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EL AHOGAMIENTO DE LA SOCIEDAD; por Juan I. Sanz Caballero, Profesor de la Facultad de Derecho de ESADE

28/08/2006
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Ayer, día 28 de agosto de 2006, se publicó en el Diario ABC un artículo de Juan I. Sanz Caballero, en el cual el autor analiza el distanciamiento entre los representantes políticos y sus representados, la desilusión de estos últimos ante los comportamientos de sus representantes y el riesgo de que la política eclipse la vida económica y social. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

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EL AHOGAMIENTO DE LA SOCIEDAD

“Si no lo sabemos remediar a tiempo, podemos encontramos que, de igual forma que la luna eclipsa al sol y nos priva de su luz, corremos el riesgo de que la política eclipse la vida económica y social”

Una de las debilidades, riesgo incluso, más reiteradamente advertidas al analizar la democracia representativa es el distancia-miento, auténtico divorcio, entre los representantes políticos y sus representados. Probablemente sea eso a lo que se refieren los politólogos cuando la califican como el menos malo de entre todos los sistemas posibles de organización política y, quizá por eso mismo también, sea algo con lo que tengamos que acostumbrarnos a vivir. Al menos, hasta la siguiente cita electoral.

Con matices, la situación se aproxima al panorama descrito por Ortega y Gasset cuando diseccionaba esta nuestra España en dos realidades distintas: una, la España gris, oscura y ocupada de la vida pública oficial, que no hace sino aplastar y agotar los gérmenes de la segunda, la España transparente y llena de vitalidad.

No importan los años transcurridos, porque el paisaje dibujado por Ortega no parece distar de la situación actual, con dos realidades igualmente contrapuestas, pero que luchan por convivir: la primera, referida a una clase política defensora en ocasiones de lo indefendible, egoísta otras de sus privilegios, pero habitualmente extraña a toda idea de servicio al interés general y cuyas decisiones, por todo lo dicho, muy bien parecerían haberse adoptado mirando al tendido. Pero a un tendido vacío que, si está ocupado por alguien, es sólo por una parte de la sociedad. Porque el resto ha abandonado la plaza antes de que la corrida concluyera. Pues éstas son las consecuencias de un mal entendido progreso social al servicio de la satisfacción de un interés minoritario y particular.

Y la segunda realidad a la que nos referíamos es. precisamente, esa sociedad española actual y las singularidades que la caracterizan. Una sociedad que, lejos de la vitalidad de la de Ortega, se nos muestra triste y desinteresada hasta por la política. Cuando, por contradictorio que pueda parecer, la misma política debería por definición ser parte de lo social. En definitiva, una sociedad sin pulso ni personalidad, tibia en sus pronunciamientos, blanda en sus decisiones, conformista y comodona con la realidad. Adjetivos todos ellos que son consecuencia no sólo de la desilusión y desazón ante los comportamientos y actitudes de sus representantes políticos, sino también de una bonanza económica que, al menos en cuanto a la clase media se refiere, garantizaría efectivamente su supervivencia, pero que al mismo la puede acabar convirtiendo en víctima de su situación, en esclava de su propio bienestar. Más aún, puede terminar incluso acobardándola frente a cualquier amenaza contra su situación de riqueza material.

No dudo que a unos, los políticos, y a la otra, la sociedad, les pueda interesar mantener en el tiempo esta situación. A los unos, por la anestesia en que mantienen a una sociedad preocupada únicamente por su bienestar; a la otra, por la comodidad de quien no desea conocer más allá de ese bienestar cuyo fin, por otra parte y según expertos, parece atisbarse en el horizonte. ¡Qué forma más triste de convivir!; al estilo de los matrimonios rotos por el paso de los años que aún viven bajo el mismo techo y se toleran.

Lejos de intuir una solución inmediata, la situación parece incluso agravarse en lo por venir. Porque las últimas fotografías de la juventud española no permiten albergar grandes esperanzas hacia una aproximación entre lo político y lo social. Carente de formación, ilusión y valores, esa juventud corre el riesgo de no encontrar ni ocupar su espacio en el seno de la sociedad a la que pertenece. Y esa falta de pertenencia es consecuencia, con toda probabilidad, de las carencias de los tres canales básicos de socialización del individuo: familia, colegio y medios de comunicación.

En cuanto a la familia, porque, lo quieran o no, lo cierto es que en muy pocos años ha pasado por unas vicisitudes de mayor magnitud e intensidad que las habidas a lo largo de buena parte de la historia de la humanidad y que, en última instancia, contribuyen a desdibujar la idea del compromiso personal en el ámbito familiar; circunstancia que, como pueden intuir, determina el comportamiento en la escuela y, quizá, la acusada falta de respeto al profesor de que se quejan los maestros; todo lo cual, unido a los vaivenes legislativos de estas legislaturas, aleja del colegio los valores tradicionales del esfuerzo, la disciplina y el trabajo personal. Pocos quedan ya que crean que “el éxito sólo precede al trabajo en los diccionarios”. Por si les parecía poco, los medios de comunicación, agresivos en sus contenidos y formatos, aceleran en el tiempo el crecimiento de nuestra juventud, convirtiéndolos en adultos con pies de barro.

Las consecuencias de esta situación, a todas luces deficiente, se proyecta al final en el ámbito empresarial, porque la falta de madurez personal incide necesariamente en el posterior desempeño profesional, repercutiendo todas estas carencias en la productividad empresarial. Porque no puede ser caprichosa y alguna causa tendrá la pérdida de competitividad de nuestras empresas en los últimos años.

Y es que si no lo sabemos remediar a tiempo, podemos encontrarnos que, de igual forma que la luna eclipsa al sol de tanto en tanto y nos priva de su luz, así corremos el riesgo de que la política eclipse la vida económica y social y concluya, en este caso, no sólo privándonos de todo su esplendor y vitalidad, sino llevándola hasta su ahogamiento y, quién sabe, si también a su defunción final.

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