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Santiago Muñoz Machado

Apología del Abogado General Ruiz-Jarabo

13/09/2013
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La presentación pública, en la oficina de Madrid de la Comisión Europea, del hermoso libro preparado en homenaje de Dámaso Ruiz-Jarabo Colomer (El Derecho de la Unión Europea visto por el Abogado General, Iustel, 2013. Participan como coautores D. Berberoff Ayuda, A. Calot Escobar, M. Campos Sánchez-Bordona, B. Correa Guimerá, J. L. Gil Ibáñez, J. Huelin Martínez-Velasco, M. López Escudero, A. Pérez van Kappel, M. I. Rofes i Pujol, A. Santamaría Dacal y D. Sarmiento) me da ocasión para escribir unas páginas de recuerdo de mi viejo amigo. Me ofrecieron participar en su liber amicorum, ya editado meses atrás, y no tuve tiempo de hacerlo con la dedicación que la ocasión y el personaje reclamaban. Además, aun reconociendo que a veces, excepcionalmente, esas convocatorias para escribir homenajes en concurrencia llevan a la edición de libros espléndidos (es modélico, por ejemplo, el que Iustel acaba de editar, coordinado por Javier Martínez-Torrón y otros, en homenaje al profesor Navarro-Valls, Matrimonio, religión y Derecho en el siglo XXI, dos volúmenes, Madrid, 2012), lo normal es que los invitados aporten colaboraciones ya usadas con otros propósitos, o que se salga al paso con cualquier escrito durmiente que se concluye con premura, o se empleen otras argucias impuestas por la falta de tiempo, la multiplicación de compromisos iguales y, a veces también, por la liviandad de la amicitia de quienes de esta manera contribuyen a engrosar el liber amicorum. (…).

Santiago Muñoz Machado es Catedrático de Derecho Administrativo.

El artículo fue publicado en El Cronista n.º 36 (abril 2013)

La presentación pública, en la oficina de Madrid de la Comisión Europea, del hermoso libro preparado en homenaje de Dámaso Ruiz-Jarabo Colomer (El Derecho de la Unión Europea visto por el Abogado General, Iustel, 2013. Participan como coautores D. Berberoff Ayuda, A. Calot Escobar, M. Campos Sánchez-Bordona, B. Correa Guimerá, J. L. Gil Ibáñez, J. Huelin Martínez-Velasco, M. López Escudero, A. Pérez van Kappel, M. I. Rofes i Pujol, A. Santamaría Dacal y D. Sarmiento) me da ocasión para escribir unas páginas de recuerdo de mi viejo amigo.

Me ofrecieron participar en su liber amicorum, ya editado meses atrás, y no tuve tiempo de hacerlo con la dedicación que la ocasión y el personaje reclamaban. Además, aun reconociendo que a veces, excepcionalmente, esas convocatorias para escribir homenajes en concurrencia llevan a la edición de libros espléndidos (es modélico, por ejemplo, el que Iustel acaba de editar, coordinado por Javier Martínez-Torrón y otros, en homenaje al profesor Navarro-Valls, Matrimonio, religión y Derecho en el siglo XXI, dos volúmenes, Madrid, 2012), lo normal es que los invitados aporten colaboraciones ya usadas con otros propósitos, o que se salga al paso con cualquier escrito durmiente que se concluye con premura, o se empleen otras argucias impuestas por la falta de tiempo, la multiplicación de compromisos iguales y, a veces también, por la liviandad de la amicitia de quienes de esta manera contribuyen a engrosar el liber amicorum. Debería prepararse esta clase de homenajes con mayor selección y excepcionalidad, para procurar más justicia y dedicación de los autores, y algo menos de precipitación y atolondramiento.

Pese a esta crítica mía a los libros colectivos montados artificiosamente, el que se ha editado en honor a Dámaso Ruiz-Jarabo está hecho con afecto y calidades que lo justifican de sobra.

Este otro que ahora presentamos es, sin embargo, excepcional. Responde a una concepción distinta de los homenajes literarios porque consiste en ensalzar la obra de un autor no mediante discursos o escritos ajenos, sino compilándola y mostrándola en una edición ordenada. Es decir, se trata de fundar el elogio en los textos del autor desaparecido más que en la edición de una retahíla de contribuciones con argumentos heterogéneos. Tal clase de reconocimientos no es nueva del todo. Es incluso normal que, tras el fallecimiento de un escritor destacado o, en nuestro terreno, de juristas relevantes, se publiquen sus obras completas o selecciones parciales de las mismas. Pero es ello más frecuente en el caso de los autores de obras creativas que de los jueces, cuyos escritos son siempre mucho más impersonales y, si han surgido con ocasión de su trabajo en órganos jurisdiccionales colegiados, siempre pueden haber perdido el sello personal para enriquecerse, o impostarse, con añadidos y contribuciones de los demás miembros del tribunal. Es raro, por eso, que se compilen sentencias en un libro homenaje a un juez (el Consejo General del Poder Judicial hizo, por excepción, una compilación de las sentencias civiles de Castán Tobeñas, con un prólogo de Antonio Hernández Gil, Madrid, 1990).

