EL CIELO SOBRE BERLÍN
La mujer hoy más poderosa de la tierra, según Forbes, empezó a gobernar en el 2005 siendo vista como una figura casual y secundaria. Una líder de transición con la cual relevar a dos cancilleres de genuino poderío, los Köhl y Schröeder. Esta recusable miopía de los analistas en su propio país no fue defecto sólo suyo, ni de los funcionarios de la Unión Europea, ni de los observadores internacionales. Casi nadie acertó a sospechar que su estilo soso de gobierno fuera a ser premiado con tres mandatos consecutivos como se presume que sucederá el domingo. En las antípodas de Margaret Thatcher, pero a punto de igualar el número de sus triunfos electorales, en un sistema constitucional en el que los cancilleres no están sometidos a limitación temporal alguna en su paso por el poder. La política venida del Este marca ya toda una generación europea, practicando un estilo de poder realista, volcado en la gestión a corto plazo de las crisis y sin grandes horizontes. La combinación de grisura y astucia se traducirá en buenos resultados electorales dentro de dos días si vence a su primer enemigo, una elevada abstención, después de muchos reveses sufridos por su partido en comicios regionales, en los que la fatiga social por la carestía de la vida se ha hecho presente.
La UE de los próximos diez años llevará su impronta: una federación juridica apoyada en una confederación política, en la que aumentan las diferencias de poder entre Alemania y el resto, y en la que solo a medias se constituye una union económica alrededor de un euro rediseñado en plan low cost, sin arriesgadas reformas de los tratados europeos. Las uniones bancaria y fiscal pendientes seran de mínimos y al Banco Central Europe no se le permitirá mutar en Reserva Federal. Merkel recela de las transferencias de poder y recursos a Bruselas y no entiende el proyecto comunitario de una democracia europea compatible con las democracias nacionales. Al dirigir una potencia hervíbora, con graves limitaciones en materia de defensa, seguirá necesitando que Francia y el Reino Unido sean voces europeas en el mundo y no osará modificar su dependencia de Rusia en cuestiones energéticas.