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La agonía del juez Garzón; por Araceli Manjón-Cabeza; profesora titular de Derecho Penal de la Universidad Complutense de Madrid, ex magistrada suplente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y ex directora general del Plan Nacional sobre Drogas

18/02/2010
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El día 17 de febrero de 2010 se publicó, en el diario El País, un artículo de Araceli Manjón-Cabeza en el cual la autora opina sobre los procesos abiertos contra el juez Garzón. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

LA AGONÍA DEL JUEZ GARZÓN

Nunca un ciudadano todavía no procesado o imputado formalmente por delito alguno estuvo más condenado que el juez Garzón.

Lo primero que salta a la vista es la coincidencia en poco tiempo de varios ataques contra este magistrado, en forma de querella admitida a trámite, querella a punto de ser admitida a trámite o querella preparada para ser interpuesta; como si cada una de ellas estuviese esperando al fracaso o al éxito de la anterior para activarse o no.

Segundo dato llamativo: son muchos los que, desde distintas instituciones, desde determinada profesión o desde ciertos colectivos, han respondido a lo que parece una convocatoria general para iniciar la batida del molesto sujeto. Y en esa concentración convergen personas que nada tienen en común, que son oponentes naturales y que, cuando esto termine -con gran probabilidad, porque finalmente se consiga perpetrar el plan-, actuarán contra sus antiguos compañeros de viaje. Aunque debe decirse también que algunos son entre ellos "más que un amigo". Salvados estos íntimos, aquí hay mucha alianza contra natura: activistas de la ultraderecha, abogados que nadan y guardan la ropa, políticos -y no políticos- desenmascarados por la Operación Gürtel, magistrados "progresistas" a los que ya no amparan ni los suyos, informadores muy bien informados, etcétera.

Sólo hay una explicación a tan extrañas cohabitaciones y no es que para todos ellos Garzón sea un indeseable juez estrella; no, no es eso, porque ese sentir ya anidaba en cada uno de ellos desde antiguo. La cacería ha sido posible porque se han unido todos y han actuado a la vez, encubriéndose y envalentonándose los unos a los otros.

Hay protagonistas de esta persecución que nunca se habrían movido en solitario; huele a locura, soberbia y venganza. También están los que consienten y no dan un puñetazo en la mesa para abortar este acoso, pudiendo hacerlo desde sus elevadas posiciones, a pesar de que les repugna. Y también están los que empezaron a empujar hacia el precipicio, "para darle un toque de atención", y ahora se dan cuenta de que se ha llegado muy lejos y de que hay que recular y dirigir la crítica contra otros, acaso a los que orquestan el linchamiento, pero ya es tarde.

Todos o algunos de estos protagonistas deberían verle las orejas al lobo. Se acaba de inaugurar un ejercicio de aniquilación sin precedentes, que lanza todo tipo de ataques de forma estudiadamente sincronizada, que prescinde de las reglas más básicas, que busca un objetivo predeterminado que puede alcanzarse por cualquiera de las vías, lo mismo da la Guerra Civil, que los coloquios patrocinados por el BSCH en Nueva York, que cualquier otra cosa que pueda llegar.

En resumen, tal como se escucha en comidas y reuniones: está muerto y si no es por una cosa será por otra, eso da igual, pero está muerto. Esta nueva forma de hacer que han parido tan extraños compañeros de viaje no morirá necesariamente con su víctima. Puede que una vez ensayado con éxito este proceder del todo vale / se ha abierto la veda, el mismo vuelva a activarse contra otro sujeto molesto, no descartándose que pueda alcanzar a alguno de sus primigenios urdidores y ejecutores.

El acoso y derribo a Garzón está consiguiendo que nuestra Administración de justicia, habitualmente lenta, nos esté ofreciendo un ritmo distinto: a veces lento, como a la espera de mejor motivo para acusar y prolongando la agonía, pero, a la vez, con una capacidad sorprendente de ir anunciando lo que está por caer; la justicia se está anticipando a sí misma, se está adivinando.

Esto es lo que se deriva del Auto de 3 de febrero de 2010 del magistrado Varela, que, debiendo sólo responder a la petición de sobreseimiento, va más allá, presentando un anticipo de sentencia condenatoria que, se anuncia, se activará en el mismo momento en el que la Sala ratifique la resolución. No es éste el proceder habitual de un instructor, o sea, decir tengo la munición cargada pero no disparo hasta que la Sala bendiga mi actitud y venga con ello a legitimarme y protegerme en los siguientes pasos. Hay que ser muy poco prudente para envidar de esta manera, salvo que se tenga la total seguridad de que tal bendición se va a producir.

Y todo esto ocurre sin existir una imputación formal y desoyendo al Ministerio Fiscal, al que le debe de doler la boca de pedir inútilmente que se acabe esta locura. Y no menos desesperante debe de ser el papel de otro fiscal, el que actúa en la causa abierta por el patrocinio del Banco Santander para unos cursos organizados por Garzón, en su calidad de docente, en Nueva York: sus escritos supuran desesperación por tener que repetir una y otra vez que esa causa ya ha sido archivada por el Tribunal Supremo y que nada hay de delictivo.

Para rapidez, la del Consejo General del Poder Judicial que, en contra del marco legal y de su propia práctica, ha decidido, en el seno de su Comisión Permanente, ir adelantando el trabajo y empezar a plantearse la suspensión del juez "para ganar tiempo".

La razón es clara. El Consejo no se arriesgaría a ir teniéndolo todo preparadito "para ganar tiempo" si pensase que cabía la posibilidad de sobreseimiento. Tanta anticipación sólo puede obedecer a que la suerte está echada. Y sorprende la "especial beligerancia" demostrada por una vocal "progresista" en ir adelantando la tarea, cuando lo correcto por su parte hubiese sido abstenerse de inducir tal decisión y de participar en asunto alguno que afecte a Garzón, dada la enemistad manifiesta que, se dice, le profesa.

No dedico ni el más mínimo esfuerzo a explicar que sostener una interpretación, aún minoritaria, opuesta a otra que pueda ser más fundada, no es prevaricación. No, no lo es. Prevaricar es tomar decisiones que chocan frontalmente contra la Ley y que son insostenibles. Las opiniones de juristas de prestigio nacional e internacional acordes con las resoluciones de Garzón impiden calificarlas de insostenibles y prevaricadoras. Y no entro, a pesar de mi oficio, en la perspectiva jurídica porque ha quedado en otra galaxia; si a los fiscales del Tribunal Supremo se los está desoyendo en sus razonadísimos y muy reiterados argumentos, nada puedo yo aportar.

Ejemplos de prevaricación hay, pero no están en los autos del juez Garzón. Esta cruzada es un error monumental y alguien debe tener la suficiente cordura para detenerla. Con toda seguridad, si no se hace, el precedente se estudiará entre los disparates judiciales, y, además se habrá llevado por delante a un buen juez.

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