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“Número dos” en la Casa Blanca; por Rafael Navarro-Valls, Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad Complutense de Madrid y Director de la Revista General de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico del Estado de Iustel

28/07/2008
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El día 24 de julio, se publicó en el Diario El Mundo, un artículo de Rafael Navarro-Valls, en el cual el autor opina sobre las posibles decisiones de los candidatos a la Presidencia de Estados Unidos con respecto a la designación de su vicepresidente. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

'NÚMERO DOS' EN LA CASA BLANCA

El candidato demócrata a la Casa Blanca, Barack Obama, está realizando una gira por varios países de Europa y Oriente Medio, que se inició con una visita sorpresa a Afganistán. La expectación levantada por el viaje, algunas polémicas en torno al mismo y la proximidad de las convenciones demócrata y republicana han vuelto a poner en primer plano la campaña electoral para la Presidencia.

Un dato que ha despertado especial curiosidad es que los dos senadores que acompañan a Obama en su gira -Jack Reed, demócrata por Rhode Island, y Chuck Hagel, republicano por Nebraska- suenan en las quinielas de posibles vicepresidentes para el ticket demócrata. Por su parte, McCain ha vuelto a aparecer en Detroit acompañado de Mitt Romney, su antiguo rival por la postulación republicana y ahora uno de sus posibles candidatos a la vicepresidencia. Esto ha reactivado la cuestión de los número dos que pronto deberán nombrar Obama y McCain.

Y es que la primera decisión importante de un candidato a la Presidencia de Estados Unidos es completar el ticket electoral con la designación de su vicepresidente. Un error de casting puede ser catastrófico. Todavía se recuerda que en 1972 el demócrata George McGovern tuvo que retractarse de la elección de su vicepresidente Thomas Eagleton, cuando se airearon serios problemas psiquiátricos del candidato elegido. Fue un desastroso principio que acabó en una clamorosa derrota.

La atención mediática sobre las primarias presidenciales había dejado en claroscuro la figura del vicepresidente. Ha llegado el momento de sacarla de la penumbra. El número dos de la Casa Blanca fue una invención de última hora de los constituyentes americanos. Una figura de contornos vagos, en un juego de pesos y contrapesos entre el ejecutivo y el legislativo. Su misión era garantizar la continuidad en el vértice del ejecutivo, neutralizar las posibles tentaciones localistas y presidir el Senado. Esta condición le daba un modesto poder legislativo, al decidir con su voto en caso de empate entre los legisladores. La verdad es que este confuso origen y modestas funciones constituyeron objeto de comentarios irónicos de los propios vicepresidentes. John Adams, el primer vicepresidente de la historia de EEUU, observaba que la suya era la posición “más insignificante que nadie hubiera podido imaginar”. John Gardner, vicepresidente de Roosevelt, se autodefinía como un “personaje de gran inutilidad con un título impresionante”. Thomas Marshall, número dos con Wilson, disfrutaba contando la siguiente leyenda: “Hubo una vez dos hermanos. Uno de ellos se embarcó hacia un país lejano, el otro fue elegido vicepresidente. Nunca más se volvió a hablar ni del uno ni del otro”. Nelson Rockefeller, vicepresidente con Gerald Ford, decía con amargura: “No acepte el segundo puesto si no está preparado para resistir un curso superior de cuatro años en Ciencias Políticas y la asistencia a una gran cantidad de funerales públicos”.

