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¿Ciencias o letras?; por Antonio Garrigues Walker, jurista

22/10/2018
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El día 22 de octubre de 2018, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Antonio Garrigues Walker en el cual el autor considera que las universidades españolas y en conjunto nuestro sistema educativo tienen que reaccionar y poner en marcha sin más demoras un proceso de adaptación a los tiempos actuales.

¿CIENCIAS O LETRAS?

Las universidades españolas y en conjunto nuestro sistema educativo tienen que reaccionar y poner en marcha sin más demoras un proceso de adaptación a los tiempos actuales y entre otras tareas pendientes destacan especialmente tres: la eliminación de la separación radical entre ciencias y letras, la aplicación general del método del caso y el desarrollo intensivo del bilingüismo.

Este último tema es decisivo, porque aunque tengamos un idioma tan importante como el nuestro (el tercero más hablado del mundo) el conocimiento de otras lenguas es pobre. Nuestros jóvenes hablan pocos idiomas si lo comparamos con sus coetáneos europeos y ello es un hándicap en muchos aspectos. Ha mejorado algo el uso del inglés, pero idiomas como el chino, el japonés y el árabe y en menor medida el alemán son prácticamente desconocidos en España y su conocimiento supondría una importante ventaja competitiva y prácticamente un seguro de trabajo. Ello ayudaría así mismo a un mejor conocimiento de la geopolítica, un tema por el que no se tiene en nuestro país y especialmente entre los universitarios un especial interés. No tenemos una mente global. “No vemos el mundo redondo”, como pedía Henry Kissinger, con lo cual ignoramos las inmensas oportunidades políticas, económicas y culturales que podríamos tener a nuestro alcance.

La aplicación general del “método del caso” aunque ya está implantado en nuestras escuelas de negocio más importantes, y, aunque ya empieza a asumirse a nivel académico, le falta mucho recorrido en muchas universidades públicas y privadas. El decano Christopher Langdell de la Universidad de Harvard, puso en marcha este método en 1870 porque entendía que las lecciones magistrales no lograban atraer el interés ni la involucración de los estudiantes, y sí más bien su fatiga y su aburrimiento. Desde entonces domina todo el sistema educativo anglosajón, ya está incorporado al Espacio Europeo de Educación Superior, y gana aceleradamente adeptos en todo el mundo. Lo importante para Langdell era estudiar las realidades jurídicas, económicas y sociológicas de una manera más realista y más práctica, obligando a los profesores y a los alumnos a llevar a cabo análisis más directos, ejercicios de comparación y debates contradictorios con el objetivo de buscar alternativas y soluciones concretas a problemas concretos. Hay que lograr que este método se implante a todos los niveles porque mejoraría aceleradamente el interés por el estudio y el nivel educativo final.

El tema más preocupante es el que obliga a los universitarios a optar entre ciencias y letras. Existe un inmenso número de estudios aconsejándoles a través de tests y otros análisis a elegir adecuadamente cuál de las dos opciones les interesa más o se adapta mejor a su personalidad e inclinaciones. Por el contrario hay muy pocos ejemplos en España de profesores o expertos educativos que nos hagan ver que esta es una opción peligrosa y sin sentido, especialmente en una época en la que revolución tecnológica y científica va a dominar y a influir en nuestras vidas de forma claramente positiva en muchas áreas y peligrosamente negativa en otras. Ignorar esta realidad tendría algo de suicidio intelectual.

Hay que estudiar ciencias y letras, matemáticas y humanidades, algoritmos y emociones. No hay que establecer ningún límite a la curiosidad intelectual. Hay que aceptar de una vez para siempre que la complejidad creciente -decía Wagensberg que el progreso no era otra cosa que “un avance hacia la complejidad”- demanda una visión desde distintas ópticas, pues ninguna sola se basta para penetrar en los problemas que estamos viviendo. Un estudiante que opte entre ciencias o letras tendrá graves limitaciones para entender lo que está pasando y lo que puede pasar en el mundo.

Tenemos que tomar buena nota de las recientes declaraciones de Andreas Schleicher, responsable educativo de la OCDE y creador del informe PISA, que afirma, entre otras buenas cosas, que “las leyes educativas españolas son casi del siglo XIX” y añade que nuestros profesores “parece que trabajan en una cadena de producción”. No creo que España sea el peor país europeo en el mundo educativo pero estoy convencido de que tenemos, en efecto, una enorme resistencia al cambio y una pereza innovativa profunda e inexplicable, aunque ya existan algunas excepciones -Ashoka y otros pocos ejemplos- que podrían dar base a un cierto optimismo.

En cualquier caso hay que mantener vivo este debate y habrá que hacerlo en el seno de la sociedad civil dando por seguro que el mundo político no está en condiciones de asumirlo. Tienen otros muchos temas -en general menores y estériles- de los que se ocupan con verdadera pasión y toneladas de sectarismo. Hay que dejarles, de momento, en su gueto y reclamar a los líderes educativos que se empiecen a poner al día. Basta con desperezarse, perder el miedo y echarle ganas. Eso es lo que ha hecho, también en la Universidad de Harvard, el reciente premio Princesa de Asturias, el profesor Michael J. Sandel, que se ha convertido en el más popular del mundo, preguntando por ejemplo si es justa la reventa de entradas para un concierto de Beyoncé y prohibiendo a los alumnos que lleven a la clase móviles, tabletas y ordenadores personales.

Aún quedan otros temas significativos como el de la formación permanente para estar al día de los cambios también permanentes y una mayor cercanía y vinculación al mundo empresarial y profesional, pero afrontando los ya citados nos pondríamos en el buen camino para superar también estos. Vamos, en definitiva, a enderezar el mundo de la educación, vamos a aceptar de verdad que es la asignatura pendiente más dolorosa y urgente que tenemos, vamos a pensar, por fin, que no tiene nada de imposible superarla, incluso con nota. ¡Para eso nos pagan!

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