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Eslabones débiles ante gigantes tecnológicos; por Mercedes Fuertes, catedrática de Derecho Administrativo

25/06/2019
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El día 25 de junio de 2019 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de Mercedes Fuertes en el cual la autora considera que ha de respetarse la identidad de nuestra civilización que es el reconocimiento y la defensa de los derechos fundamentales y de las libertades públicas en un entorno social y democrático de Derecho.

ESLABONES DÉBILES ANTE GIGANTES TECNOLÓGICOS

Hay páginas de la literatura universal que disfrutamos por su buen decir y que, además, nos regalan sorpresas de pensamientos intemporales. Tal resulta, por ejemplo, la descripción que nos ofrece Chateaubriand en sus Memorias de ultratumba relativas a su vivencia de la guerra de Waterloo. Recordemos la escena: paseando por las afueras de Gante, un estruendo interrumpió su enfrascada lectura. El aumento de los ecos de impactos lejanos le hicieron pararse y preguntarse apoyado en un pino “¿qué batalla sería aquella, todavía sin nombre?”, “¿cómo se reequilibraría el poder en la maltrecha Europa?” y, sobre todo, “¿cuáles serían sus consecuencias para los pueblos, la libertad o la esclavitud?”. Interrogantes que hoy se desnudan ante nosotros, aturdidos como estamos por la lectura de tantas noticias trepidantes.

Porque, ¿qué resultará del vehemente enfrentamiento entre los Gobiernos de EEUU y China ante el despliegue de las redes de telecomunicaciones, las bautizadas como 5G?

Sabemos que tales redes suponen un salto tecnológico muy superior a todos los ya vividos al implicar una hiperconectividad. La relación entre sí de miles de dispositivos y aparatos enviando datos a velocidades desconocidas. No se trata sólo de los millones de usuarios que nos informamos o expresamos a través de las redes, se trata de los miles de millones de objetos que recogerán y facilitarán información: señales de tráfico que advertirán a los automóviles sobre la circulación, contenedores que medirán el volumen de basura para su recogida, asistentes en los domicilios que facilitarán las tareas o nos proporcionarán horas de ocio. Y podría seguir con muchos más ejemplos cuya publicidad empieza a aparecer: envases de alimentos que recuerdan al frigorífico que están caducados para que envíe la nota al ordenador del supermercado y, así, un vehículo sin conductor reponga la bandeja... Ejemplos que han desbordado la novela que Julio Verne y su hijo escribieron sobre el siglo XXIX.

Pero, junto al asombro que nos puede producir encontrarnos ya inmersos en lo que considerábamos una novela de ciencia ficción, resulta imprescindible conocer concretos aspectos muy inquietantes. A saber, y por un lado, que en todo ese cúmulo de comunicación entre aparatos también se encuentran algunas pepitas de oro que constituyen nuestra singular personalidad. Nuestra cara social, nuestro ámbito privado e, incluso, nuestra intimidad. Datos que son objeto de descaradas subastas entre determinadas empresas y, de ahí, la necesidad de ser conscientes de mínimas cautelas que estamos obligados a adoptar. De manera amplia y muy amena nos lo explica Ángel Gómez de Ágreda en su último libro Mundo Orwell. Manual de supervivencia para un mundo hiperconectado.

Porque, insisto, los ecos de las noticias tecnológicas no están a esos kilómetros de distancia que permitieran descansar unos momentos al lado de un pino como hizo Chateaubriand. Estamos más cerca del personaje de La Cartuja de Parma de Stendhal, de Fabrizio del Dongo, que ignoraba que estaba inmerso en la misma guerra de Waterloo. Y, más que como ese personaje, incluso podemos ayudar a que, sin saberlo, nuestros aparatos colaboren en esos conflictos entre las grandes potencias o las grandes corporaciones empresariales.

Es decir, somos unos endebles peones.

