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ENTREVISTA A D. SANTIAGO MUÑOZ MACHADO, CATEDRÁTICO DE DERECHO ADMINISTRATIVO DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

05/02/2007
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El día 4 de febrero de 2007, se publicó en el Diario ABC, una entrevista al profesor Santiago Muñoz Machado, Catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Complutense de Madrid. Transcribimos íntegramente dicha entrevista.

ENTREVISTA A D. SANTIAGO MUÑOZ MACHADO, CATEDRÁTICO DE DERECHO ADMINISTRATIVO DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

Santiago Muñoz Machado, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Complutense, trabajó desde la sala de máquinas del Palacio de la Moncloa con los equipos que hicieron posible la Transición. Es autor de más de treinta libros que abordan los problemas del derecho público, la Constitución, el Estado, la Comunidad Europea... “Derecho Público de las Comunidades Autónomas” es obra de referencia. Motivado por los procesos de reforma de los Estatutos publica “El problema de la vertebración del Estado en España (del siglo XVIII al siglo XXI)” (Iustel), donde advierte sobre los problemas de estabilidad y porvenir del Estado.

-El lendakari se baja de la nave a las puertas del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, mira a un lado, a otro, y profiere ante sus fieles: “!País de locos!”. ¿Está loco un país que somete a un presidente autonómico a la Justicia, o la ley está por encima de todos?

-Se ha montado un espectáculo desmesurado, y poco razonable. No pasa absolutamente nada porque un alto dignatario político declare ante la Justicia. Aun en el caso de que, como parece seguro, la declaración hubiera podido ser evitada ya que el Tribunal Supremo ha resuelto que no se puede criminalizar el ejercicio de la política. Pero mientras la cuestión se archiva, cosa que yo creo que ocurrirá enseguida, hubiera bastado con invocar la autoridad del Tribunal Supremo, sin necesidad de recurrir al alboroto. Por supuesto que la ley está por encima de todos. Y no se debe dar la impresión de que nadie pretende estar por encima de ella.

-¿Cómo interpreta la manifestación del nacionalismo vasco y acólitos en apoyo de Ibarretxe?

-Entiendo poco las actitudes dogmáticas. Y me resulta sorprendente el espectáculo de la militancia ciega. Pero ya estamos acostumbrados a ver, en los últimos lustros, que cualquier actuación en la que esté afectado un líder nacionalista se tiende a considerar como una agresión contra el pueblo, contra su orgullo y sentimiento nacional. Nada tiene que ver una cosa con otra, pero los delirios a que nos hemos acostumbrado así lo tienen establecido.

-El presidente Zapatero insiste en llevar adelante su “proceso”, y Batasuna lo confirma “con una interlocución importante” (sic) un mes después de que los terroristas asesinaran a dos ciudadanos. ¿Por qué se empecina Zapatero en dialogar con terroristas?

-Lo peor del presidente Zapatero ha sido la dramática ingenuidad con que parece haber afrontado la negociación. Lo demás, sus deseos de conseguir la paz en España buscando todas las vías posibles, me parece bastante más comprensible. Ningún Gobierno responsable rechazaría una oportunidad. Distinta es la cuestión del precio que haya que pagar... Sin duda hay precios impagables, si la integridad del Estado español se pone en cuestión, o si instituciones fundamentales para la vida del Estado, como la Justicia, se han de defraudar o malvender.

-¿”Quo Vadis”, España?, que diría Ortega. ¿Sigue siendo un problema en España el trágico veredicto denunciado por el pensador: “La esencia que preside las relaciones de la España actual es un acentuado particularismo”?

-El particularismo en Ortega no es sólo el de los nacionalismos periféricos -las “regiones ariscas” que él llamó-. El particularismo tiene que ver con la carencia de políticas capaces de contener proyectos ilusionantes para el conjunto de los ciudadanos. El pensamiento de Ortega sigue vivo: muchas corporaciones e instituciones decisivas para la vida del Estado miran más bien por su interés inmediato antes que por el interés general de España. Lo vemos todos los días; a algunos partidos políticos les interesa, sobre todo, la permanencia en el poder, más que la formulación de proyectos que puedan llevarles a perderlo. Se pacta con el diablo, si es necesario, para mantenerse, aunque ese pacto pueda conllevar perjuicios serios para las estructuras, para la consolidación del Estado o pueda suponer mermas en su vertebración.

