MENSAJE ELECTORAL
Transcribo dos párrafos importantes de un “documento sobre la fraternidad humana”: “La relación entre Occidente y Oriente es una necesidad mutua indiscutible, que no puede ser sustituida ni descuidada, de modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a través del intercambio y el diálogo de las culturas. El Occidente podría encontrar en la civilización del Oriente los remedios para algunas de sus enfermedades espirituales y religiosas causadas por la dominación del materialismo. Y el Oriente podría encontrar en la civilización del Occidente muchos elementos que pueden ayudarlo a salvarse de la debilidad, la división, el conflicto y el declive científico, técnico y cultural”.
“Es una necesidad indispensable reconocer el derecho de las mujeres a la educación, al trabajo y al ejercicio de sus derechos políticos. Además, se debe trabajar para liberarla de presiones históricas y sociales contrarias a los principios de la propia fe y dignidad. También es necesario protegerla de la explotación sexual y tratarla como una mercancía o un medio de placer o ganancia económica. Por esta razón, deben detenerse todas las prácticas humanas y las costumbres vulgares que humillan la dignidad de las mujeres y trabajar para cambiar las leyes que impiden a las mujeres disfrutar plenamente de sus derechos”.
Este documento del 4 de febrero de 2019, al que en nuestro país se le ha dado poca importancia, lo firman el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar Ahmed Al-Fayyed. En el islamismo no hay una autoridad religiosa única pero este Gran Imán está considerado como “una fuente de jurisprudencia” y según un número importante de musulmanes como la máxima autoridad espiritual.
El que estas dos personalidades hayan firmado un documento que contiene, entre otras muchas, las declaraciones antes transcritas demuestra que el diálogo puede transformar profundamente actitudes y pensamientos aparentemente inflexibles. El que un islamista reconozca la debilidad, la división, y el declive científico, técnico y cultural de su mundo y defienda sin reservas la igualdad de género, era algo inimaginable hace muy poco tiempo, como también lo era que un Papa católico aceptara que en la civilización oriental se pueden encontrar remedios eficaces para las enfermedades causadas por la dominación del materialismo.
En un momento próximo, acabaremos aceptando que todas las religiones son verdaderas y que ninguna puede considerarse como la única verdadera. Ese será el culmen del ecumenismo y el inicio de una colaboración profunda entre religiones para afrontar los grandes problemas de la humanidad. El estamento religioso podría, en efecto, ayudar seriamente a mejorar la situación actual de un mundo que está viviendo el drama de unas sociedades dramáticamente divididas y enfrentadas por la infección del populismo y los nacionalismos que se han generado fundamentalmente de un lado, por la creciente desigualdad económica y social y de otro, por el miedo y el rechazo a la inmigración. España es un país en donde estos dos factores pueden llegar a alcanzar una fuerte incidencia y convendría prepararse desde ahora para debatirlos con un mínimo de objetividad y de buen ánimo. No hemos demostrado en los últimos tiempos una especial capacidad para el consenso en temas que lo requieren y aunque es cierto que el mundo político tiene que asumir una cuota alta de responsabilidad, la sociedad civil tampoco ha sabido entender cuál debe ser su papel y protagonismo. Lo cierto es que no hemos avanzado en asuntos como la educación, la sanidad, las pensiones, el problema demográfico, el exceso de deuda pública y otros tantos que el sectarismo partidista y no las diferencias ideológicas, tienen paralizados absurdamente. El hecho de que en España no se hayan registrado nunca coaliciones electorales entre partidos de ámbito nacional es indicativo de esta pobreza dialogante.
Las elecciones generales del 28 de abril han confirmado con claridad que el PSOE y ERC han capitalizado de una manera decisiva su voluntad -más o menos firme o creíble- de encontrar soluciones por vía del diálogo y el consenso, y han moderado su lenguaje y sus posiciones. Este es quizá el mensaje más importante del que deben tomar nota, cara al 26 de mayo, los ganadores y sobre todo los perdedores de estos comicios.
Cataluña seguirá siendo una asignatura extremadamente difícil y peligrosa, pero está claro que los resultados sacan a la luz la fatiga y el cansancio de la ciudadanía entre tanta reiteración de posturas irreconciliables y parecen aconsejar a los independentistas un baño de realidad y de pragmatismo y a los constitucionalistas un profundo esfuerzo de imaginación y una actitud más conciliadora.
Si islamistas y católicos pueden dialogar sin limitaciones, ¿quién puede tener derecho a establecerlas en otros ámbitos? Un diálogo sincero y honesto puede con todo, y en Cataluña podrá con todo. Así se iniciará una nueva época de la vida española y se potenciarán al máximo nuestra capacidad política y económica en un ambiente mucho más confortable y positivo. No es desde luego un objetivo imposible. Es solo extremadamente difícil. Pero para eso nos pagan.
