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Gaudeamus en el Supremo; por Javier Gómez de Liaño, abogado y juez en excedencia

25/09/2012
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El día 25 de septiembre de 2012, se ha publicado en el diario El Mundo, un artículo de Javier Gómez de Liaño, en el cual el autor opina que el hecho de que 24 horas antes del acto de Apertura de Tribunales y otras tantas después de que finalizase, las asociaciones judiciales y juntas de jueces de toda España firmaran un comunicado conjunto y adoptaran acuerdos para expresar su malestar con la actual situación, es prueba de que nuestra Justicia está enferma.

GAUDEAMUS EN EL SUPREMO

Señor Presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, con todos los respetos debidos me permito rogarle que, después del discurso pronunciado en el acto de Apertura del Año Judicial, sea sincero y nos cuente los males de nuestra Justicia. Es cierto que ocasión tan solemne siempre ha sido una especie de “alegrémonos, pues, mientras seamos jueces”, pero usted sabe que la gente prefiere oír la verdad por dura que sea. En la docena de folios de su alocución habla usted del CGPJ como “institución que representa el autogobierno del Poder Judicial”. También de la independencia judicial como “auténtica realidad” que ha de “quedar patente ante la sociedad en general, eliminada cualquier sospecha de intervención externa” y de “la confianza que todos los ciudadanos deben tener en (...) el Poder Judicial (...)”, como “última garantía de los derechos (...)”. Éstas son algunas de las reflexiones que nos brindó.

Y sin embargo...

NUNCA como ahora la justicia española -mejor dicho la Administración de Justicia- estuvo peor valorada ni fue mayor el descontento de la ciudanía. Más allá de la capacidad y profesionalidad de una gran mayoría de jueces, fiscales y resto de funcionarios, el dato del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas es elocuente: casi la mitad de los encuestados -el 48%- opina que la Justicia funciona mal o muy mal y el 30% responde que regular.

NUNCA como ahora estuvo el CGPJ tan alejado de los jueces y nadie puede extrañarse de que sus señorías digan de él que no les representa y, lo que es más dramático, como apuntaba el juez decano de Madrid, que no defienda la independencia judicial. Desde su constitución en 1980, el CGPJ no ha pasado de la más grotesca de las representaciones y sus vocales, salvo muy dignas excepciones, son marionetas movidas por los mandamases políticos de turno. Si el CGPJ aspira a ser más respetable de lo que es, quienes tienen la obligación de hacerlo han de empezar por que la dignidad de la institución reemplace al tiovivo de filias y fobias en el que gira.

NUNCA como hoy la Justicia fue entendida en clave tan ideológica, con olvido de que el Poder Judicial es un poder del Estado, no un poder de los partidos, gobiernen o no gobiernen. Si lo que se desea es una justicia auténticamente independiente, debería procurarse distanciarla de las siglas políticas y de sus sedes.

NUNCA como ahora las asociaciones judiciales se han apartado del papel constitucionalmente encomendado, para ser agrupaciones gremiales, cuyo objetivo es la obtención de cuotas de poder a cambio de la sumisión total al partido político del que son brazo ejecutor dentro del Poder Judicial.

NUNCA como ahora los jueces se dedicaron a polemizar sobre cuestiones políticas, dando pie a que el ciudadano confunda al juez o al fiscal vocero con un ministro o un líder de la oposición. Tan absurdo es que los políticos se constituyan en tribunales y se metan a juzgar, como que los jueces se congreguen en hermandades para hacer política.

NUNCA como ahora se ha desconfiado tanto de la independencia judicial. Según el estudio llevado a cabo por el Foro Económico Mundial a propósito de la independencia judicial en el mundo, de un total de 134 países, España ocupa el puesto 56.º, detrás de naciones como Egipto y Arabia Saudi y justo por delante de Nigeria.

NUNCA como ahora la independencia judicial ha sido tan cuestionada por los propios jueces, hasta el extremo de que, a menudo, hartos de la situación, publican manifiestos por la despolitización de la Justicia donde denuncian el desmesurado grado de intervencionismo político y la pérdida de independencia en que se encuentra el Poder Judicial.

