Diario del Derecho. Edición de 29/04/2025
  • Diario del Derecho en formato RSS
  • ISSN 2254-1438
  • EDICIÓN DE 20/03/2025
 
 

‘Tomorrow belongs to me’: España ante la ola populista; por Germán M. Teruel Lozano, profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Murcia

20/03/2025
Compartir: 

El día 20 de marzo de 2025 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de Germán M. Teruel Lozano, en el cual el autor considera que no se puede ser ingenuo pensando que los populistas son un “tonto útil” para alcanzar el poder pero que podrán ser controlados; la historia nos enseña que el contacto con ellos termina “barbarizando” a los otrora moderados.

‘TOMORROW BELONGS TO ME’: ESPAÑA ANTE LA OLA POPULISTA

‘El mañana nos pertenece’ (Tomorrow belongs to me en la versión original) es una célebre escena de la película Cabaret (1972), ambientada en la Alemania de los años 30. En esta escena, un joven con voz angelical, al que luego la cámara mostrará con su vestimenta nazi, enardece al público que disfruta de unas cervezas en una terraza con una romántica canción que, con este título, apela a un brillante futuro colectivo. Mientras, un señor mayor se quita la gorra y mira al suelo, previendo la que se avecina. La escena termina con uno de los protagonistas, el británico Brian Jones, preguntando a su anfitrión alemán, el barón Von Heune: “¿Sigues creyendo que les pararéis los pies?”. La pregunta nos sigue interpelando en estos tiempos en los que vuelven a soplar vientos populistas.

Desde la crisis financiera, las democracias europeas han sufrido dos olas populistas. La primera, unida a la resaca provocada por la Gran Recesión, tuvo un signo de izquierdas. Recordemos a la Francia Insumisa de Mélenchon, a la coalición Syriza en Grecia o, en nuestro caso, a Podemos.

Aquel sarampión fue en buena medida superado. Hoy, en Europa, la izquierda está en retroceso. El caso español tiene su singularidad. El PSOE es el partido socialdemócrata europeo que mejor ha aguantado, pero, a fuer de cohabitar con los populistas de Podemos y sus secuelas, ha hecho suyos buena parte de los dejes populistas de estos, normalizando sus estridencias. Si Pablo Iglesias planteó un plebiscito doméstico, Pedro Sánchez lo redobló con su amago de retirarse; y ahora el propio ministro de Justicia acusa abiertamente de lawfare a los jueces, por poner dos ejemplos.

Sin embargo, más allá de la singularidad española, en este momento el desafío populista nos viene desde la derecha con el auge del Make Europe Great Again (MEGA). De ahí que en particular los partidos conservadores se estén enfrentando a un importante dilema que puede marcar el destino de la democracia en Europa: ¿sus cálculos electorales los harán sucumbir a los cantos de sirena acercándose a los partidos del MEGA?

A nivel comunitario, tras las elecciones europeas del pasado junio, se salvó la primera parte del partido al conformarse una mayoría de investidura entre socialdemócratas y democristianos, acompañados de liberales y verdes. Pero ahora queda la segunda parte, el desarrollo de la legislatura. Esperemos que la tentación del Partido Popular Europeo a aliarse el grupo de los Patriotas se aleje ante el alineamiento trumpista de estos, con Vox como cabeza. A nivel nacional, tras las elecciones alemanas, la CDU parece dispuesta a mantenerse firme a pesar del auge de AfD e intentará pactar con los socialdemócratas. También en Austria se han evidenciado las diferencias irreconciliables entre conservadores y ultraderecha.

En el caso español, el PP tiene un escenario especialmente endiablado, porque algunos barones territoriales ya han abrazado a Vox y, sobre todo, porque los populares carecen de un interlocutor al otro lado del arco parlamentario. El presidente Sánchez ha abonado la polarización, sosteniendo sus posibilidades de gobierno en el frentismo bibloquista, al tiempo que ha servido, como se ha dicho, de caballo de Troya de populismos y de programas confederales que comprometen severamente el proyecto político de 1978.

En cualquier caso, esta singularidad española no puede esconder la gravedad del peligro que supone que los partidos conservadores, y en especial el PP, puedan auparse en la nueva ola populista. Un movimiento que queda muy lejos de lo que históricamente han venido representando tanto los partidos conservadores y democristianos europeos como el Partido Republicano estadounidense. Frente a esta familia política, los nuevos partidos pretendidamente patriotas han formado una internacional populista que marida el liberalismo en lo económico (la motosierra), de intensidad variable pero con un claro signo ideológico, con la exaltación nacionalista que, en algunos casos, tiene tintes reaccionarios para conectar con las glorias del pasado e incluso con fuentes de legitimación divina (Trump ha destacado que ha llegado a la presidencia por la gracia de Dios). Todo ello apelando a una Europa de las naciones que frenaría la integración europea y dejaría a nuestros países como vasallos de las grandes potencias mundiales.