-¿Ese “pacto con el diablo” podría ser el diálogo con el diablo terrorista que propugna Zapatero?

-Puede ser...bueno, depende lo que suponga ese diálogo. En efecto, si el diálogo conlleva el reconocimiento de una nación vasca transpirenaica, que se conecta con Navarra y que se forma dentro del Estado español, o sea una estructura que pueda aspirar a su propia sustancia como Estado y a la independencia, evidentemente ese es un pacto de quiebra. Si por ahí van, ese es un pacto liquidatorio de las estructuras políticas preexistentes que tantos siglos ha costado consolidar.

-¿Tienen las naciones o nacionalidades “derecho a autodeterminarse, y a convertirse en Estado...”, que es la aspiración del lendakari, y de su “cla” independentista y/o nacionalista?

-En la Europa constitucional y democrática, desde luego que no. El derecho de autodeterminación aparece por primera vez en la doctrina marxista, en el último tercio del siglo XIX, y se empleó con enorme flexibilidad política para reconocerlo sólo a los pueblos de los que podía preverse que lo usaran para afirmar la revolución del proletariado. Suena tan viejo, que en Europa huele a políticas tan arcaicas como medievales.

-¿Los nacionalistas vascos reivindican una forma inconstitucional de “asociación libre de Euskadi” con el Estado español?

-No sé si lo siguen reivindicando, pero en la Constitución española no cabe una fórmula de asociación libre del País Vasco con España. El País Vasco es una pieza territorial integrada en el Estado, y para separarla habría que reformar la Constitución y, para convertir eso en un Estado libre asociado lo que se necesitaría es una reforma constitucional muy traumática. Y en los términos en los que está ahora la política, la historia, y la percepción ciudadana, es radicalmente imposible.

-El PNV no ha rectificado explícitamente el pacto de Estella ni se ha desprendido de la pretensión secesionista del “Plan Ibarretxe”, rechazado por el Congreso de forma aplastante y mayoritaria. Y ahora el nacionalismo vasco toma la calle del “¡país de locos!” contra los jueces...

-No tardará mucho, creo, en plantearse una reforma del Estatuto vasco. Ojalá salga más consensuado que el catalán. Así sea. Hay algunas pretensiones de los primeros proyectos que no tienen más futuro que ser abandonadas. Ni el menor atisbo de independentismo del País Vasco cabe en el marco constitucional. Por tanto, no hay ninguna posibilidad de debatirlo.

-¿Hay que borrar del mapa el independentismo?

-Bueno, borrarlo ideológicamente no; quien quiera ser independentista, que lo sea. La libertad ideológica no tiene límites. Quien aspire a la independencia de su pueblo es libre de formularlo como idea política, pero lo que no hay es marco ni constitucional ni europeo para que una reivindicación así pueda tener la menor posibilidad de realizarse. Y como no puede tener el menor alientos, pues, plantearlo es una fuente de crispación. Eso es lo que hace chirriar y poner en fuerte crisis las instituciones.

-Pero Ibarretxe acusa al Foro de Ermua, a quien le niega la palabra, de “generar odio y crispación”. Luego están los Estatutos de andar por casa, diálogos y/o negociaciones con terroristas, nacionalismos excluyentes, batasunos que preceden a lehendakaris ante los tribunales, órdagos a los jueces... ¿Por qué se desprecia, y se odia, tanto a España?

-Incluyo la valoración de esta negación de la palabra en mi apreciación de que la libertad ideológica no tiene límites. En cuanto al odio y el ninguneo de España, me parece que puede apreciarse entre la clase intelectual una reposición del valor de la palabra y el concepto España. Se empieza a utilizar cada vez más. Ahora, España como concepto, vuelve a ser de nuevo un valor en alza.

-¿Pero no resulta humillante que el Gobierno de esta nación en alza se entreviste, pacte y/o dialogue con una banda de asesinos?

