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SIN POLÍTICA EXTERIOR EN CAMPAÑA ELECTORAL; por Araceli Mangas Martín, Catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de Salamanca y miembro del Consejo Editorial de Iustel

07/03/2008
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Ayer, día 18 de febrero de 2008, se publicó en el diario El Mundo, un artículo de Araceli Mangas Martín en el cual la autora opina la política exterior. Transcribimos íntegramente dicho artículo.

SIN POLÍTICA EXTERIOR EN CAMPAÑA ELECTORAL

A diferencia de hace cuatro años, con el mar de fondo de la invasión de Irak, las relaciones internacionales apenas ocupas frases aisladas en los distintos discursos de los dos grandes partidos políticos. Rajoy se centra en un reproche: la pérdida de peso de España en el mundo. Zapatero no sabe ni recuerda si tuvo peso o no; pero como el abuelo porretas sólo habla de su batalla (la retirada de Irak). En su primer debate cara a cara reservaron un apartado a la “política exterior y terrorismo”, pero se habló de ETA. Cuando hablaron de los “retos de futuro” me congratuló que Rajoy comenzara mencionando la globalización y las economías emergentes como China e India, pero, sin más enlazó con la ficha de los jóvenes y de la vivienda...

En efecto, la política exterior no está en el aldeano debate electoral, pero el lector sabe que el mundo global y abierto lo condiciona nuestra vida (como la cooperación frente al terrorismo internacional) y hacienda (la hipoteca o el empleo). Tiene razón el PP en su programa electoral, “la política exterior importa... en la vida diaria de las personas”.

De entrada, ambos líderes son de andar por casa. Son por igual refractarios a las relaciones internacionales, pero al menos sus partidos guardan las formas y se pronuncian sobre propuestas de política exterior reconociendo que deben tener una cierta estabilidad y unidad en la defensa de los intereses generales y en sus acciones concretas. Pero no lo practicaron, en estos cuatro años, el enfrentamiento navajero entre los dos grandes partidos ha llegado, como no lo había hecho antes a la política exterior.

Hay que advertir que la retórica y las frases hueras pueblan ambos programas, pero el socialista tiene una mayor concreción, amplio argumentario y compromiso, encarando variados y complejos aspectos que afean a la política exterior (comercio exterior y control de armamentos, cooperación al desarrollo, la no proliferación nuclear, negociaciones de Doha, presencia en organizaciones como el FMI, Banco Mundial, el examen de cada operación humanitaria, etcétera). Sólo la cooperación al desarrollo tiene alguna concreción entre los populares.

Me limitaré a las prioridades estratégicas. Iberoamérica lo es para ambos partidos, máxime en un mundo globalizado en el que las empresas españolas se mueven como pez en el agua. La pecera iberoamericana empieza a ser incómoda con los gobiernos etno-nacionalistas. Los socialistas propugnan un marco jurídico seguro y estable para las inversiones en América Latina, militando sobre su incidencia positiva en el desarrollo sostenible; los populares ofrecen protección a los intereses legítimos de las empresas españolas en cualquier parte del mundo sin exigir un compromiso con las sociedades de acogida. Desde el ingreso en la Unión Europea hay que notar que la estrategia de España hacia Iberoamérica se ha hecho más compleja, al eje bilateral (público y privado) se añade el multilateral comunitario en el que no hay discrepancias.

Sobre la UE ambos partidos se mueven en las generalidades. Se echa en falta una visión más nacional de la integración europea que de forma inteligente y discreta defendió Felipe González al igual que los grandes líderes europeístas como el cristiano Col o el socialista Miterrand. En clave interna los socialistas se hacen eco de la reivindicación autonómica de mayor presencia directa en Europa para concluir proponiendo en el viejo modelo de la Conferencia sectorial, a falta de patriotismo en ambos partidos para consensuar la reforma de la Constitución y contar con un verdadero Senado. Los populares no relacionan a las Comunidades Autónomas con Europa, si bien tuvieron el mérito de haber sido los iniciadores de esa presencia con el Pacto de Gobernabilidad con CiU en 1996. ¿Esperarán a los resultados electorales?

