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California y Cataluña; por Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín, jurista

28/09/2021
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El día 28 de septiembre de 2021 se ha publicado, en el diario ABC, un artículo de Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín en el cual el autor opina que guardadas todas las proporciones, durante el siglo XX y lo que llevamos del actual, Cataluña ha representado en el conjunto de España un papel innovador semejante al que ha correspondido a California en los EE.UU. en los últimos sesenta años.

CALIFORNIA Y CATALUÑA

El pasado 14 de septiembre los ciudadanos de California decidieron en referéndum que su gobernador, el demócrata Gavin Newsom, continuase en el cargo para el que había sido elegido con más del sesenta por ciento de los votos en noviembre de 2018. ¿Por qué un gobernador elegido para cuatro años ha tenido que renovar su mandato de esta manera? La respuesta se halla en la extraordinaria importancia de la democracia directa en el estado de California, donde, si un doce por ciento del electorado así lo pide, debe convocarse un referéndum sobre la destitución del gobernador, o de cualquier cargo electo del estado. Si los electores se hubieran manifestado a favor de la destitución, habría resultado elegido gobernador el más votado de una larga lista de candidatos que en este referéndum se presentaban contra Newsom. Así llegó a ser gobernador de California en 2003 el republicano Arnold Schwarzenegger.

Tanto el referéndum de revocación de cargos electos como la iniciativa legislativa popular se introdujeron en 1911 por el gobernador Hiram Johnson y desde entonces se han utilizado en California con mayor intensidad que en ningún otro estado de la unión. La iniciativa legislativa popular se ejerce mediante la presentación de ‘proposiciones’ que, si cumplen determinados requisitos, se someten a referéndum. Casi cuatrocientas proposiciones han llegado así a las urnas y casi ciento cuarenta se aprobaron por los electores, lo cual quiere decir que docenas de modificaciones constitucionales y legislativas se han introducido por esta vía. Ciertamente, voces políticas y académicas han denunciado abusos en el ejercicio de la democracia directa en California. Es verdad también que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha tenido que anular algunas proposiciones aprobadas por el sufragio popular. Pero quien estudia las iniciativas populares californianas no puede dejar de admirar la vitalidad, la tenacidad y el espíritu ciudadano de las organizaciones políticas y sociales que las han ido promoviendo a lo largo de más de un siglo. Asimismo, llama la atención la amplitud del abanico de los temas sobre los que han recaído. Casi no hay aspecto de la vida en común que no se haya tocado, y a veces con consecuencias muy relevantes, como las de aquella proposición aprobada en 1988 y con arreglo a la cual un mínimo del presupuesto anual del estado de California, cuidadosamente calculado, tiene que dedicarse a la enseñanza obligatoria.

Esta notable capacidad de autoorganización social va frecuentemente acompañada de un potente liderazgo en el sector público. Además del ya aludido Hiram Johnson, debe mencionarse al gobernador demócrata Pat Brown (1959-1967), considerado por muchos como el fundador de la California contemporánea y entre cuyas realizaciones está el haber dotado a su estado de un sistema universitario público de primera línea mundial. En aquellos años, California se convirtió en el estado más poblado de la unión, puesto que conserva hoy, siendo también su producto interior bruto el más alto de los Estados Unidos, y el quinto del mundo, comparable o incluso superior a los del Reino Unido y de Francia. Por lo demás, es conocida la preeminencia de California en los sectores de la tecnología, la industria aeroespacial, el cine y la televisión, y la agricultura. Conocido es también el papel de California como laboratorio de ideas, proyectos y modos de vida que luego son imitados (o criticados) en el resto del país. En este sentido, California es, de lejos, la parte más importante de esa ‘costa Oeste’ que, desde la segunda mitad del siglo XX, se ha convertido en contrapeso y alternativa de la otrora todopoderosa costa Este de los Estados Unidos.

No hay aquí espacio para hablar de los factores que han determinado una historia de éxito tan extraordinaria. Pero sí puede identificarse una base inconmovible que ha permitido a los californianos ‘hacer país’ con mejores resultados que casi todos los Estados soberanos del planeta. Se trata del artículo III.1 de la Constitución californiana, que dice que “el estado de California es una parte inseparable de los Estados Unidos de América y la Constitución de los Estados Unidos es la norma suprema del territorio”. California, que por breve tiempo fue república independiente a mediados del siglo XIX, se ha ocupado luego de las cosas importantes, sin preocuparse de la antigualla de la soberanía.

¿Cómo no ver inmediatamente las lecciones que para Cataluña se derivan de esta historia? Guardadas todas las proporciones, durante el siglo XX y lo que llevamos del actual, Cataluña ha representado en el conjunto de España un papel innovador semejante al que ha correspondido a California en los Estados Unidos en los últimos sesenta años. Así, en el orden político, los conceptos que más adelante dieron lugar al Estado autonómico se acuñaron durante los debates promovidos por los líderes de la Lliga regionalista durante la segunda década del siglo XX, y el propio desarrollo de las autonomías en España no se comprende sin la contribución catalana. Pero lo que se dice es verdad también en el mundo empresarial, y en el orden cultural, admitiendo aquí la preponderancia indiscutible de Barcelona. Basta comprobar los usos múltiples de la frase ‘escuela de Barcelona’, que se aplica a la literatura en general, a la poesía, a la filosofía, al cine, a la arquitectura y hasta a alguna rama del derecho. Y todo ello para el evidente beneficio recíproco de Cataluña y del resto de España. Visto lo cual, ¿merece la pena renunciar a esta primogenitura por seguir con el proyecto independentista, que no sólo perpetúa dolorosas divisiones en el cuerpo social catalán, sino que tiene efectos paralizantes sobre los asuntos que de verdad importan, que no se resuelven o se resuelven mal? La respuesta parece clara.

Sólo me queda felicitar al gobernador Newsom y desear que surja pronto en Cataluña un movimiento californiano, de carácter interpartidista, que devuelva al Principado al lugar que le corresponde como fermento y catalizador del progreso de España. Creo que esta iniciativa no le disgustaría a J. Mallorquí, el gran escritor catalán de novelas populares que nos enseñó a millones de españoles de varias generaciones lo que era California.

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