UN DESCONOCIDO EN LA CAMPAÑA EUROPEA
El tratado de comercio e inversiones entre Bruselas y Washington se ha convertido en el tema que sobrevuela estas elecciones europeas. La deriva de Ucrania hacia el conflicto civil ha propulsado las negociaciones hasta el nivel de las conversaciones estratégicas de la Guerra Fría. Se trata, por supuesto, de llegar a metas tan pacíficas como el aumento del empleo y el crecimiento en las sufridas economías del bloque occidental. Pero la agenda tiene una ambición ulterior, como ha hecho notar Mike Froman, el representante de Estados Unidos.
Los acuerdos a los que se lleguen sobre estándares comunes o de reconocimiento mutuo de normas serán la referencia para fijar futuros estándares globales, que proyecten de forma universal valores atlánticos comunes. Es decir, el tratado comercial en ciernes debería servir para aplicar el modelo de gobierno de la globalización que conviene a los países que la originaron, pero que hace tiempo dejaron de competir con ventaja en ella. Froman estudió Derecho en Harvard con Barack Obama, tras realizar un doctorado en Oxford, y es una de las pocas voces proeuropeas del círculo cercano de amigos que le acompaña desde su primer día en la Casa Blanca. Las cancillerías de Berlín y Londres piensan más en firmar el Tratado que en la campaña electoral europea, a pesar de la diferencia de niveles de protección entre los dos mercados.
Existen formas de atender las cautelas medioambientales y laborales, así como de sortear las reservas francesas en su querida excepción cultural. Washington ha elevado la apuesta al anunciar que las exportaciones de gas a Europa podrían formar parte del pacto atlántico.
El expansionismo ruso y la gigantesca sed de energía de China han acabado por convencer a los norteamericanos de que deben jugar la baza mundial de la diplomacia energética. Es una opción menos inquietante que el aislacionismo, tan tentador una vez que Estados Unidos ha descubierto que ya no depende del exterior ni en gas ni en petróleo.