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Aurelio Menéndez Menéndez

Jovellanos, educador y político para nuestro tiempo

18/01/2013
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Para un gijonés como yo, hablar sobre Jovellanos en Sevilla es un privilegio, porque, no en vano, el ilustre personaje, nacido en Gijón, fue cautivado por Sevilla, donde vivió, quizás, la etapa más feliz de su vida, la llamada “década sevillana” de Jovellanos que va de 1768 a 1778, y adonde llegó con 24 años de edad y tuvo que despedirse cumplidos los 34 años. ¿Cuántas veces repitió la frase “En Sevilla me han hecho las entrañas”? Esta fue para él una etapa de encanto de esta ciudad, la segunda ciudad de la monarquía en aquel entonces, con sus ochenta mil habitantes, cuando ya se presentaba con esa atracción y ese significado artístico, cultural y urbano que siempre ha conservado. Aquí llegó Jovellanos con el nombramiento de Alcalde del Crimen en la Audiencia, una profesión que le permitió ver la dureza y la confusión del ordenamiento –más bien “desordenamiento”– jurídico de entonces y elevar su condición de jurista” (…)

Aurelio Menéndez Menéndez es Marqués de Ibias, Catedrático emérito de Derecho Mercantil, Ex Ministro de Educación y Ciencia, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.

El artículo fue publicado en El Cronista n.º 32 (noviembre 2012)

1. Debo comenzar mi exposición expresando mi agradecimiento. Gracias a esta “Real Academia Sevillana de Legislación y Jurisprudencia” y, específicamente, a su Presidente D. Pedro Luis Serrera, por esta distinción de “académico de honor”, sin duda superior a mis merecimientos y que me llena de orgullo. Más aún cuando vengo a suceder a una personalidad de tanto relieve como fue, a lo largo de toda su vida, Juan Vallet de Goytisolo, figura particularmente brillante de nuestros estudios jurídicos, excelente Notario, cultivador muy destacado de la Cultura y el Derecho, todo ello dentro de una gran calidad humana. Su fallecimiento nos ha dejado un vacío irreparable porque, no en vano, ha sido uno de los grandes juristas de nuestro siglo XX y un ejemplo para todos los profesionales del Derecho.

Gracias también a Manuel Olivencia, maestro y amigo, con muchos años de íntima amistad –la empezamos ya en la década de los cincuenta– profesor, maestro y jurista hacia quien siempre he sentido mucho afecto y una singular admiración. Él fue el primero que me habló de la distinción que me habéis concedido y, al final, como siempre, acabé por “obedecerle”, encantado con la alta significación de su propuesta.

Y gracias, en fin, por haber aceptado que mi modesta lección de ingreso lo fuera sobre Jovellanos. Para un gijonés como yo, hablar sobre Jovellanos en Sevilla es un privilegio, porque, no en vano, el ilustre personaje, nacido en Gijón, fue cautivado por Sevilla, donde vivió, quizás, la etapa más feliz de su vida, la llamada “década sevillana” de Jovellanos que va de 1768 a 1778, y adonde llegó con 24 años de edad y tuvo que despedirse cumplidos los 34 años. ¿Cuántas veces repitió la frase “En Sevilla me han hecho las entrañas”? Esta fue para él una etapa de encanto de esta ciudad, la segunda ciudad de la monarquía en aquel entonces, con sus ochenta mil habitantes, cuando ya se presentaba con esa atracción y ese significado artístico, cultural y urbano que siempre ha conservado.

Aquí llegó Jovellanos con el nombramiento de Alcalde del Crimen en la Audiencia, una profesión que le permitió ver la dureza y la confusión del ordenamiento –más bien “desordenamiento”– jurídico de entonces y elevar su condición de jurista, defensor de la modernización de las leyes, tanto en su obra literaria –recordemos su pieza teatral “El delincuente honrado”–, como en sus estudios jurídicos, sobre todo en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia en Madrid, bajo el significativo título de “Sobre la legislación española y la necesidad de unir a su estudio el de la Historia y Antigüedades”.

Aquí en Sevilla tuvo también la fortuna de conocer a uno de los políticos ilustrados de mayor relieve: el peruano Pablo de Olavide, y cuantos han hablado de Jovellanos están de acuerdo en lo que representó para él la famosa “tertulia de Olavide”, especialmente en la consolidación definitiva de sus ideas ilustradas, en el incremento de su gran cultura, en el aprendizaje de la lengua inglesa e, incluso, en su misma vida amorosa que, en lo que nos consta, sigue siendo una “total nebulosa”, oculta, hasta en sus mismos Diarios y correspondencia.

Por todo ello, no ha de sorprender que Jovellanos saliera llorando de Sevilla y recordando sus años de poeta y enamorado:

“Voyme de ti alejando por instantes,

¡oh gran Sevilla, el corazón cubierto

de triste luto y del continuo llanto,

profundamente aradas mis mejillas”.

Lejos estaba entonces de su segunda estancia en Sevilla, tres décadas más tarde, a fines de 1808, cuando ya había sufrido el destierro y encarcelamiento en Mallorca, en los días de cierto rigor de la vida monacal en Valldemossa y la algo más grata en el castillo de Bellver. Después vino su precipitada estancia en Barcelona, su encuentro con Palafox en Zaragoza, la continuidad de su viaje velando por su salud en la localidad alcarreña de Jadraque y, tras su breve retorno a Madrid y Aranjuez, su regreso a Sevilla, la “ciudad de su juventud”, como miembro principal de la Junta Suprema y Gubernativa del Reino, permaneciendo aquí hasta una nueva huida a la gaditana isla de San Fernando (en aquel momento isla del León) a finales de 1810.

Ni en toda esa última etapa, ni en la posterior marcha hacia su querido Gijón y su fallecimiento en la villa asturiana de Puerto de Vega el 29 de noviembre de 1811, huyendo de los franceses, pueden recordarse sin ese amargo tiempo en que vivió de nuevo y sufrió las maledicencias y sinsabores de la actividad política. El resumen de esa época, en la que abundó en su posición centrista entre su defensa de la que él llamó, por un lado, “la Monarquía histórica” y, por otro, el progreso de la Ilustración, se puede percibir en estas palabras escritas a su amigo Lord Holland unos días antes de zarpar de Cádiz hacia Asturias: “Todo lo hemos perdido, mi muy querido Lord: estado, honor, patria, existencia; todo lo hemos perdido”.

En la etapa final de su vida, tan llena de la inclemencia política, lejos quedaba también la ilusión del enamorado y poeta de aquélla su Sevilla de la juventud. No es mi propósito hablar de eso, sobre lo que tanto se ha escrito, incluso para poner en duda la calidad de sus versos, pese a su nada despreciable condición de poeta. Sólo quiero aludir a su alta estimación por el desarrollo de la educación (conocimiento básico de la vida colectiva), y situar su figura con su singular valía, en contraste con la insuficiente atención que ha merecido en el quehacer político de nuestro país.

2. En todo caso, este año 2012 en que ya se ha cumplido el bicentenario de su fallecimiento, el nombre de Jovellanos ha vuelto a brillar por la actualidad de su pensamiento y lo que, quizás, es más importante, por su actitud ante la realidad política y social de su tiempo. Hace ya algunos años me permití afirmar que la curiosidad infatigable de Jovellanos, su versátil inteligencia, sus saberes enciclopédicos y su asombrosa laboriosidad le llevaron a tratar con perspicacia y exhaustividad un sinnúmero de cuestiones importantes de la España de su tiempo, con el noble empeño de mejorarlas por las luces de la razón.

... (Resto del artículo) ...

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