Los dos partidos dan por perdido nuestro protagonismo en el Mediterráneo y el marco de “seguridad cooperativa” que se ideó en la Conferencia de Barcelona. Nos hemos adherido de forma voluble y oportunista a la misteriosa Unión Mediterránea de Sarkozy. Sólo los socialistas se acuerdan de nuestra antigua colonia de Guinea Ecuatorial que cumplirá 40 años de independencia y a cuya sociedad hay que ayudar “para avanzar en la democratización, el respeto de los Derechos Humanos, la distribución de su (inmensa) riqueza y el desarrollo económico del país”. Y en este maremágnum de problemas e intereses que hoy es África para España (inmigración masiva y grandes recursos energéticos) hay que añadir las dudas teológicas sobre el destino del Sahara de nuestros pecados: ambos partidos propugnan un acuerdo entre las partes en el marco del Derecho Internacional, añadiendo sólo el PP “y las resoluciones de la ONU”, lo que nos lleva al referéndum sin mencionarlo. Los socialistas parecen conformarse con un Sahara autónomo y sometido al lábil sátrapa de Marruecos; los saharauis no tendrán la misma solución de los Kosovares. El mundo al revés.

Gibraltar no puede faltar a la cita. Pero es sintomático que el programa del PSOE lo incardine dentro de su política europea. Se ufanan de los Acuerdos de Córdoba de 2006 que comportan un acercamiento y muchas concesiones a Gibraltar, y no son precisamente una pica en el Peñón... Sí lo fueron los Acuerdos sobre el aeropuerto de 1987... aunque inútiles. El PP se opone “a toda iniciativa que conlleve una renuncia por parte del Reino Unido a su responsabilidad internacional sobre Gibraltar”, pero no ofreció alternativa en sus ocho años de gobierno al colapso de la verja y a la mano dura con los llanitos. Realismo y resignación resumen la posición socialista con Gibraltar, cuando aún tenemos que pagar los platos rotos (cierre de la verja) por la dictadura franquista. El tiempo dirá si haber reconocido al Gobierno gibraltareño como una parte diferenciada es demasiado alto.

Las relaciones trasatlánticas fueron la principal víctima de la victoria socialista en 2004. En el programa del PSOE apenas ocupan unas líneas centradas en el retorno de los investigadores o de la difusión del español. No mencionan los socialistas, ni se lo reprochan los populares, que para congraciarse con los EEUU, el gobierno socialista autorizase de hecho el uso del espacio aéreo y de los aeropuertos españoles en el traslado de centenares de personas secuestradas para ser torturadas. Pero ambos programas coinciden en la proclama de los valores que defenderán en su política exterior (¿lo adivinan?): los Derechos Humanos, la paz, la democracia... Y los dos partidos callan sobre el Convenio de Cooperación para la Defensa de 1988 (las bases militares) que habrá que revisar o prorrogar en la nueva legislatura.

No extraña que en muchos párrafos del programa socialista se dediquen a la “alianza de las civilizaciones”. Tampoco la gente responsable del PP pudo escapar a la suicida “lucha de las civilizaciones” de Aznar que aún sigue defendiendo lanza en ristre por el mundo. El culto al “líder máximo” (a la norcoreana o el “aprieta las filas” del franquismo) es una exigencia de los dos grandes partidos, lo que da la medida de su mediocridad y de nuestro azaroso destino. Pocos se atreven a criticar la insoportable levedad de sus dirigentes.

Finalmente, el problema más grave de la política exterior de España no es la falta de partituras aceptables. Es verdad que no debería haber grandes discrepancias por el bien de la unidad y estabilidad de nuestra política exterior. El problema es de personas. Desde la muerte del gran ministro Fernández Ordóñez (no era diplomático de Carrera) pocos ministros de Asuntos Exteriores se han acercado a su nivel de competencia, entrega, sentido común y equilibrio. Desde 1996 han sido absolutamente incompetentes, o frívolos o de gran torpeza mental... o todo a la vez. De que sirven las partituras si quien lleva la batuta no sabe leer música y el dueño del teatro huye del concierto (internacional)...

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