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LA SUCESIÓN EN EL TRONO, UNA REFORMA INOPORTUNA; por Manuel Jiménez de Parga, Presidente Emérito del Tribunal Constitucional

05/11/2005
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El día 2 de noviembre, se publicó en el Diario ABC un artículo de Manuel Jiménez de Parga en cual el autor opina sobre la reforma constitucional para igualar en la sucesión al trono a hombres y mujeres. Transcribimos íntegramente dicho artículo.

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LA SUCESIÓN EN EL TRONO, UNA REFORMA INOPORTUNA

En el momento en que la Propuesta de Reforma del Estatuto de Cataluña era el asunto de atención preferente en los medios de comunicación, ha surgido un hecho, el nacimiento de una hija de los Príncipes de Asturias, que amortigua durante unas horas la vehemencia de los debates políticos. Bueno sería que esta tregua se alargase en las próximas semanas. Pero hoy se inicia en el Congreso de los Diputados una tramitación con opiniones difícilmente conciliables.

Menos complicado, en cambio, será encontrar una mayoría que apoye la reforma constitucional que con el nacimiento de la Infanta Leonor resulta aconsejable. Si el artículo 57.1 de la Constitución Española se conserva como ahora está, la sucesión en la Corona puede ser un día motivo de polémica. Bastaría para ello que la actual Princesa de Asturias alumbrase un hijo varón. A partir de ese instante este hijo de menor edad desplazaría a la Infanta Leonor. El principio de la igualdad de sexos, en derechos y deberes, que la Constitución proclama, se convertiría en letra muerta. El vigente artículo 57.1 tiene una redacción rotunda: el varón es allí preferido a la mujer. Algunos comentaristas nos dirán que es “un precepto inconstitucional dentro de la Constitución”. No sería la primera vez que esta tesis se sostiene. La solución para remediar la contradicción interna del texto aprobado en 1978 es reformar el orden de sucesión en el Trono, con el trato debido a las mujeres.

(El recuerdo de las guerras habidas en España se tiene presente: los aspirantes son jaleados por desaprensivos, a veces; por auténticos fieles de una causa, en otras ocasiones).

Creo que, salvo una minoría, siempre respetable en las democracias, los españoles votaríamos con convicción plena la posible enmienda del artículo 57.1. El contenido del futuro precepto no genera obstáculos insalvables. La Infanta Leonor sucedería al Príncipe Felipe. Una mujer sería Reina de España aunque en la familia hubiese hermanos varones.

Menos pacífico, en cualquier pronóstico, se presenta lo que acaso suceda en el proceso de reforma constitucional. El artículo 168 de la Gran Carta establece una manera rígida de llevar a cabo ciertas modificaciones, entre ellas la del artículo 57.1. Y como remate del difícil recorrido por las dos Cámaras de las Cortes, la reforma tiene que someterse a un referéndum a fin de que sea ratificada por el pueblo español.

El riesgo que se asume es que el referéndum se transforme en un plebiscito, con unos a favor y otros en contra de la Monarquía. Los ciudadanos no irían a las urnas a votar por la igualdad de los hombres y las mujeres en la sucesión al Trono, sino que se movilizarían en la campaña previa con el propósito de mantener la Monarquía parlamentaria como forma política del Estado, en un bando, y con el propósito de exponer las bondades de la República, en el bando contrario. En una sociedad dominada por internet, de intercambios rapidísimos y directos, totales, “sociedad en red” como es la presente, no resulta recomendable una campaña de esa especie.

Tal vez por ello se ha venido retrasando la enmienda del artículo 57.1. Pero el nacimiento de una infanta (mujer) y el nacimiento en el horizonte de un infante (varón) obligan a asumir el riesgo. Reforma necesaria, pero inoportuna.

Algunos están convencidos, o eso nos dicen, de que han aumentado sensiblemente en España los sentimientos republicanos. Incluso desde alguna institución (alimentada con fondos públicos) se ha propagado la idea de una II República digna de admiración. Se elaboran programas de jornadas dedicadas a considerar los supuestos valores de aquel régimen 1931-36: laicismo, igualdad, tolerancia... Hay siempre personas que caen ingenuamente en las trampas. Yo no niego el peligro.

Sin embargo, la labor del Rey Juan Carlos ofrece tantos aspectos positivos que sólo los que sean políticamente ciegos, o radicalmente malintencionados, pueden defender que aquí, en 1975, al morir Franco, hubiese sido más beneficioso instaurar la III República. ¿Cómo puede alguien negarse a admitir que el Rey fue, y es, pieza esencial de la convivencia democrática? ¿No fue acaso el Rey el que sometió a los poderes fácticos que se oponían a enterrar la llamada “democracia orgánica”?

A veces me han preguntado, en viajes por Argentina y Chile, el secreto de nuestra admirable Transición. Colegas y amigos de Iberoamérica han deseado seguir la senda española, con la salida de regímenes autoritarios a otros democráticos. Mi respuesta a esas demandas fue siempre la misma: nosotros, los españoles, tuvimos en 1975 algo de lo que ustedes carecen: un Rey. Gracias a Don Juan Carlos lo que parecía “atado y bien atado” fue desatándose en beneficio del pueblo español.

Al otro lado del Atlántico, en el norte, el centro y el sur de América, son pocos los que dudan de que la Monarquía parlamentaria ha sido la forma de Estado que amparó el cambio. En las naciones de Europa, incluso en aquellas tradicionalmente hostiles, ahora nos admiran y en ellas se reconoce que los españoles hemos conseguido lo que se presentaba como un imposible. Mis colegas en las universidades estudian la Transición como un fenómeno histórico.

El referéndum exigido para cambiar ahora el orden de sucesión a la Corona, sin preferencias varoniles, no ha de apartarse del procedimiento constitucional. No son raros los que se autocalifican de especialistas que sugieren atajos improcedentes. Perniciosa es la manipulación de los textos constitucionales. El presidente De Gaulle tuvo la tentación de hacerlo en el otoño de 1962. Su sofisma fue muy parecido al que entre nosotros corre para modificar por ley orgánica, o con otros instrumentos, el artículo 57.1. Ni se quiere disolver las Cámaras ni se quiere el referéndum.

El momento no es el mejor para acometer la enmienda cumpliendo los trámites de la Constitución. Pero no debemos dejar a nuestros nietos, o acaso bisnietos (para allá la última parte del siglo XXI) una manzana envenenada, como sería un texto confuso sobre los derechos de los herederos del momento (hombre o mujer) para ocupar el Trono del Reino de España.

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