Eso es verdad, pero no hay que olvidar, que sólo un latido del corazón lo separa de la Presidencia. Como decía el propio John Adams: “Como vicepresidente, no soy nada. Pero puedo llegar a serlo todo”. De hecho, varios vicepresidentes -nueve, si los cálculos no me fallan- han llegado a presidentes por muerte o renuncia del inquilino de la Casa Blanca. Cuando Kennedy se metió en el embrollo de nombrar a Johnson para la vicepresidencia, se defendía ante los reproches de su hermano Robert y su asesor O'Donnell diciendo: “Tengo 43 años. No moriré estando en funciones, así que la vicepresidencia significa muy poco...”. Se equivocó. Mil días después estaba muerto y Johnson juraba como presidente. Tampoco podemos olvidar la histórica carta mediante la cual Reagan -por primera vez en la historia de EEUU- transfería temporalmente a Bush senior: “Las obligaciones constitucionales y los poderes del cargo de presidente de Estados Unidos”, durante el tiempo en que el presidente estuvo bajo la anestesia en una delicada operación quirúrgica. Los dos infartos de Eisenhower también acercaron peligrosamente a su vicepresidente Nixon a la Presidencia.

Hoy no hace falta recurrir a hipotéticas previsiones sucesorias. Cada vez más, la figura del vicepresidente tiene contornos propios en el proscenio de la Historia. Se entiende así que un importante analista haya dicho: “Hace 20 años no habría aconsejado a mi peor enemigo que aceptara la vicepresidencia. Hoy le llamaría loco si no aceptara”.

La transformación se produjo con Clinton y George W. Bush. Ambos siguieron caminos distintos para nombrar a sus vicepresidentes (Al Gore y Dick Cheney), pero ambos coincidieron en potenciar su figura. Bill Clinton propuso el nombre de Al Gore, desafiando a la ortodoxia política, que dice que el candidato a vicepresidente debe aportar equilibrio político y geográfico al ticket electoral. Sin embargo, en el caso Clinton/Gore ambos eran de Estados vecinos, Gore era aún más joven que Clinton y, ahondando en la herejía, ambos pertenecían al mismo sector ideológico del partido: los llamados Nuevos Demócratas. Pero la elección funcionó. Aportó un equilibrio distinto: el de las ideas. Clinton sabía de asistencia social, educación, sanidad y algo de política exterior. Gore era experto en seguridad nacional, control de armas y medioambiente. El vicepresidente comenzó a desempeñar funciones en sectores amplios de la política federal, inéditos hasta entonces.

Camino distinto recorrió George W. Bush, aunque con los mismos resultados inicialmente positivos. Siguiendo los consejos de la politología, eligió a alguien más moderado que él, bastante mayor, mucho menos populista y con amplia experiencia de gobierno. Dick Cheney gustó a los republicanos y sorprendió a los demócratas, dejándoles con pocos argumentos para afilar sus dardos contra un hombre discreto y experimentado. Con esa elección, Bush demostró que era consciente de sus carencias, pero a la vez expresaba confianza en sí mismo al no tener complejos para elegir a un hombre que lo superaba en experiencia y currículo.

¿Cuáles son las bazas de Obama y McCain? El primero lo tiene más difícil que el segundo, por el inquietante factor Hillary Clinton. El dilema para Obama es elegir o bien una vicepresidenta como ella -con la que el ticket demócrata podría subir bastantes enteros, pero con quien la cohabitación a largo plazo podría ser un martirio-, o elegir un vicepresidente de menos calado mediático, con buenas sensaciones, pero sin el gancho de Hillary. Es decir, sacrificar el futuro por la eventualidad de la victoria en el presente, o hacer más ardua la victoria con un futuro más bonancible.

Todo es posible, pero las expectativas de que Clinton se convierta en la compañera de carrera de Obama cayeron en junio a un 10% en el mercado de predicciones de la prestigiosa Intrade Prediction Markets. Una de las razones es que Michelle, la mujer de Barack, no parece querer a Hillary en el ticket electoral. Sin embargo, tal y como está el panorama, podría ser la running mate que imponga el partido al candidato.