NUNCA como ahora ser juez independiente ha sido sinónimo de juez sospechoso y considerado un peligro, que es como el Gobierno y los partidos los ven y se cuidan de que no ocupen puestos donde puedan resultar incómodos, para lo cual cuentan con el instrumento de un CGPJ dócil.

NUNCA como ahora los altos cargos judiciales se han nombrado con los mismos criterios políticos e idéntica discrecionalidad con que se nombran un secretario de Estado o un director general. Los nombramientos no reglados se hacen en una feria donde se reparte el botín en cuotas minuciosa y mezquinamente diseñadas.

NUNCA como ahora hubo tanto descaro en llamar juristas de prestigio a falsos genios con currículos vacíos de méritos estrictamente jurídicos, pero sí repletos de trabajos políticos. Frente a ellos, están los jueces trabajadores y magníficos conocedores del Derecho, cuyos nombres no salen del papel de oficio donde escriben sus sentencias y otras resoluciones.

NUNCA como ahora ha habido tanto desencanto, descontento y hasta indignación en los jueces. Los veteranos han perdido las ilusiones y los jóvenes ingresan en la carrera sin ellas. Difícilmente tendremos una justicia de calidad con unos jueces desmotivados, desengañados, con escasa vocación e impartiendo justicia como si de cumplir el expediente se tratara.

NUNCA como ahora la lentitud de la Justicia fue tan desesperante. La Justicia ha sido lenta toda la vida, pero jamás ha habido tanta pereza, monotonía y tedio. Una justicia que sabes cuando comienza pero que ignoras cuándo llegará. Hay muchos jueces y funcionarios judiciales que trabajan con aplicación y buen aprovechamiento, pero no son pocos los que dan escaso golpe y se limitan, con ánimo contemplativo, a ver pasar el tiempo. Montesquieu nos dejó dicho que “los litigios deben resolverse en plazos razonables, ya que de otro modo lo que es un pleito se convierte en un drama personal o tragedia familiar”. Siglos antes, Cicerón sentenció que una justicia tardía es la mayor de las injusticias.

NUNCA como ahora el CGPJ fue tan tolerante en la exigencia de responsabilidad disciplinaria por descaradas e injustificadas dilaciones imputables a jueces indolentes y perezosos que empañan la diligencia de compañeros celosos y trabajadores sin desmayo. Jueces holgazanes que jamás respetan un plazo de los establecidos en la ley para resolver, aunque, eso sí, implacables en exigir a los demás que los cumplan.

ÉSTA, creo yo, es la propia y punto menos que triste realidad de nuestra doliente Justicia. No la reflejada en la Memoria de actividades que el señor presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ cita al final de su intervención y recomienda estudiar “más que otro tipo de publicaciones generalmente parciales e interesadas”.

En El malestar de los jueces y el modelo judicial, libro del profesor Alejandro Nieto, una de las voces más sensatas, críticas y más silenciadas por la llamada Justicia oficial, su autor pregunta ¿qué queda del Poder Judicial y de la Administración de Justicia diseñado en la Constitución? Luego, a renglón seguido, responde que las cenizas de una ilusión, la fachada retórica de un edificio en ruinas y la burla de una exigencia ciudadana y de una promesa democrática.

Que 24 horas antes del acto de Apertura de Tribunales y otras tantas después de que finalizase, las asociaciones judiciales y juntas de jueces de toda España firmaran un comunicado conjunto y adoptaran acuerdos para expresar su malestar con la actual situación, es prueba de que nuestra Justicia está enferma. El diagnóstico de los jueces es alarmante. Ojalá me equivoque, pero, hoy por hoy, no veo a nadie dispuesto a coger el bisturí. Mi impresión es que no se desea atajar la enfermedad porque el tratamiento, aparte de doloroso, es de alto riesgo.

En el Talmud se lee: ¡Ay de la generación cuyos jueces han de ser juzgados! Esto lo saben bien sus señorías.

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