Diabólicos quirógrafos, o cómo creer la piel de un animal muerto

A Sinibaldo de’ Fieschi –futuro papa Inocencio IV– le parecía inaceptable que uno pudiera creer la piel de un animal muerto. Los documentos escritos en tal soporte eran, para este profesor de derecho canónico, cartas “sobrenaturales” y “milagrosas”, en tanto que su validez podía prolongarse más allá de la existencia biológica de los firmantes (Rodríguez-Velasco, “Political Idiots”). Todo ello, pensaba y aun decía Sinibaldo, iba contra el derecho de gentes. No le faltaba razón. En nada. Por un lado, él estaba asistiendo, a principios del siglo XIII, a la profusión de todo tipo de documentación y a su inclusión como prueba o como evidencia en los procesos judiciales. Los cuerpos de las gentes se iban haciendo reemplazables por otro tipo de cuerpo, el cuerpo documental, y por otro tipo de persona, la persona jurídica. Sinibaldo podría también estar viendo hasta qué punto se producía, junto a esta profusión, la elevación social y política de todo un grupo de profesionales encargados de mantener el negocio de la escritura jurídica, es decir de los –en sentido lato– oficiales notariales (…).

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