UN HECHIZO ROTO
Un sondeo reciente del prestigioso Pew Research Center sitúa a los alemanes a la cabeza de los que están dispuestos a ceder soberanía para rediseñar el euro. El hecho de que la mitad del país entienda que sin un cierto gobierno económico europeo no habrá salida de la crisis es un dato alentador, aunque esta actitud hay que entenderla desde categorías políticas domésticas. La evolución de las decisiones de su tribunal constitucional es un buen termómetro del giro en la manera de pensar alemana.
A principios de los noventa, el alto tribunal reclamaba el derecho a decidir qué ámbitos quedaban al margen de la integración europea como dominios reservados, típicamente materias delegadas a sus regiones. En nuestros días, el principio que se defiende desde Karslruhe es la protección de la identidad constitucional, un mensaje distinto a la UE.
Se trata de una advertencia que lleva a condicionar el contenido de la legislación europea en torno al euro y a subordinar su desarrollo al control de jueces, legisladores y ministros alemanes. Es decir, se pasa de una actitud defensiva, poco práctica en una Unión que legisla por mayoría hacia objetivos muy generales, a una proyección del contrato social alemán al nivel europeo y a otros ámbitos nacionales.
De ahí la insistencia a todos en la austeridad y la senda de las reformas y también los titubeos de Berlín sobre cómo r e di s e ñar e l euro conforme a reglas, bien sea dentro de los tratados, fuera de ellos, oconuna reforma de los mismos. Mientras Alemania pasea su ensimismada identidad por la eurozona, otro dato de la misma encuesta revela que Francia es el país en el que el europeísmo cae más deprisa. Este derrumbe del sentimiento pro-europeo, un año después de la llega da de François Hollande al Elíseo, debería llevar a Alemania a romper su propio hechizo y, por fin, componer intereses con mentalidad europea en torno a la moneda común.