ENTRANDO EN VÍA LENTA
Cada vez es más claro para cuantos desean una mayor integración que la parálisis del euro no va a traer la creación de mecanismos de solidaridad federales. A la salida del túnel, la Unión seguirá mostrándose como un híbrido entre organización internacional y países unidos. El Bundestag era consciente antes de la comparencia de Draghi de que para que la moneda común funcione hay que crear una garantía de liquidez para Estados y bancos. Pero una vez aceptada a regañadientes la mutación tácita del Banco Central Europeo y puesto en pie el fondo de rescate permanente, los dirigentes alemanes prefieren el minimalismo en las reformas europeas.
Y, como se ha visto con la revisión de los acuerdos sobre unión bancaria, desean hacerlas poco a poco. Esto se debe tanto a razones domésticas, democráticas y electorales como a su estrategia de mantener la presión sobre los Estados miembros en proceso de ajuste. Por eso, a pesar de las resistencias de Hollande, las reformas nacionales, con cada vez mayor supervisión europea, cobran cada vez más importancia: el empeño en cuadrar las cuentas debe ir acompañado de reformas estructurales profundas, que aporten flexibilidad y vuelvan atractivas las economías de los estados deudores. En la negociación en curso de los presupuestos europeos para 2014-2020 estamos viendo la misma reticencia de los pagadores. Queda muy atrás el tiempo de los Consejos Europeos, en el que las coaliciones negativas de menores contra el mayor servían para conseguir transferencias. La razón más poderosa por la que estos presupuestos pueden aprobarse pronto es evitar que sean prorrogados con un pequeño aumento del gasto. La crisis del euro ha forzado ligeramente el ritmo de la solidaridad europea. En este difícil contexto, que Alemania preste indirectamente dinero para comprar bonos españoles, una operación de conveniencia mutua, es también una prueba de amistad limitada y un gesto de confianza sólo temporal.