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Entre vándalos; por José Luis Requero, Magistrado

04/05/2010
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El día 1 Mayo 10 se publicó, en el diario La Razón, un artículo de José Luis Requero, en el cual el autor reflexiona sobre lo que está sucediendo con el Tribunal Constitucional -Estatuto de Cataluña- y con el Tribunal Supremo a costa de Garzón. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

ENTRE VÁNDALOS

Una perogrullada: la lucha política es la lucha por el poder, ya se trate de lograrlo, conservarlo o recuperarlo. Dentro de esta lógica se desarrolla la vida institucional. Habrá tensiones; unas veces juego limpio y otras no tanto, pero si se respetan las reglas del juego, habrá normalidad. Como en el deporte. En un partido de fútbol puede haber tensión, bronca entre jugadores, pitadas al equipo contrario o al árbitro. Lo que ya no es tolerable es cuando se cruza la raya y los jugadores se pegan o cuando el “cuadro arbitral” tiene que huir, literalmente huir, no ya del campo, sino del estadio; cuando se apedrea el autobús del equipo contrario; se arrancan asientos, se lanzan al césped o hay heridos y hasta muertos. Aquí ya se habla de vandalismo porque en esas condiciones se tiene la sensación de que, más que deporte, se está entre vándalos. Así titulaba Bill Buford -”Entre los vándalos”- su ensayo sobre los hooligans ingleses.

Llevamos meses en los que algunos han cruzado la raya en el juego del poder, desprecian las reglas del juego y caen en el vandalismo político. Me refiero a lo que está sucediendo con el Tribunal Constitucional -Estatuto de Cataluña- y con el Tribunal Supremo a costa de Garzón. Cuando todo parecía ya dicho, en las últimas semanas hemos oído declaraciones o leído artículos hasta hace poco inimaginables. Perdería el tiempo si citase o comentase algunas de esas barbaridades, todas inimaginables en una democracia consolidada, desarrollada. Sólo desde el interés partidista, desde la lógica del “poder por el poder”, cabe explicar un vandalismo empeñado en llevarse por delante el Estado de Derecho.

Esa lucha por el poder hace que líderes, partidos catalanes -estamos en año electoral- vociferen sin pudor contra el sistema político, contra el Estado de Derecho, y al espectáculo se ha unido el Parlamento catalán; todos contra algo tan básico y elemental como que el ejercicio del poder está sujeto a controles constitucionales y legales: jurídicos en definitiva. Se apela a la razón de partido, a la razón del interés político como fuerza soberana ilimitada e incontrolable.

En este vandalismo hay una causa y una responsabilidad: promover un Estatuto inconstitucional y llevarlo al BOE. Por si esto fuera poco, la irresponsabilidad se supera a sí misma al inyectarse una carga de victimismo nacionalista donde no hay otra cosa sino afán de poder. Se desencadenan así tensiones territoriales y se endosa a los diez miembros del Tribunal Constitucional -si me apuran, a uno- la responsabilidad de que de ellos dependa la historia de España de los próximos cien años. Y ahora la estabilidad.

Más vandalismo. Esta vez los hooligans apedrean el Tribunal Supremo. La izquierda sabe que su adversario, más que la derecha, es la abstención, ya que en medio de una crisis económica terrible, su gente quizá no apoyará a la derecha, pero puede abandonarla. De nuevo la irresponsabilidad le lleva a movilizarse, a fomentar el enfrentamiento y apelar a los fantasmas de siempre: que viene el dóberman, vuelve el fascismo, la caverna avanza. El “no pasarán” devuelve su imaginario a la ciudad rodeada y asediada por el fascismo. Hay que resistir, hay que buscar mártires e iconos, víctimas del fascismo y la intolerancia. Lo fue el doctor Montes, luego la clínica abortista Isadora, más tarde los militares de la UMD y ahora Garzón. Hay que mantener la tensión.

Insisto, detrás de esta lapidación del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional sólo hay una ambición de poder que lo justifica todo, incluso fomentar los enfrentamientos, odios y destrozar las instituciones. Es el marxismo y su materialismo dialéctico, tesis contra antítesis. Quizás en la realidad esa dialéctica no funciona porque la gente no tiene ánimo de enfrentamiento: sólo quiere vivir, sacar su familia adelante y trabajar en paz. No importa: si no hay enfrentamiento, se inventa, y si por el otro lado aparece algún descerebrado deseoso de enfrentarse, mejor. Hemos llegado a un punto de no retorno porque una rectificación -aunque sea razonable- acabará presentándose como la victoria de un bando sobre otro; será el éxito de una minoría vociferante y chulesca que sabrá que puede imponer su ley, amedrentar y someter a las instituciones. Se habrá convertido en una suerte de Latin Kings o Ñetas y España será su barrio.

Vivimos algo más que excesos verbales. Se apunta otra cosa. Por si no fuese bastante con la del Estatuto, vamos a otra mutación constitucional: la que garantice la primacía de la razón política sobre todo límite o control. Se explica así que un viejo político comunista haya dicho que esta Constitución es fruto de la obsesión por el Derecho, que hay que modificarla y plantearse suprimir el Tribunal Constitucional y va de suyo -añado- que si sobra el Derecho, también los otros tribunales: al fin y al cabo están para decir el Derecho. Hay que enterrar la independencia judicial, el principio de legalidad, el control del gobierno, etc. Desde esa lógica, para tanto cadáver se necesitarán unas fosas comunes con capacidad para sepultar todo el Estado de Derecho y sus instituciones.

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