ES LA HORA DE CONTRATAR
Un pueblo basado, pura y duramente, en el economicismo está abocado al fracaso o al menos a una convivencia difícil y borrascosa. La economía está rigiendo de un modo estelar, en los actuales momentos, la vida de los millones de personas que están atrapadas por la crisis. Es una especie de altar ante el que se sacrifican valores, ideas, vivencias y, desde luego, el bienestar (al menos el presente).
Quizá haya que tomarlo como una durísima expiación de los muchos dislates que todos (gobiernos y ciudadanos) hemos cometido en los años de alegre compadreo en los que todo estaba permitido, nada tenía limite y sólo imperaban el buen vivir y el consumo desenfrenado. Puede ser. Pero sin perjuicio de que, por lógica y por justicia, la expiación debería recaer fundamentalmente en los culpables, lo cierto es que el economicismo se ha convertido en el centro de nuestras vidas. Lo que antes era bueno ahora es malo. Lo que antes creíamos que era un derecho en propiedad ahora resulta que era en alquiler y con fecha de vencimiento. Y lo que pensábamos que era ya patrimonio nuestro como el llamado Estado de Bienestar (sanidad gratis, educación gratis, pensiones generosas, etcétera) resulta que tenía unas profundas grietas que amenazaban la estabilidad del edificio.
Todo lo dicho es así y creo que hay una conciencia generalizada -a salvo de voces discrepantes que afortunadamente existen- de que ya nada será igual a lo que había. Que vienen tiempos áridos, de borrascas, de renuncias, de frío. Y también creo que ante la evidencia aplastante de los hechos, hay, como nunca lo ha habido, salvo en las posguerras, una predisposición al sacrificio. Usando un símil deportivo: todos estamos dispuestos a un duro maratón; pero además de esa disposición, se necesita coordinación y establecimiento de reglas. De lo contrario, el maratón se convierte en correría desordenada. En estos momentos los gobiernos tienen la enorme responsabilidad -más que nunca- de diseñar salidas eficaces a la crisis, de impulsar los esfuerzos, explicar todo muy bien a los ciudadanos y de ser firmes en sus decisiones apelando al mayor consenso social y político posibles. Nos jugamos el futuro de bastantes lustros y hay que acertar, pues de lo contrario nuestro compañero vital será el desaliento.
Hace unos días se aprobó por fin la esperada reforma laboral. Aparte del efecto positivo que pueda tener -que lo tendrá- en los llamados mercados, tiene que tenerlo también en nuestra prosperidad como Nación. Es una reforma que he calificado de Transición, porque supone un nuevo Estatuto de los Trabajadores más acorde con las circunstancias económicas y sociales de nuestros días.
Ha introducido flexibilidad en los contratos y en la negociación colectiva, de modo que las empresas encuentren en la norma legal o convencional no una muralla sino una palanca. Nuestro modelo, especialmente el de los convenios colectivos, lo he calificado en ocasiones como Esfinge, por su imperturbabilidad ante las distintas circunstancias por las que atraviesa la empresa en los campos económico, productivo, técnico u organizativo. ¡Lex est Lex! Se aplica el convenio para lo que pase y ello ha llevado, especialmente a las pymes, a despedir o a cerrar en muchas ocasiones. Existía el descuelgue, sí, pero con muchos límites y formalismos. Ahora todo es distinto.
También se ha fomentado la contratación removiendo obstáculos y suavizando los costes de extinción. Pero debo señalar el tremendo error -que ha hecho mucho daño- de que el despido en España cuesta 45 días por año (el doble que en Europa). No es así. Sólo cuesta eso el disciplinario, que es patológico y que no es la principal preocupación del empresario. Sí que lo es, por el contrario, el despido por causas económicas u organizativas y ese tiene un coste de 20 días por año (lo normal en Europa) con un año de tope. ¿Qué ha pasado entonces? Pues que para que este despido prosperase la ley solo daba unas pautas vagas e imprecisas que inhabilitaban -casi- al juez para dictar un fallo. Y de ahí se derivó el perverso deslizamiento a los 45 días. Hoy las causas objetivas han quedado mucho mejor definidas, aunque pueden perfeccionarse.
Pero llegados a este punto, viene mi reflexión principal. Si la reforma laboral se aprovecha fundamentalmente para despedir y no para contratar, la responsabilidad de los emprendedores sería histórica, monumental. No creo en absoluto que se pueda resumir el cambio legal en una patente de corso para el despido. Sigo creyendo firmemente que los empresarios contratan a quien necesitan y sólo despiden a los que no necesitan. Habrá excepciones, sin duda, pero son excepciones. Y lo que la norma no debe hacer, cuando una empresa necesita despedir para ser viable y competitiva, es prohibirlo. Hay que dar una salida razonable y razonable es que el coste de la extinción se aproxime al de nuestros competidores y eso ha hecho la norma. Pero dicho eso, si ahora no se aprovechan las facilidades de contratar sino las de despedir, sería un fiasco enorme.
No jugamos mucho en el envite. El viejo refrán campestre -guarda pan para mayo y leña para abril porque no sabes el tiempo que ha de venir- podría aplicarse a nuestra situación. Es la hora de la responsabilidad social, de la solidaridad, del buen hacer, pues de lo contrario caeremos en un hoyo del que será muy difícil salir. Ahora nos mantiene vivos la esperanza de que esto se va a enderezar; que el empleo aunque tarde algo, comenzará a remontar. Que nuestras vidas tendrán más color. Que perderemos cosas pero ganaremos valores y tantas y tantas más esperanzas. Cada uno en nuestras responsabilidades nos las agostemos. No tendría perdón.