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Prejubilaciones y crisis económica; por José Eugenio Soriano, Catedrático de Derecho Administrativo de la UCM

09/08/2010
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El día 2 de agosto de 2010, se ha publicado en el diario El Economista, un artículo de José Eugenio Soriano, en el cual el autor analiza el papel de las prejubilaciones en la actual crisis económica. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

PREJUBILACIONES Y CRISIS ECONÓMICA

Cualquier intento de explicar racionalmente las prejubilaciones está, de antemano, condenado al fracaso. Tanto porque el que prejubila merecería muchas veces estar él mismo en un asilo, como porque a quienes se prejubila dan la impresión de ser chavales con apenas la barba crecida.

Así cuando un director de Recursos ¿Humanos?, autoritaria y pomposamente, llama o cartea a un profesional de 48 o 52 años para decirle que sobra, simplemente porque tiene que dar paso, según la empresa, a otro de, pongamos 30, ese director tiene como poco 20 años más que el expulsado, muchas veces.

Y ya se cuida él de que no le echen. ¡Faltaría más! Se desmiente así la idea de excelencia, formación y preparación en la empresa. Porque ¿a qué tanto curso de formación, tanta exigencia de seminarios, jornadas, hasta encierros de fin de semana, a qué tanto desarrollo intelectual y emocional, en fin, a qué tanta exigencia, para que te pongan de patitas en la calle en apenas lo que dura un tango? Es una completa contradicción. Y lo peor, genera absoluta desconfianza por la hipocresía con la que quienes muchas veces recién llegados a los puestos directivos -vaya usted a saber por qué- luego resulta que se dedican, horca y cuchillo en mano, a cortar cabezas como deporte favorito. Hay que tener algo de psicópata para dedicarse a un trabajito así. Sobre todo, cuando luego babosean, literalmente, con los jefes, quienes muchas veces en su ancianidad, continúan impertérritos dirigiendo (y muy bien muchas veces) empresas que son verdaderas instituciones, mezcla de cuarteles generales, divisiones acorazadas e infiernos de Dante.

Pongamos ejemplos. Si miramos al Banco Santander, habrá que convenir que está presidido por un banquero de raza de esos que se dan una vez cada tres siglos. Su edad dobla la de muchos de sus profesionales a los que están prejubilando sin haber dado todavía ni la mitad de lo que pueden. Si vamos al BBVA, resulta que su presidente ha pedido y logrado que se le amplíe enormemente la edad de jubilación, dirigiendo con asombrosa y prestigiosa mano un banco que es orgullo, bajo su dirección, de la banca internacional, y mejorando resultados ejercicio a ejercicio.

Y si vamos a Telefónica, está dirigida por un presidente que logra éxito tras éxito, atiende cada vez más al consumidor y muestra, desde su provecta edad, una remozada idea continuada de lo que es hacer un buen negocio, una excelente empresa y, finalmente, un título de orgullo para muchos que admiran su desempeño internacional.

Naturalmente que por dentro se verán las cosas de otra forma. Pero esa visión endógena no es la que ahora interesa. Porque lo que hay que poner de manifiesto es que la ejemplaridad basada en la imitación y experiencia nos dice exactamente que si se permitiera a los profesionales actuar hasta su madurez y no echarles de la empresa cuando todavía son párvulos, esas empresas sumarían a su ya notable desempeño unas trayectorias fiables humanamente que, hoy por hoy, son inexistentes.

Inexistentes, dolorosas y que, a mi juicio, constituyen una de las peores hemorragias para nuestro país.

Que no quepa la menor duda de que esas prejubilaciones las pagamos todos los españoles: tanto incorporando antes a la Seguridad Social a muchos de tales prejubilados, como pagando más altos los servicios que tienen que ofrecer las empresas que han de pagar tales dobles sueldos:

el de quienes echan y el de quienes incorporan.

La inestabilidad creada por esta situación tiene que acabarse. Y como la moda -no es otra cosa- es que todas esas personas son reemplazables y sustituibles por otro cualquiera (lo que es absolutamente falso desde cualquier punto de vista serio, sea profesional, técnico, económico, psicológico) se genera una fuerte desconfianza darwiniana que se paga en términos económicos y sociales.

Y hay fórmulas, desde luego, para saber con bastante exactitud quiénes y cuándo han de dejar las empresas.

Y cómo lograr que la lealtad sea un bien empresarial y no como ahora, que es puro cinismo. Y hay buenos ejemplos de cómo lograr en la sociedad combinar experiencia e innovación (la última no se da sin la primera). Pero será el Estado, visto el insensato e imprudente desempeño social de las empresas, el que tenga que decir que se acabó el rancho y que se terminó lo que se daba.

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