.
Las decisiones de las muchas cumbres no se aplican bien o a tiempo ni forman parte de una estrategia clara, los problemas se atajan sobre la marcha... y vuelta a empezar. La legitimidad europea se resiente sobre todo por la forma en la que se adoptan decisiones de forma improvisada.
No es de lamentar que el vicepresidente económico de la Comisión, Olli Rehn, haya propuesto en vísperas del día de Europa que la institución que representa recupere un papel central en la aplicación de las políticas relacionadas con la moneda.
Pero lo importante del mensaje del finlandés es que Alemania podría estar de acuerdo en esta vuelta al buen sentido institucional. Para sacar a los alemanes de su nuevo muro de Berlín y devolverlos a Bruselas, en los próximos meses aguardan decisiones muy comprometidas sobre la unión bancaria. Voces alemanas ya declaran no sentirse alarmadas si el precio del regreso fuera que la Comisión Europea gestionara el nuevo sistema de resolución de crisis bancarias.
Incluso en 2014 se podría llegar a nombrar un presidente de la Comisión de esta nacionalidad, que se viera empujado por razón del cargo a gobernar la moneda común con visión de conjunto y a rendir cuentas a todos los europeos. El coste para la Unión Europea sería mucho menor que la actual deriva.