Este movimiento supone una impugnación clara del orden sobre el que habíamos construido la convivencia en la segunda posguerra, en especial tras la caída del Muro de Berlín: un orden internacional basado en reglas y con unas organizaciones que facilitaban la concertación y el diálogo frente a la coacción y la amenaza que vemos estos días; y un orden interno liberal-democrático, con unas instituciones sólidas que limitaban el ejercicio del poder y reclamaban el respeto a ciertos consensos político-institucionales básicos. Las últimas actuaciones de Trump no han hecho sino confirmarlo, con el incomprensible aplauso de los patriotas europeos.

Esta nueva amenaza se produce además en un momento en el que nuestras democracias están particularmente débiles. Como evidencian los principales estudios internacionales, la edad de oro de las democracias, que se vivió desde mediados de los años 70 hasta el inicio del nuevo milenio, ha pasado y, en la actualidad, nuestras democracias están “asediadas”, como titulaba el Journal of Democracy ya en 2020. Nuestro edificio institucional puede colapsar y para evitarlo necesitamos el compromiso de los principales partidos.

En el caso español, como venimos estudiando desde Hay Derecho, el deterioro de nuestro orden institucional, a nivel nacional pero también autonómico, se está acelerando: se desprecia la forma de gobierno parlamentaria, tanto por cómo se legisla como por la ausencia de un control eficaz al Gobierno; se cuestiona la actuación de nuestros jueces y tribunales, al tiempo que se coloniza con fieles partidistas los órganos de contrapeso y reguladores; se desmantelan agencias antifraude y consejos de transparencia De hecho, resulta especialmente trágico que en nuestro país tanto PSOE como PP jueguen casi que por igual a ello. A lo que se suma que la contestación a la democracia del 78 ya no sólo la hacen desde la extrema izquierda o los independentistas, sino también Vox.

Así, nuestra democracia navega entre Escila y Caribdis. Nuestros principales partidos políticos deberían hacer una profunda reflexión, asumiendo que no cabe ser condescendientes con aquellos populistas cuya ideología pueda parecer cercana a la familia política de uno. No seamos ingenuos pensando que los populistas pueden ser una especie de “tonto útil” para alcanzar o mantener el poder, pero que, al final, podrán ser controlados o “romanizados”. Por desgracia, la historia y nuestra actual deriva política nos enseñan que el contacto con ellos termina “barbarizando” a los otrora moderados. Es el momento de comprometerse con nuestra democracia y de que la política recupere la cultura institucional que hemos venido dilapidando en los últimos años.

Debemos romper la falaz dicotomía entre populistas de un color u otro a la que nos abocan los planteamientos que asumen la existencia de dos bloques irreconciliables. Tampoco creo que la respuesta tenga que ser la construcción de frentes democráticos ni grandes coaliciones. De forma más modesta bastaría con que los principales partidos recondujeran sus relaciones para tratarse con respeto, sabiendo que, más allá de sus diferencias ideológicas, hay un sustrato común de ideales compartidos y muchos ámbitos en los que poder forjar acuerdos para dar respuestas a los problemas de los ciudadanos. ¿De verdad en España personas de derechas y de izquierdas tienen visiones tan distantes como para no encontrar puntos en común ante problemas como la vivienda o la reforma del sistema tributario? ¿Tanto costaría pactar unos presupuestos entre PP y PSOE?

Inauguramos nuestra democracia con grandes acuerdos como fueron los Pactos de la Moncloa o la reforma fiscal de Fuentes Quintana. Más recientemente, si cruzamos las propuestas sobre vivienda planteadas por el Gobierno y por el PP, encontraremos importantes coincidencias. Es cuestión de voluntad y de auténtico liderazgo para saber a dónde queremos ir. No repitamos los errores del pasado.

Comentarios

Escribir un comentario

Para poder opinar es necesario el registro. Si ya es usuario registrado, escriba su nombre de usuario y contraseña:

 

Si desea registrase en www.iustel.com y poder escribir un comentario, puede hacerlo a través el siguiente enlace: Registrarme en www.iustel.com.

  • Iustel no es responsable de los comentarios escritos por los usuarios.
  • No está permitido verter comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • Reservado el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.

Revista El Cronista:

Revista El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho

Lo más leído:

Secciones:

Boletines Oficiales:

 

© PORTALDERECHO 2001-2025

Icono de conformidad con el Nivel Doble-A, de las Directrices de Accesibilidad para el Contenido Web 1.0 del W3C-WAI: abre una nueva ventana