EL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADO
Desde hace años me honra con su amistad. En cada conversación he descubierto aspectos insospechados del Derecho, de su ejercicio ante los tribunales. Sabe mucho, tiene gran formación jurídica, pero sobre todo sabiduría. Es eso que te da la experiencia, el sentido común, el afán de aprender, el identificarse con tu profesión y vivirla apasionadamente.
Tras más de un cuarto de siglo ejerciendo la abogacía de élite llegó la jubilación anticipada. Atrás quedan años de llevar su profesión más allá de España, de defender asuntos en tribunales extranjeros, de conocer cómo se vive el Derecho en otras culturas jurídicas. Es lo que tienen las grandes empresas, en su caso las multinacionales. Hay que ser competitivo, reducir costes y al final lo que cuenta y manda son los resultados. No sé quién habrá ocupado su puesto de dirección de un numeroso y complejo gabinete jurídico; quizás de su sueldo se hayan sacado dos o tres sueldos para unos abogados que aportan al haber contable ser más jóvenes, luego más rentables, más exprimibles, pero que llevarán al debe la falta de experiencia, de sabiduría y, en el fondo, saberse unos kleenex.
Le llegó la prejubilación en plena madurez. Afortunadamente tiene ahora su vida profesional bien organizada y su horizonte no está precisamente cerrado, pero hay algo que le apasiona: ser juez. Quizás su familiaridad con la Justicia anglosajona le ha hecho estimar esta dura profesión. Con esta ilusión el pasado 7 de enero leyó el BOE. Una afortunada coincidencia hizo que ese día en que se festeja a San Raimundo de Peñafort, patrón de los juristas, se convocasen pruebas de ingreso en la Carrera Judicial para juristas de reconocido prestigio. Es el llamado Cuarto Turno.
Hacía tiempo que le rondaba la idea, pero prefirió esperar a que llegase esa prejubilación que intuía. Su planteamiento siempre ha sido de lo más sensato: si las empresas prefieren prescindir de la experiencia y conocimientos de profesionales como él, bien los podría aprovechar el Estado. Lo normal es lo contrario, que sea el sector privado quien sustraiga al Estado magníficos profesionales; la oferta de sueldos incomparables le hace un competidor muy difícil de batir. Ese sistema de ingreso en la Carrera Judicial parece responder, por el contrario, a la lúcida idea de atraer a la Justicia a los mejores profesionales del Derecho.
Ilusionado estudió a fondo esa convocatoria y quedó desolado. ¡Qué paradoja!: el día de San Raimundo, se lamentaba. Su mucha experiencia, sabiduría, formación; sus muchos años de abogacía de élite, la defensa de asuntos de verdadera vanguardia jurídica en foros internacionales, tienen un tope: 12 puntos de un máximo de 50 posibles. La misma que a un catedrático, secretario judicial, funcionario o un juez interino. Luego si todos son iguales, ¿cómo se destaca?. Según la convocatoria haciendo cursos, publicando trabajos y, sorpresa, se valora que ese jurista de reconocido prestigio haya suspendido alguna vez las oposiciones a juez. Rectifico y para hacer honor a la verdad lo diré en sentido positivo: se valora haber aprobado alguno de los ejercicios de los que se componen las oposiciones.
¿Estos son los juristas -decía indignado- que quiere el Estado que sean jueces?. Pues parece ser que sí. Le comenté que nunca he sido partidario del llamado Cuarto Turno, es decir, que sin opositar se llegue a ser juez. No defiendo que la Oposición sea el único camino, lo que rechazo es un sistema que, al final, rechaza a profesionales experimentados y parece poner puertas al saber. Viendo cómo un candidato puede destacar, llegamos a la conclusión que se apuesta por funcionarios en vía muerta, profesionales de cursos y congresos, en estudiosos sin experiencia o en jueces sustitutos. Este es el perfil de prestigioso jurista que quiere el Estado atraer como juez ofertándole cada vez más plazas.
Las aguas judiciales bajan revueltas. Aumenta el trabajo, la responsabilidad y cada vez es menor el tiempo para hacer bien las cosas. Como solución a esos y otros males no pocos jueces han reclamado, en un esfuerzo de imaginación, que se multiplique su número porque política judicial es sinónimo de número. Y pregunto ¿es esta la solución?, ¿de dónde saldrán esos miles de nuevos jueces?, ¿vendrán de las élites del Derecho? Ya se ve que profesionales como mi amigo tienen muy pocas posibilidades y para completar el panorama, se plantea rebajar la exigencia de la Oposición. No cuenta seleccionar -que viene de selecto-, sino reclutar a muchos y en poco tiempo.
Llevamos casi treinta años con la cantinela de que la media española de juez por cien mil habitantes es inferior a la europea, lo que propició a finales de los ochenta que, para cuadruplicar el número de jueces, se ideasen fórmulas de recluta masiva con merma de la exigencia. Todo apunta a que ahora, para aplacar a muchos jueces airados, se propiciará otra recluta, lo que degradará la profesión de juez. Se renuncia a la excelencia. Quizás es porque, al fin y a la postre, más de uno piensa que para ser juez no hace falta saber mucho: basta ser un buen funcionario que saque papel.