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Bienvenidos al mañana; por Rafael Navarro-Valls, Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad Complutense de Madrid y Director de la Revista General de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico del Estado de Iustel

21/01/2009
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El día 20 de enero de 2009 se publicó, en el diario el Mundo un artículo de Rafael Navarro-Valls en el cual el autor opina sobre la toma de posesión de Obama. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

BIENVENIDOS AL MAÑANA

Pocas veces un presidente electo llega al número 1600 de Pennsylvania Avenue con tantos réditos políticos: ocho de cada diez americanos aprueban el modo con el que Obama ha llevado la transición. El problema desde las 18 h GMT del día de hoy será: ¿aumentará esos réditos o los dilapidará durante su presidencia?, ¿tendrá la valentía de utilizar ese capital para tomar medidas impopulares y polémicas? El polvorín de Oriente Medio, con sus lúgubres perspectivas de reconciliación y su inestable alto el fuego en Gaza, será un excelente banco de pruebas.

En 1988 el Presidente Kennedy fue nominado por la revista American Heritage como el personaje “más sobrevalorado” de la Historia. Sus mil días en la Casa Blanca fueron calificados como “el triunfo del estilo sobre la sustancia”: un discutible presidente envuelto en una buena dosis de “glamour”. El dilema que tienen hoy los analistas con Obama es si nos encontramos con el embrión de un gran presidente o con una “bomba mediática”, que oculta solamente un vendedor de humo. Nadie lo sabe, aunque habrá que concederle crédito, al menos durante sus cien primeros días. Téngase en cuenta que, cuanto tome posesión, comienza su proceso de aprendizaje en la presidencia, un itinerario que los expertos suelen cifrar en unos 18 meses. Un período de tiempo en que Obama deberá aprender no sólo a dar órdenes sino, sobre todo, hacerlas cumplir. Hasta ahora, pocas cosas de las que ha hecho le han preparado para lo que encontrará en el Despacho Oval. Continuará haciendo descubrimientos durante todo su mandato, pero el primer año será clave.

Ese viejo zorro que es Kissinger califica la grandeza de un presidente en la velocidad con que domine la maquinaria de la toma de decisiones en el Despacho Oval. Para eso necesita unos colaboradores compatibles con su personalidad y sensibles a la especial relación psicológica que se establece entre ellos y el nuevo presidente. La cuestión no la tiene fácil Obama. Ha nombrado un gabinete con el mayor número de prima donnas por metro cuadrado que conoce la presidencia de Estados Unidos. Un gabinete calificado de “caótico” por el conjunto de personajes que engloba: desde su mayor adversaria (Hillary Clinton), hasta políticos procedentes del staff republicano (Gates), pasando por otro buen grupo habituados al modo de hacer de Bill Clinton, su principal cantera de selección. Extraer una sinfonía con músicos tan dispares es el primer milagro que se le pide a Obama. El segundo, demostrar que ha acertado al nombrarlos. Las posibilidades de “esqueletos en el armario” en políticos ya consagrados, crece en proporción directa a su veteranía en el cargo. Los ejemplos de Bil Richardson (nombrado y dimitido en un abrir y cerrar de ojos), de Rahm Emanuel jefe de gabinete del presidente electo (demasiado relacionado con“Blago”, el polémico gobernador de Illinois) y de Timothy Geithner, candidato a la Secretaría del Tesoro (con irregularidades en su declaración de la renta y en la contratación de”ilegales”), son una muestra de los problemas de Obama. Ya ha comenzado el desfile por el Senado de parte del equipo para su confirmación. ¿Pasarán todos el filtro?, ¿sabrán jugar en equipo y obedecer al capitán?

Existe una gran diferencia entre la investidura de un presidente en su primero y segundo mandato. La del segundo mandato está envuelta en una atmósfera de nostalgia. Sabe el reelegido mandatario que ya no podrá concurrir de nuevo a unas elecciones a la Presidencia, sabe que la Historia ya está elaborando su dictamen. Sabe, en fin, que los segundos mandatos son peligrosos: “el mandato patético” se le llamó al de Eisenhower, el de George W. Bush ha sido como una maldición, y los segundos de Nixon (Watergate), Reagan (Irangate) y Clinton (Sexgate), se tiñeron de escándalos. Por el contrario, la investidura en un primer mandato desencadena entre el presidente saliente y el entrante la mayor transferencia de poder que conoce la historia. Simbólicamente se plasma en un detalle que en la toma de posesión pocos advertirán: al jurar el cargo, un oficial del ejército de los Estados Unidos con un discreto maletín negro en su mano avanzará desde el presidente saliente y se situará cerca de Obama. Lleva las claves para desencadenar el apocalipsis nuclear (hoy muy improbable, gracias a Dios) y acompañará al nuevo presidente donde vaya.

