EL PARLAMENTO EUROPEO COMO ESPEJO
Se van acercando las elecciones europeas, las más importantes desde 1979, como también se viene avisando, en tonos cada vez más inquietos, de que vamos hacia el Parlamento más antieuropeo jamás visto. Voces de alarma que tienen razón, por ese mix en ciernes de la apatía de una mayoría de ciudadanos hacia Bruselas-Estrasburgo y el voto nacionalista de castigo, movilizado por varios frentes de rechazo. En esta lista anti-Europa están incluidos el 5 Estrellas italiano, el Frente Nacional en Francia y el Partido de la Libertad holandés, la Syriza de Grecia o la ERC independentista catalana. Lo que está en juego el 25 de mayo es que estas voces tan distantes del proyecto europeo no usen al Parlamento Europeo de altavoz y espejo para crecer en voto en los comicios nacionales.
Por ello es preciso debatir y votar en europeo sobre una Unión que afecta ya a casi todas las áreas de nuestra vida. Como hemos comprobado en la crisis de la moneda, la interdependencia entre las decisiones de los gobiernos nacionales solo se pueden gestionar en un espacio público común llamado UE. El gobierno económico europeo que empieza a emerger exige poder elegir entre distintas visiones de Europa en competencia. Es cierto que la alternativa de Jean-Claude Juncker o Martin Schulz para presidir la Comisión no es exactamente un duelo emocionante entre renovadores de la política. Pero la posibilidad de votar para que la mayoría de los ciudadanos europeos diga quién preside esta institución es un avance capital. La Comisión, a pesar de que ha perdido en capacidad de fijar prioridades, es el embrión del gobierno europeo. No puede limitarse a disciplinar las cuentas de los Estados miembros y carecer de una dimensión claramente política. Solo si enfocamos de este modo las elecciones a un Parlamento con más poder que nunca, evitaremos que la falsificación populista se abra paso, con consecuencias muy negativas para Bruselas y las capitales nacionales.