-Lo humillante es menos la actitud que el precio que se esté dispuesto a pagar.

- En su libro sobre “El problema de la vertebración del Estado” repasa los fundamentos ideológicos de los nacionalismos. Al explicar el caso vasco, afirma que el PNV asumió la herencia de Sabino Arana de modo completo, incluyendo en ella, sin beneficio de inventario, los elementos míticos, contradictorios y extravagantes de su pensamiento. ¿Dónde reside esa mitología, extravagancia y contradicción reflexiva?

-El de Sabino Arana es un pensamiento asombroso, frágil y cambiante. Pasa de ser independentista a ultranza a españolista. Y construye la esencia de la nación vasca utilizando mitos o inventados o ensalzados hasta el límite de crear, con pequeñas bases históricas, grandes leyendas. Todo sirve para construir una nación. Es lo que una politóloga francesa ha llamado el “procedimiento IKEA” de construir naciones: se cogen materiales procedentes de la historia, legendarios -un héroe, una batalla, una bandera- y se construye rápidamente una mitología que fundamente una reivindicación nacionalista.

-¿Pero cuánto hay de realidad en esas historias?

-Nadie medianamente informado podría negar la peculiaridad histórica, geográfica o cultural, de los territorios vascos. Pero ello no justifica que, además de estas singularidades, las reclamaciones nacionalistas se apoyen en datos completamente artificiosos, que son en buena medida históricamente inventados, y que no haría falta para nada invocarlos y mucho menos haber sacralizado al héroe y al creador de toda esa ideología hasta el punto de convertirlo en un ideólogo parangonable con los grandes profetas de la historia.

-Hoy, España, ¿más bien que una nación, es una serie de compartimentos estancos?

-Las reformas estatutarias emprendidas, la exacerbación del sentimiento nacionalista periférico... nos devuelven a una manera de configurar el Estado de base paccionada. Hay un retroceso, un retorno al pasado, por otra parte no negado por nadie, ni por los que lo reclaman ni por los que lo consienten. Parece un retroceso a la España anterior a los Decretos de Nueva Planta con los que se inicia el uniformismo centralista del Estado borbónico.

-¿No cree que el camino emprendido nos lleva a la desvertebración definitiva?

-No lo creo en absoluto. Tenemos una base cultural muy firme y enraizada, que no puede ser quebrada por la voluntad unilateral de nadie. Contamos, además, con un fondo jurídico común, que consiste en que las libertades, que con tanto esfuerzo nos hemos dado, también están absolutamente consolidadas, y son un patrimonio universal para todos los españoles, insusceptibles, por tanto, de ser aplicadas de un modo heterogéneo y desigualitario.

-¿El Estatuto catalán se ha superpuesto a la Constitución?

-El Estatuto catalán no ha tenido en cuenta el delicado equilibrio en que está sostenida la regulación de la estructura territorial del Estado y, en alguna medida, ha tratado de subirse sobre los hombros de la Constitución misma. Para empezar, es una norma sorprendentemente defectuosa. Sus contenidos y su regulación son impropios de un Estatuto, se mire por arriba, en cuanto que contiene preceptos que se escapan de la disposición de un Estatuto, como por abajo en tanto que se entretiene en pormenores indignos de su rango. Puede pronosticarse que lo que traerá esa norma es más conflictividad y no más poder real y efectivo para la Generalitat. Esa norma está mal hecho.

-¿El Estatuto catalán ha actuado de “efecto ganzúa” para excluir al Partido Popular?

-El efecto es ese, aunque no sé si la pretensión: el PP está fuera, ha estado fuera de ese consenso, y eso es una cosa muy grave, porque la operación estatutaria es en cierta medida también constituyente, ya que el Estatuto completa el texto constitucional en cosas muy esenciales. De lo que diga el Estatuto depende no sólo la competencia, y el poder de una Comunidad, sino de rechazo también el poder del Estado. Y esas operaciones tienen que hacerse consensuadamente, no por minorías efímeras. Son efímeros todos los políticos y los partidos, pero muy especialmente si están apenas sostenidos por minorías muy endebles.

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