Se inicia así una aventura en la que el protagonista sueña con cambiar el mundo, con moldearlo según sus ideas y con ocupar bajo los focos la pista central de ese circo político que es Washington. Pero al tiempo intuye que, a partir de ese momento, miles de millones de personas de todo el planeta analizarán con lupa sus primeros días como inquilino de la Casa Blanca. Y, como tal, habrá de habituarse a una especie de Corte imperial: desde los 6 mayordomos y las 77 sirvientas de la Casa Blanca, hasta el Air Force One, con su séquito de agentes de seguridad, técnicos de comunicaciones, secretarias, médicos o cocineros. Sin contar con el acoso de los 1.5000 periodistas acreditados en la Casa Blanca. Comienza a comprobar, de pronto, que la presidencia es demasiado pesada para un hombre solo.

La toma de posesión de Obama será “la madre de todas las investiduras”, con una inversión doble a la última de Bush: 75 millones de dólares. Washington DC se convertirá en una ciudad militarizada. El presidente electo vestirá un chaleco antibalas y llegará al Capitolio en la limusina más acorazada de todo el planeta: un Cadillac superblindado, con vidrios a prueba de misiles. Una flota de aviones preparados para detectar y destruir cualquier amenaza aérea sobrevolará la zona. Más de 20.0000 agentes, armados hasta los dientes, conformarán anillos concéntricos en torno a los presidentes saliente y entrante. Habrá de todo: desde una manifestación autorizada pidiendo el arresto de Bush por ” crímenes contra la humanidad”, hasta una verdadera “lluvia de estrellas” (Barbra Streisand, , Steven Spielberg, Aretha Franklin, Steve Wonder, y Scarlett Johansson, entre muchos otros), pasando por ceremonias religiosas oficiadas por un pastor baptista pro-vida y pro-matrimonio (Rick Warren) y otro episcopaliano homosexual (Gene Robinson), introducido a última hora por presión del lobby gay.

Existe gran expectación sobre el contendido del discurso inaugural. Desde que George Washington lo hizo en la primera toma de posesión en 1789, estos discursos ofrecen al presidente el privilegio de dirigirse directamente al pueblo, sobrevolar los intereses partidistas y dar forma a lo que el presidente Abraham Lincoln describió como "los mejores ángeles de nuestra naturaleza". El último de Bush duró 21 minutos y, curiosamente, fue muy alabado por Joe Biden, actual vicepresidente de Obama, por su carácter “abierto y no conservador”. El de Clinton en su primer mandato fue el tercer discurso de investidura más corto de la historia, precedido del que pronunció Lincoln en su toma de posesión - dicen que el mejor de todos - y el segundo de George Washington, que duró menos de dos minutos. Dijo algo así como: “Gracias, vuelvo al trabajo, y si no lo hago bien, que me aspen”. Por el contrario, William Harrison pronunció en 1841 el discurso más largo; habló durante más de una hora bajo un frío polar y sin abrigo. Enfermó de neumonía y 33 días después falleció.

Pienso que el de Obama –al margen de la inevitable retórica- será franco y directo, tanto en materia exterior como con la crisis económica. El mismo lo ha insinuado al confesar que un ex presidente alabó esas características de su modo de actuar: “mi tarea –ha dicho- tanto en el discurso inaugural como en los próximos meses, consistirá en explicar con la mayor honradez y sinceridad posibles cuáles son las circunstancias y las mejores ideas que circulan para abordar esos retos. Si consigo hacerlo, estoy seguro de que nos uniremos para resolver estos problemas”.

Uno de los presidentes de la inolvidable saga del Pulitzer Tempestad sobre Washington comienza su discurso de investidura con estas palabras: “¡Bienvenidos al mañana¡”. Buena forma de saludar hoy a nuestros amigos americanos.

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