Los operadores de Intrade consideran al senador por Virginia, Jim Webb, la personalidad con mayor opción de convertirse en el vicepresidente de Obama, con un 21% de probabilidades. Tiene 62 años, fue antiguo republicano y secretario de la Marina con Reagan (1987-1988), combatió en Vietnam y es considerado un héroe nacional: algo parecido a McCain, al que neutralizaría. Pisándole los talones estaría el general Wesley Clark, quien desató una controversia por sus declaraciones contrarias a la capacidad de McCain de afrontar crisis serias. También va tomando cuerpo la opción revolucionaria de designar a un senador republicano, Chuck Hagel, uno de los tres únicos republicanos que se sumaron a los demócratas en la propuesta de fijar fecha al retiro estadounidense de Irak. Su aparición junto a Obama en Afganistán ha disparado sus posibilidades.

Otras opciones serían los católicos Anthony Zinny, 64 años, de Pennsylvania, y general retirado de cuatro estrellas, y Joe Biden, 65 años, senador por Delaware desde 1973 y presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado. También se habla -entre otros- de Bill Richardson, gobernador de Nuevo Mexico y de Chris Dodd, senador por Connecticut.

En el lado republicano, los analistas coinciden en que el futuro electoral de McCain pasa por el voto de dos minorías, no siempre concordes en sus planteamientos: los conservadores y los hispanos. Desde esas prioridades, el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney, mormón y antiguo rival de McCain en las primarias presidenciales, es considerado el candidato con mayores posibilidades de convertirse en su compañero de carrera. En los pronósticos le sigue el gobernador de Minnesota, Tim Pawlenty. La influencia de este último le puede venir bien a McCain para triunfar en Estados como Wisconsin, Ohio, Pennsylvania y Michigan. Tiene una gran conciencia ecológica y es firme en sus ideas, como demuestra no haber renunciado a sus posturas pro-vida en un Estado liberal como Minnesota.

Con posibilidades también se barajan los nombres de Charlie Crist, el gobernador de Florida, uno de los Estados claves para las presidenciales, y Bobby Jindal, 36 años, gobernador de Lousiana, de origen indio y converso al catolicismo.

Si McCain se decidiera por una mujer, la mejor situada es Sarah Palin, 44 años, gobernadora de Alaska desde 2006 y una de las más populares de la Unión, graduada en Periodismo, combativa y fotogénica. En caso de preferir resaltar la importancia que McCain confiere a la economía, Carly Fiorina, 53 años, presidenta y gerente general de Hewlett-Packard desde 1999 hasta 2005, aportaría un plus de experiencia ejecutiva al ticket republicano. Por algo la revista Fortune la nominó como una de las mujeres más poderosas del mundo de los negocios. Aunque sería una sorpresa, tampoco cabe descartar a la actual secretaria de Estado Condoleezza Rice. Al parecer, Rice acaricia la idea y estaría cortejando a la elite republicana para obtener la candidatura.

No se puede descartar que, finalmente, todos estos nombres -demócratas y republicanos- queden en meras especulaciones. Baste un ejemplo. En 1988 nadie pensaba en Dan Quayle como posible candidato vicepresidencial de George Bush senior. Entre los ocho nombres que adelantaba Time en agosto de aquel año, Quayle ni aparecía. Para sorpresa de todos, la cadena de televisión NBC, pocas horas antes de anunciarse el nombre definitivo, dio la exclusiva de que éste iba a ser un completo desconocido: el senador Dan Quayle.

La realidad es que nunca la nominación de los números dos había levantado tanta expectación. Sean quienes sean los designados, y dados los puntos débiles de Obama y McCain, la elección de vicepresidente en estas elecciones será crucial para las expectativas de ambos. Por eso los acompañantes de Obama en su gira han disparado de nuevo las especulaciones. En todo caso, no olvidemos que, sumando todos los años de sucesión por muerte o renuncia del presidente, Estados Unidos ha sido gobernado nada menos que casi un cuarto de siglo por ex vicepresidentes que asumieron automáticamente el puesto del número uno. Una razón suplementaria -sobre todo en el caso de McCain, con 71 años- para no errar en la elección que está al caer.

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