Tiene más sentido que las compilaciones de textos que se redactaron en el marco de procesos judiciales se haga cuando la individualidad de la autoría es esencial a la naturaleza del texto: los dos ejemplos máximos son los votos particulares o disidentes de los jueces en relación con la opinión mayoritaria del tribunal que dicta la sentencia, o los informes de los abogados generales en los sistemas judiciales en los que, como ocurre en el de la Unión Europea, existe tal institución. También son individuales los escritos procesales de las partes, pero, por la misma razón de ser de parte, no suelen reflejar de modo exacto el pensamiento de los profesionales que los redactan por más que puedan ser, a veces, piezas literarias de mucho mérito.

Homenajes consistentes en la compilación y edición de votos discrepantes de un juez hay bastantes. Más en la tradición angloamericana que en la continental europea (allí, como juez unipersonal, los dicta de Edward Coke, o los votos particulares de Holmes, Brandeis o Warren a muchas sentencias del Tribunal Supremo de los Estados Unidos). La compilación de los informes y conclusiones del abogado general Ruiz-Jarabo se acomoda a esta tradición, pero la matiza y mejora mucho. No conozco ningún libro que, como el que presentamos, ofrezca una selección de las mejores piezas de un jurista insigne, preparadas y comentadas por sus colaboradores inmediatos, los letrados que a lo largo de los catorce años largos de servicio de Dámaso Ruiz-Jarabo en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea trabajaron a su lado. Esta circunstancia hace de la obra una pieza valiosísima para conocer la calidad humana y profesional del homenajeado, y la significación de su obra para la evolución y consolidación de determinadas instituciones capitales del Derecho europeo. A cada comentario o nota introductoria se añade el texto presentado y leído ante el Tribunal por el Abogado General para que el lector pueda empaparse en directo del razonamiento que, para cada caso, utilizó.

Comprenderán ustedes que cuando Daniel Sarmiento me escribió para pedirme, en nombre de los que habían sido colaboradores de Dámaso Ruiz-Jarabo, que la editorial que presido publicara esa joya, no tardé un segundo en contestarle ofreciendo mi apoyo. Venían ya rebotados de alguna otra editorial que no había visto, probablemente con razón, grandes desarrollos comerciales en el libro por su contenido especializado. Pero nosotros todavía no nos hemos dejado dominar por ese criterio, aunque tengamos que mirarlo de reojo. El libro, además, está pensado para honrar la memoria de Dámaso Ruiz-Jarabo, con quien seguía en deuda por no haber escrito ni una línea de recuerdo. Me pidieron que prologara este nuevo, pero decliné porque ya contaba con un afectuoso prólogo de Vassilios Skouris, Presidente del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, y, además, porque carecía yo de cualquier título para interferirme en el protagonismo que correspondía exclusivamente a quienes promovieron y prepararon la obra.

No necesito repetir que me ha parecido una forma original y preciosa de plantear el homenaje a un jurista de tanto mérito. Muy útil, además, para entender el Derecho Comunitario y alguna de sus instituciones principales. Así es que doy las gracias, en nombre de Iustel, a sus autores por habernos confiado la edición.

Dámaso Ruiz-Jarabo Colomer nació el mismo año que yo y fuimos compañeros de curso en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense. Por razones que nunca he comprendido del todo, se apoderó de mí en aquella época de estudiante el furor de terminar la carrera enseguida, y esta programación y mi natural tendencia a dispersarme en otras actividades me impidió coincidir siempre en las clases, aunque lo hiciera en la vida ordinaria de estudiante. Trabamos una amistad buena entonces, que se ha mantenido hasta su muerte.

He oído decir hace poco, a nuestro común amigo Alfonso Sabán, también compañero de curso y hoy magistrado de lo contencioso-administrativo, que se notan los años que tenemos ya cumplidos porque se nos empiezan a morir los amigos de toda la vida. Tiene bastante afición Sabán por los enunciados escatológicos y, sin perjuicio de que sea verdad lo de los años, los sesenta que tenía Dámaso cuando nos dejó no es edad para morirse, y menos él, que había tenido, desde joven, una salud tan quebradiza que siempre nos permitió pronosticar que sería también, como suele ocurrir, de hierro.

