UNA JORNADA PARTICULAR
La jornada familiar y campestre de Angela Merkel y David Cameron, ha potenciado la única entente entre alemanes y británicos a lo largo de la integración europea de los últimos veinte años: los dos están de acuerdo en que la Unión debe frenar su expansión continuada hacia nuevas áreas de actuación. Londres nunca aceptaría un súper Estado europeo y Berlín solo lo haría si supusiera la traslación de toda su cultura constitucional al plano comunitario, y los alemanes votaran dejar de ser alemanes, un planteamiento absurdo y un ejemplo de cómo la razón sueña monstruos. Esta apuesta anglo-alemana por enfriar los ánimos más europeistas se ha hecho presente en las reformas de los tratados desde 1992. En cada una de estas negociaciones, la diplomacia de ambas cancillerías han propuesto mecanismos de freno y limitación de poderes de la Unión, sin mucho éxito.
La crisis de la moneda única allana el terreno a su discreta alianza a favor del no. La agenda británica que pide repatriar competencias europeas ya no suena tan excéntrica y menos el decidido propósito alemán de ir despacio y controlar y condicionar unilateralmente cada paso nuevo para rediseñar el euro. Wolfgang Schäuble ha anunciado a continuación del vis a vis Merkel-Cameron que antes de poner en pie los obligados mecanismos comunes para reestructurar bancos y ofrecer un sistema común de garantía de depósitos, hay que reformar los tratados europeos, otra jarra de agua helada servida a los que esperan una solución europea rápida de la actual crisis. En un clima nublado por el paro y la recesión, la modificación por unanimidad de las reglas del juego cuenta con muchas posibilidades de fracasar. Mario Draghi ha reaccionado con una velada amenaza, al recordar a todos que el Banco Central Europeo no puede resolver por sí mismo los problemas de la moneda, tan solo comprar tiempo para que las reformas nacionales y europeas tengan lugar cuanto antes.