En 1945, recién terminada la II Guerra Mundial, Georges Orwell decía que “el nacionalismo no debe ser confundido con el patriotismo. Entiendo por patriotismo la devoción por un lugar determinado y por una particular forma de vida que no se quiere imponer...; contrariamente, el nacionalismo es inseparable de la ambición de poder”.
Hay detractores del patriotismo, al que consideran una fórmula que favorece la integración forzada, la xenofobia, el odio, e incluso, las guerras. Y asimismo hay quien sostiene que los políticos manipulan a las masas amparados en el patriotismo.
A lo largo del tiempo, y después de la Ilustración, se impone el término Patria en alternancia con el de Nación (especialmente en la Revolución Francesa) y se tornó en palabra clave en las revoluciones de independencia de los países suramericanos respecto de España.
El patriotismo no es una virtud, sino un sentimiento. Un sentimiento de pertenencia a una comunidad con su historia, sus costumbres, sus gentes, sus paisajes, sus glorias y desgracias. En definitiva, es tener un arraigo vital en este mundo que te incardina a una tierra o a una nación. Es responder a la pregunta de “¿qué eres?” diciendo “soy español”.
El patriotismo no nace por generación espontánea, sino que se hace. Se hace desde la escuela, conociendo y valorando la historia de tu patria y sin tergiversaciones burdas y partidistas. Esto último es típico de los nacionalismos excluyentes, que llevan a tener una visión política de la Historia, en lugar de una visión histórica de la política. Borrar, como parece que se ha hecho, a los Reyes Católicos de los libros de Historia es miope y fraudulento.
En 1812, Agustín Argüelles, tras promulgarse la Constitución, después de los heroicos combates defendiendo a España de la invasión francesa, dijo una frase memorable: “¡Españoles, ya tenéis Patria!”.
El patriotismo puede desnaturalizarse por exceso y por defecto. Por exceso cuando se magnifica la globalización, la mundialización. Siempre me ha parecido una “boutade” decir que uno es “ciudadano del mundo”. ¡Pues claro! No vamos a serlo de Marte o Júpiter. Y por defecto, que tiene mucha más influencia en nuestras vidas, están los nacionalismos excluyentes, agresivos, que hacen incompatible ser español y a la vez catalán, vasco o gallego. Es un reduccionismo que lleva en sí mismo una carga de resentimiento, de negación, de visión estrecha. Es absolutamente compatible ser y sentirse un buen catalán o extremeño o andaluz y a la vez, con todo orgullo, un buen español. No solo es compatible sino que tiene una gran lógica, pues España, como Patria, se ha forjado con el esfuerzo, el empeño y la ilusión de cada una de las regiones que componen España. Yo personalmente y con gran normalidad me siento muy navarro y muy español. Sentirme navarro y no español me parece un sinsentido.
En los momentos actuales los nacionalismos excluyentes que nos acechan suponen un peligro evidente para lo que es y significa España. Y solo tiene explicación en términos de poder. Se quiere la exclusión de España, la independencia, porque se quiere mandar sin ninguna conexión con esta entidad superior que es España. Y para ello se fomentan los sentimientos nacionalistas con todos los medios al alcance de los políticos regionales. Y resulta un contrabando ideológico el explotar los sentimientos, las costumbres, la lengua, el folclore, e incluso la gastronomía, para la “separación” y no para la “integración diferenciada”.
España es una gran Nación, una gran tierra, y como nos decía García de Enterría, “España, como Roma o Grecia, ha sido durante más de mil años algo de más entidad que una nación; ha sido una cultura entera, que traspasa siglos y continentes, la única universal, con la anglosajona, que en este siglo que todo lo ha reducido subsiste aún”. Y afortunadamente hoy España ya no es solo la que huele a tomillo y a romero -en bella expresión de Madariaga-; afortunadamente, hoy, esa España ya no huele sólo a tomillo y a romero, sino también a figuras sobresalientes en el mundo del arte, de la literatura, del deporte; a poderosas empresas de amplia implantación internacional; a lugar civilizado de ocio y descanso; a pueblos cultos y cuidados y tantas cosas positivas más. Una figura tan respetada como Michel Camdessus decía no hace mucho que “esta es la hora de España, la hora en que España siga sorprendiendo al mundo”.
Ser patriota es sentirse orgulloso de nuestra historia, con sus claros y sus sombras. Con sus poetas, sus descubridores, sus científicos, sus deportistas, sus gentes de a pie y todo lo que hemos hecho a lo largo de la historia. Aquel siglo XVI esplendoroso en el que España era el centro del mundo tiene su contrapeso en otros avatares históricos de los que nos sentimos menos orgullosos. Pero es nuestra historia, que debemos asumir porque es nuestra, la historia de España.
Hay un patriotismo de cortas miras que se agota en el mundo del deporte y en lucir de vez en cuando nuestra bandera. Eso no basta. Tenemos que hacer lo necesario por valorar nuestros símbolos nacionales: la bandera, el himno, y los demás elementos identificadores e integradores de nuestra Patria. Tenemos la desgracia de que en las escuelas, al contrario de lo que ocurre en EE.UU., no se enseña a los niños a ser patriotas, a estar orgullosos de su Patria. Y qué envidia me da ver en una calle de Lucca, Italia, el letrero que decía “Giuseppe Mazzini. Patriota”. Quizá por remembranza del franquismo, lucir la bandera o escuchar el Himno Nacional resulta sospechoso hasta el punto de calificar como fachas a quienes cultivan esa forma de exteriorizar su patriotismo.
Hay una mayoría silenciosa que se vanagloria de España en su integridad frente a una minoría vocinglera que ataca la unidad de España y que no es capaz de combinar su nacionalismo periférico con el nacionalismo global.
En una reciente encuesta de “La Razón”, se constata que el 75% de la población se siente orgullosa o muy orgullosa de ser española, el 19% no, y el 61,4% cree que debería haber más patriotismo. Pero recientes estudios demoscópicos indican que a la hora de una agresión exterior solo estarían dispuestos a defender España el 21%. Ello nos indica que tenemos mucho que hacer para inculcar el patriotismo entre nosotros. Un patriotismo que nos una más, que nos anime a contribuir con nuestro esfuerzo diario a que España sea una tierra de habitar y de visitar que merezca la pena y teniendo muy presente que hoy ser patriota es defender la unidad de España. En definitiva, no ser patrioteros de salón sino patriotas de corazón.