De todos los aprendices de juristas que fuimos amigos desde aquellos años en la Facultad, ninguno tuvo las ideas tan claras sobre su orientación profesional como Dámaso (acaso también Pepe Amérigo Cruz, que supo que sería notario de Madrid desde que empezó primero de Derecho). Él sería juez. Era de familia de magistrados muy notables y seguiría esa estela. “Sería como el tío Paco”. El tío Paco (D. Francisco Ruiz-Jarabo, ministro de justicia y presidente del Tribunal Supremo en su día) se convirtió en el tío de todos los compañeros más cercanos en las chanzas juveniles, y lo usábamos como referencia de autoridad aunque no lo habíamos visto nunca. “Se lo podemos decir al tío Paco”, aducíamos con normalidad. O “Verás como se entere el tío Paco”, decíamos.

Fue juez, Dámaso, al ganar las oposiciones poco después de terminada la carrera. Y quedó en ese instante concluida la definición de los rasgos de su personalidad, que se mantendría desde entonces sin más cambios que los precisos para enriquecerse continuamente. No cambió ni físicamente a lo largo de los años. No engordó un gramo, mantuvo esa apariencia juvenil, siempre cuidada, enjuta, frágil, de hombre atildado, más alto que bajo, rostro algo aguileño marcado por una mirada muy abierta y la nariz algo afilada; siempre de trato cordialísimo y educación exquisita. Quizá, fijándose bien, el único elemento físico diferencial que apareció con los años fueron dos pequeñas arrugas en la mitad del rostro, que le daban una apariencia falsa de tristeza. En las relaciones con los demás le favorecía su memoria para recordar las circunstancias personales de sus interlocutores, y la expresión amable, remarcada con una vocalización perfecta. A pesar de que cuando se trasladó a Luxemburgo nos veíamos menos, le visitaba yo cuando pasaba por el Tribunal de Justicia por razones profesionales o nos encontrábamos en sus venidas a España, casi siempre para atender, cuando podía, ocasiones para dictar conferencias. Dámaso fue de esa clase de amigos que no es necesario frecuentar para que el recuerdo y el afecto no se pierdan. Estaban bien enraizados y resurgían y se manifestaban con la misma viveza en cuanto que retomábamos el contacto; como si nos hubiéramos visto el día anterior la última vez y supiéramos absolutamente todo lo que habíamos hecho de importancia entretanto.

Aunque pasó por todas las etapas de la carrera judicial hasta ser nombrado finalmente magistrado del Tribunal Supremo, siempre avanzó con rapidez hacia lo más alto. Durante sus primeros años de juez probó a compatibilizar sus funciones con otras tareas universitarias en el área del Derecho administrativo en la que yo estaba alistado. Aunque terminó por abandonar ese empeño, mantuvo una vocación por el estudio y el conocimiento de la doctrina jurídica que lo han caracterizado siempre en su actividad como juez, en la que es fácilmente apreciable cómo superaba con mucho las prácticas rutinarias y manejaba con soltura todo lo publicado sobre los problemas que tenía que afrontar.

Su trayectoria profesional ya ha sido contada con ocasión de este y otros homenajes organizados tras su muerte, de modo que puedo ahora centrarme en comentar los escritos compilados en el libro El Derecho de la Unión Europea visto por el Abogado General que presentamos.

Dámaso Ruiz-Jarabo escribió más de trescientos informes o conclusiones en los diversos procesos en que actuó como abogado general ante el Tribunal de Justicia comunitario. No están recogidos todos en el libro. Sus autores han hecho una selección de los más relevantes, casi siempre considerando la materia a la que se refieren, la dificultad del asunto planteado ante el Tribunal de Justicia y, especialmente la originalidad del enfoque o las aportaciones que, en cada caso, contenía el correspondiente escrito de Ruiz-Jarabo. Los textos elegidos se han clasificado y ordenado en diez capítulos que tienen el mismo orden que ofrecería un buen manual de Derecho Comunitario: comienza con las fuentes del Derecho de la Unión y su relación con los ordenamientos internos, siguen la justicia de la Unión y los derechos fundamentales, y se ordenan después, sucesivamente por materias, alguna de las regulaciones de políticas europeas más caracterizadas. Tenga por seguro quien lo lea o consulte que aprenderá Derecho de la Unión y quien lo conozca bastante también encontrará un magnífico recordatorio que, además, le aclarará problemas y enriquecerá.

... (Resto del artículo) ...

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