CUENTA ATRÁS
La política italiana puede determinar el futuro de la moneda única. Mario Monti ha sobrevivido a un voto de confianza en agosto, pero mantiene su promesa de retirarse tras las elecciones generales en primavera. Después, la mayor incertidumbre: un centro-izquierda poco reformista, admirador de Zapatero, o el regreso de Sivio Berlusconi, pero esta vez con guiños antieuro. Hasta entonces, Monti deberá seguir vendiendo país y aplicar una buena parte de su programa de recortes, que incluye la eliminación del veinte por ciento de puestos directivos en la función pública. Italia está en recesión y sus costes de financiación son altísimos, en clara zona de peligro. Su jefe de gobierno trabaja sin descanso en un nuevo esquema para permitir que, sin peticiones formales llenas de dramatismo, los fondos de rescate y el Banco Central Europeo puedan hacer intervenciones continuadas para recompensar a los miembros del euro que emprenden reformas, algo por lo que el ejecutivo español también apuesta. La partida del euro se decidirá por lo tanto en estos siete meses. Sin embargo, no basta con apoyar a Italia y a España desde Bruselas o Fráncfort. El reto sigue estando en rediseñar a fondo cuanto antes la arquitectura del euro y hacer realidad suficientes elementos de unión bancaria y unión fiscal. En Alemania, la canciller se enfrenta a fuertes resistencias al pacto europeo aprobado en junio para cambiar el papel del Banco Central Europeo, de modo que sea un supervisor bancario único. Muchos de sus partidarios temen que al final se encargue a esta institución garantizar la liquidez del sistema. Más preocupante aún, Merkel prefiere actuar con pequeños pasos y hojas de ruta que tardarán años en aplicarse. Apoya la convocatoria de una nueva Convención Europea para reformar los tratados europeos y controlar con detalle los presupuestos nacionales. Una idea necesaria, pero un método incompatible con la urgencia que se dibuja con el escenario post-Monti.