EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA: MAGISTER MAGISTRORUM
El pasado día16 de septiembre fallecía en su casa de Madrid, a los 90 años de edad, el que quizás pueda calificarse como el jurista más importante del siglo XX, D. Eduardo García de Enterría. Fue Letrado del Consejo de Estado desde muy temprana edad, Catedrático de Derecho Administrativo, el primer juez español del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Premio Alexis de Tocqueville del Instituto Europeo de Administración Pública, Premio Internacional Menéndez Pelayo, Doctor Honoris Causa por la Sorbona, Bolonia y otras muchas Universidades, miembro de la Real Academia Española, y un sin fin de títulos más que no hacían sino adornar a alguien ya de por sí valioso, a una extraordinaria personalidad, un jurista y una persona excepcional a quienes muchos definíamos con solo dos palabras: El Maestro. Pero no era sólo eso, era, además, un Maestro de Maestros, pues sólo así puede calificarse a quien consideran como tal juristas de la talla de Alejandro Nieto, Sebastián Martín-Retortillo, Ramón Martín Mateo, Ramón Parada o Tomás-Ramón Fernández, por citar sólo algunos de sus primeros discípulos.
Basta leer los artículos y obituarios publicados en distintas webs y en los periódicos de cualquier color, y de cualquier rincón de España, (El País, El Mundo, ABC, La Vanguardia, El Imparcial...), para intuir la grandeza del personaje. No soy yo el más cualificado para hacer ahora y aquí una semblanza curricular del mismo -sería toda una osadía por mi parte-, pero sí quiero dejar constancia del privilegio que ha supuesto para nosotros su paso por la Universidad de Jaén, aunque creo que sería más acertado hablar de la impronta dejada entre quienes en ella nos dedicamos al Derecho Público y, más en concreto, al Derecho Administrativo. Y es que, en efecto, desde sus orígenes, la presencia del Maestro, de uno u otro modo, ha sido constante en nuestra Universidad, de ahí que siempre nos hayamos considerado como miembros de su Escuela, una obra sin parangón en ninguna otra disciplina ni casi, podíamos decir, en ningún otro país del mundo. Y lo somos, en primer lugar, porque, pese a su juventud, un discípulo directo suyo, el prof. Jiménez-Blanco, fue el primer Catedrático de Derecho Administrativo de la UJA y lo ha sido durante 18 fructíferos años. En ellos, quienes nos tenemos por sus discípulos, nos hemos considerado también discípulos del Maestro, nietos suyos, como en cierta ocasión le dijimos. Y hemos sido testigos y recipiendarios de muchas de sus proverbiales virtudes: su accesibilidad, su generosidad y su disponibilidad. De hecho, cuantas veces hemos querido contar con su presencia, él ha aceptado visitarnos, con su entusiasmo característico, para deleitarnos, con sencillez y modestia, con su singular magisterio.
La primera ocasión tuvo lugar con motivo de la aprobación de la Ley de la jurisdicción contencioso-administrativa de 1998. Por entonces ya supo ponernos de manifiesto su agudo juicio acerca de la nueva norma que venía a sustituir a la ya clásica de 1956. Y lo hacía con la autoridad de alguien que, desde aquella lejana fecha y en el seno de una Dictadura, como jurista avezado, había ido creando los conceptos, las estructuras..., en definitiva, poniendo las mimbres de lo que luego habría de ser el núcleo esencial del Estado democrático que hoy disfrutamos y que vendría a consagrarse en el texto constitucional de 1978 que tanto le debe.
Más tarde, acudió, con legítimo orgullo, a la investidura como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Jaén, de uno de sus más cercanos y queridos discípulos el Prof. Tomás-Ramón Fernández Rodríguez, cuyo nombramiento rectoral coincidió casualmente con el del escritor Muñoz Molina, con quien el Maestro compartiría un merecido puesto en la Real Academia Española. Porque también Don Eduardo destacó en el ámbito de las Letras, no ya como un escritor jurídico de primer orden muestra de lo cual era la cuidadísima prosa de sus innumerables libros y artículos-, sino también por sus específicos estudios literarios sobre Borges o Hamlet, por ejemplo. De hecho, leyendo a García de Enterría uno comprende el aserto de Miguel Delibes cuando afirmó que él aprendió a escribir en las Lecciones de Derecho Mercantil de Garrigues.
Por último, gozamos de su presencia en uno de los clásicos encuentros anuales de la Escuela, allá por el mes de junio de 2009. Esta vez fue en Baeza y Úbeda. La UJA quiso hacerle un modesto homenaje en el Aula Magna del Palacio de Villardompardo, de la sede Antonio Machado, de la Universidad Internacional de Andalucía, entregándole su insignia de oro, a lo que él respondió con unas sencillas palabras, verdaderamente emocionantes, subrayando que consideraba un exceso el programa que le habíamos preparado. Allí disfrutó, con la avidez y el interés de un joven estudiante, de las explicaciones de los guías, se interesó por los documentos custodiados en el magnífico Archivo Municipal de Úbeda, pero, ante todo y sobre todo, disfrutó de la cercanía y el cariño de cuantos le acompañábamos, a quienes no desaprovechaba la ocasión para darnos las gracias por estar allí.
Hoy esta parte de su Escuela en Jaén, como toda ella, conformada por el Maestro como una familia, experimenta un gran sentimiento de orfandad aun cuando, a la par, nos consuela la convicción de que alguien como D. Eduardo, no muere del todo, que su recuerdo no quedará en el olvido, pues nos deja no sólo un impagable legado de obras imperecederas, sino el acrisolado ejemplo de un rigor intelectual, de una honradez y una generosidad, por desgracia, nada comunes en la Universidad española. Gracias, Maestro. Descanse en paz.
Diario Jaén 25.09.13