Este verano se ha estrenado “El gran Buster”, un documental de Peter Bogdanovich sobre Keaton (con ese nombre de pila no cabe esperar otro apellido) que nos sirve para recuperar la memoria del actor, fallecido en 1966. El que, en varias películas en blanco y negro de los años veinte, como “El maquinista de la General”, “El colegial” o “El héroe del río”, por citar sólo a las más celebradas, se consolidó como creador del humor serio, nada menos: se abstenía de la menor mueca de risa pero eso no le privaba de capacidad de provocar la carcajada. Antes al contrario, era justo su rictus absolutamente hermético el que lo hacía irresistible: “A lo largo de los años han llamado a mi rostro cara de asco, jeta muerta, rostro helado, el gran cara de piedra y, lo crean o no, máscara trágica [...]. La gente dirá lo que le parezca, pero mi cara ha sido para mí una valiosa marca de fábrica”.
Algo así como lo que sucedió en España, años después, con Tip y Coll, que tampoco se reían jamás. Sus diálogos resultaban delirantes hasta el grado del surrealismo pero su enorme impacto (la España del último cuarto del siglo XX no se entiende sin ellos: dignos herederos de La Codorniz, nada menos) no se entendería sin el hecho de que ellos dos, el valenciano y el conquense, permanecían en todo momento impávidos, cuando no del todo hieráticos. No sólo es que el humor puede ser serio; es que si es serio es doblemente humor, hasta el extremo de llegar a la hilaridad.
La recuperación de Buster Keaton medio siglo largo después de su desaparición resulta particularmente oportuna en España, porque de otra forma podríamos confundirnos y pensar que el humor serio constituye un invento de los últimos presidentes de la Generalitat de Cataluña -no sólo el actual, que por supuesto-, cuyos nombres omito para no consumir un espacio innecesario. Cuando uno los ve expresándose con esa convicción y esas maneras, casi con los ojos en blanco y en estado de levitación, para hacernos partícipes a todos de lo que son sus alucinaciones, el estallido de la risotada resulta inevitable. Sea cual fuere la materia que aborden -en realidad, variaciones sobre un mismo tema- y la ocasión y el contexto en que lo hagan.
Aunque es posible que el genio se haya extendido y no sean personas aisladas dentro de su contexto: raro es el día en que no llegan noticias cómicas. Se convendrá en que en aquella tierra el humor serio está dejando muy atrás a los tres maestros: a Buster Keaton, a Tip y a Coll juntos. Vaya un regocijo que estamos teniendo los espectadores. En estos tiempos tan complicados, se agradece y mucho. No quiere uno ni imaginarse lo que sería una nueva versión de “El Maquinista de la General” rodada en el Palau de Sant Jordi y con los que son o han sido sus inquilinos. “El maquinista de la Generalitat” sería un buen título.
Bogdanovich se pregunta si hoy existe alguien equiparable a Buster Keaton y responde de manea negativa: “El color no ayuda a la comedia, sino que distrae al espectador de lo importante: el gag. Tampoco nadie aúna tanta sapiencia en la dirección, en control exhaustivo de su físico -actualmente solo John C. Reilly es equiparable en dominio del cuerpo- e inventiva en los gags, como demostró, por ejemplo, en El moderno Sherlock Holmes, cuando rompe la cuarta pared. ¿Otro Keaton? Imposible”.
A Bogdanovich, hombre veterano (acaba de cumplir 80) y muy sabio, hay que recomendarle que se informe mejor.