VARGAS LLOSA EN LA ACADEMIA
Hace pocos años pedí, como director de la RAE, a Mario Vargas Llosa que abriera con una conferencia el curso académico que, ese año, inauguraba el rey en nuestra sede. La dedicó a Galdós e hizo una perfecta demostración de su método de trabajo y su ambición. Leyó una por una todas las obras escritor canario, sin excepción, y expuso en la conferencia su opinión sobre casi todas ellas. Salimos impresionados por su meticulosidad. Un par de años después publicó un ensayo, La mirada quieta (de Pérez Galdós) -Alfaguara, 2022-, que suscitó cierto revuelo porque no toda la obra de Galdós salía bien parada del examen crítico a que la sometió.
En un artículo periodístico de 2004 escribió que cuando llegó a España, en 1958, apenas había leído escritores españoles contemporáneos. Lo atribuyó al prejuicio, extendido e injusto, de que todo lo que se publicaba en España rezumaba ñoñez, sacristía y franquismo. Los clásicos, en cambio, los dominaba. Hizo aquella equiparación, que resultó paradójica, entre Cien años de soledad y el Amadís, y exhibió su dominio de Cervantes. A un clásico moderno, Azorín, dedicó su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Andando el tiempo pudo explicar los cambios desde la España oscurantista a la moderna comparando las novelas germinales de Carmen Laforet y Almudena Grandes.
Respecto de Galdós, intervino en la polémica entre Antonio Muñoz Molina y Javier Cercas, acérrimo galdosiano el primero y crítico el segundo. No obstante la admiración de Vargas Llosa por Cercas, declaró que Galdós fue el primer escritor español del siglo XX y principios del XXI. Lo que veía de negativo en las novelas de Galdós es que era un autor preflaubertiano, es decir, que no había aprendido las lecciones de Flaubert sobre el narrador invisible y omnisciente y la palabra justa. Y este defecto, para un adorador de Flaubert, era francamente criticable.
Recuerdo esta anécdota, con ocasión del fallecimiento de Mario Vargas Llosa, uno de los más grandes escritores en español del siglo XX y comienzos del XXI, porque resume bien, a mi juicio, sus actitudes ante la literatura: lector exhaustivo, crítico implacable, escritor de exquisita técnica y de imaginación inagotable.
Hemos perdido en la RAE a un compañero amable y generoso. Inolvidable. Buen conversador, siempre preocupado por la libertad individual y enemigo acérrimo de nacionalismos de cualquier clase. El recuerdo de quienes tuvimos la fortuna de conocerlo y de sus millones de lectores lo mantendrán para siempre a nuestro lado.