De haber construido una sociedad civilizada y que ofrece bastante bienestar, somos ahora los eslabones débiles que, en el vertiginoso avance tecnológico, podemos poner atolondradamente nuestros aparatos al servicio de otros intereses económicos o, abiertamente, manipuladores. O ¿es que somos tan inconscientes al ignorar o despreciar los riesgos ciertos ante tantos virus, troyanos, suplantadores, secuestradores..., que pueden multiplicar sus efectos y paralizar todo nuestro entorno como ha ocurrido ya en algunas ciudades norteamericanas?

En todo caso, hay que saber que, siendo relevante nuestro comportamiento privado, el poder público debe estar atento y, de hecho, lo está.

No me refiero a los líderes políticos que, lamentablemente, más parece que se preocupan por su propia imagen o su propio interés, en lugar de explicarnos la parte de sus programas en la que han tejido un proyecto para los intereses comunes. No me refiero a ellos porque hemos de saber que hace unos meses, en la pasada legislatura, todos votaron a favor de utilizar algunos datos personales para dirigirnos una propaganda más personal. Con los riesgos que ello generaba. La actuación de concretos abogados especialistas, la magnífica labor del Defensor del Pueblo y una sentencia del Tribunal Constitucional dictada con celeridad, en menos de tres meses, ha puesto coto a ese riesgo que podría afectar a nuestra libertad de expresión y a la protección de nuestra vida personal y, de ahí, descender con facilidad a la cierta manipulación de la opinión.

En España, además de grandes artistas, investigadores, médicos, empresarios, profesionales privados y un largo etcétera, contamos con varias instituciones y departamentos públicos que, al amparo de diversos acrónimos (DSN, CCN-CERN, INCIBE y otros muchos), acogen a funcionarios responsables que, con rigor y discreción, trabajan para garantizar el mantenimiento de nuestra seguridad, el correcto funcionamiento de los servicios públicos, la confianza en las comunicaciones comerciales y privadas... Es más, hace unas semanas se aprobó la nueva Estrategia Nacional de Ciberseguridad que, con claros objetivos, desplegará unas relevantes líneas de actuación para reforzar la investigación en este ámbito y retener el talento, ayudar a tantas empresas tecnológicas españolas que desarrollan actuaciones punteras, colaborar con las más pequeñas y medianas empresas en las pautas que han de incorporar para garantizar sus negocios, así como ampliar la educación y los conocimientos. Porque, si desde hace muchas décadas se ofrece a los niños una educación vial, ¿cómo se puede ignorar una mínima educación digital? En fin, esa Estrategia ha creado un Foro Nacional de Ciberseguridad que entrelazará los conocimientos entre tantos especialistas como investigan y trabajan en España.

Y, sobre todo, están pendientes de esos desafíos las instituciones europeas que quieren mantener el privilegiado espacio de libertad, seguridad y justicia en su territorio. Así, además de las previsiones que ya conocemos para proteger los datos personales, otros acuerdos importantes se están adoptando. Por ejemplo, se ha reorganizado y dotado de más medios a la Agencia europea competente en ciberseguridad (ENISA), se han previsto unos mejores instrumentos de relación con los llamados Centros de referencia en los Estados, se ha regulado la expedición de unos certificados de seguridad a los aparatos que se adquieran en Europa, y se están analizando las medidas de seguridad ante el próximo despliegue de las redes 5G.

Ante la perturbación por el vértigo que ofrece un panorama tan angustioso, una idea debe permanecer clara: ha de respetarse la identidad de nuestra civilización que es el reconocimiento y la defensa de los derechos fundamentales y de las libertades públicas en un entorno social y democrático de Derecho. Esto obliga a una renovación de Europa como poder político y también como antorcha de la democracia liberal y del Estado de Derecho. Una luz que no ha de claudicar.

Si en los tiempos medievales se repetía que “el aire de la ciudad hace libres” cuando siervos y campesinos querían desatarse de los vínculos feudales, hoy día es la bandera europea la que ha de contribuir a mantener ese espacio de libertad ante los colosos feudales, ya sean otras potencias, ya las grandes corporaciones.

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