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Tienda de locos; por Claro J. Fernández-Carnicero, Vocal del Consejo General del Poder Judicial

10/12/2012
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El día 8 de diciembre de 2012, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Claro J. Fernández-Carnicero, en el cual el autor opina que el Estado no es hoy un ejemplo de funcionalidad y de eficacia en la respuesta a los problemas reales de los ciudadanos.

TIENDA DE LOCOS

En el espectáculo renqueante y disperso que hoy nos ofrece el escenario público, sobran ya motivos de desconcierto y hartazgo, cuando no de un aburrimiento insoportable ante la reiteración interesada de tópicos mostrencos. La falta de un guión que garantice la unidad del argumento esteriliza la reciente puesta a punto, más vale tarde que nunca, de algunos actores. Otros, en su mayoría secundarios, pretenden que se les reserve un tiempo en el que puedan declamar sus propios monólogos, disonantes y ajenos al desarrollo de la obra, muchos de ellos meros ejercicios de provocación chulesca.

Son “las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna”, que merecían ya el desdén de Antonio Machado en su poema “Retrato”. También se han ganado, sobradamente, el nuestro.

El Estado, reconozcámoslo, no es hoy un ejemplo de funcionalidad y de eficacia en la respuesta a los problemas reales de los ciudadanos. Cuando, tras los años de gracia de la Transición, parecía que todos los vientos soplaban a nuestro favor, aparecieron en escena los sembradores de la cizaña de la discordia, aquéllos que en la torturada historia de España siempre cifraron en la división su ganancia.

Así, entre galgos y podencos, la racionalidad que configura y consolida un verdadero Estado democrático se ha visto desplazada por la incongruencia y la contradicción de las sucesivas políticas públicas. La improvisación más audaz y el afán de notoriedad de quienes deberían limitarse a servir a los órganos constitucionales de los que forman parte, han acabado por deslegitimar a éstos, reduciéndolos a una carcasa obsoleta, en la que nadie asume una responsabilidad definida, un papel inequívoco. Mientras tanto, quienes han convertido la crisis financiera en su gran negocio, siguen afanándose en un lucro creciente, ante la debilidad de la respuesta de quienes han sido y son garantes del interés general.

No nos engañemos, ni nos engañe nadie, con voluntarismos bienpensantes. Si no se pone pronto coto a esa deriva en la que estamos, se admita o no, acabaremos en una tienda de locos, como en la mediocre comedia cinematográfica de los hermanos Marx (“The big store”, 1941). En ella, el principal truhán de la trama, quiere saber lo que realmente es el excéntrico señor “Flywheel” (Groucho Marx) y pregunta: “¿Puedo saber lo que es este hombre, detective, guardaespaldas o poeta?”. El interpelado responde: “Las tres cosas, y además soy muy tierno”. La ternura como cuarto oficio no pasa del contrapunto postizo de la madura rentista, Marta (la imprescindible Margaret Dumont), encarnación de la elegancia más impersonal y naturalmente, ubicada entre la ingenuidad y la tontería.

Entre el esperpento y la debilidad mental, ésta no es la “tienda” que necesitamos. Lo único que puede salvarnos de la farsa y del desahucio colectivo que muchos temen, sin atreverse a advertirlo (Casandra tuvo siempre mala prensa), es una respuesta masiva de ejemplaridad y compromiso social. Una respuesta de la ciudadanía que obligue a los principales actores políticos a pactar la salida del enredo y a representar un único guión en la precaria escena. “Por los comunes provechos dejad los particulares”, pedía Gómez Manrique hace ya más de cinco siglos, y así reza en la noble escalinata del Ayuntamiento de Toledo.

Frente a la provocación de los histriones, necesitamos ver reflejados nuestros anhelos, como pueblo consciente de su identidad natural, en la concordia de quienes realmente nos representan a todos. Volviendo al texto de Machado, es hora de pararse a distinguir las voces de los ecos, escuchando solamente, entre las voces, una. Una voz reconocible dentro y fuera de la realidad plural que es España. Una voz a la que todos, libremente, asociemos nuestra esperanza y nuestro esfuerzo.

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