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SALVANDO A LA UNIÓN

09/12/2005
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Por JOSÉ M. DE AREILZA CARVAJAL. PROFESOR DE DERECHO COMUNITARIO INSTITUTO DE EMPRESA

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ESTE año, las dos primeras semanas de diciembre son cruciales para la Unión Europea. No sólo se negocian los presupuestos para el período 2007-2013. Lo que está en juego es si la Unión es capaz de recuperar su pulso y conseguir resultados aceptables para sus 25 estados y sus ciudadanos. Tras la crisis constitucional de junio, Tony Blair concitó muchas esperanzas como nuevo líder europeo, después del estrepitoso fracaso del tándem Chirac-Schröder. La entrada en escena del primer ministro británico coincidía casi de modo providencial con su turno en la presidencia semestral de la Unión. Enseguida Blair orientó su discurso hacia asuntos económicos y sociales, dejando a un lado las complicadas cuestiones de si el Tratado constitucional estaba vivo o muerto y si podía resucitar y cómo. La prioridad de la presidencia británica era la modernización de los Estados del Bienestar y el aumento de la capacidad europea para competir en el mercado global. Este Plan B o “business as usual” era en cierta medida el regreso al origen pragmático y funcionalista de la integración, basado en una legitimidad de resultados.

Sin embargo, Blair está empezando a decepcionar a muchos europeístas. No ha tenido suficiente habilidad diplomática para restablecer la confianza con los nuevos estados miembros del Este, que necesitan un acuerdo de presupuestos más que nadie. Tampoco ha sabido dar la vuelta a la mala relación con París y no ha dispuesto de tiempo para ganarse a la nueva canciller alemana, Angela Merkel. Su última presidencia europea puede pasar a la historia como un compás de espera y poco más.

El único logro importante de los británicos en estos cinco meses pasados ha sido la apertura de negociaciones de adhesión con Turquía, algo que para muchos europeos no es una buena noticia, en buena medida porque no se ha explicado como un paso que podría fortalecer la finalidad de la integración, el trato al Otro, a partir de una visión ética enraizada en el Estado de Derecho y la economía de mercado. Ahora Blair pretende que en apenas diez días se negocien los presupuestos europeos, de modo que la cumbre comunitaria de mediados de diciembre se salde con este único triunfo. Su propuesta de gasto es insuficiente para hacer frente a la ampliación de 2004 a diez países en conjunto mucho más pobres que el resto y para poner en marcha el gran número de políticas europeas que los ciudadanos demandan (gestión europea de la inmigración, política exterior, empleo). De hecho, la Unión de 25 pretende financiarse con una proporción inferior del PNB europeo que la de quince estados. Países como Holanda, Suecia, Austria y el propio Reino Unido quieren rebajar su contribución a la cohesión económica y social sin perder los beneficios de su participación en el mercado interior. España puede ser el gran perdedor con esta fórmula tacaña. Es cierto que ha sido el país más beneficiado por los fondos europeos y se acerca ya a la renta media europea. Pero no hay una manera objetiva de calcular cuánto deben disminuir y con qué fórmulas transitorias, y el resultado depende en buena medida de la capacidad negociadora de cada gobierno. Nuestro Ejecutivo está teniendo un perfil bajo y una actitud bastante pasiva en la negociación entre ministros y presidentes europeos, aunque el trabajo técnico de los diplomáticos y economistas españoles sigue siendo valorado en Bruselas. Al final, Rodríguez Zapatero puede tratar de vender una mala noticia -muchos menos fondos para España- como un gran éxito, somos nuevos ricos.

El problema de Tony Blair es que trata de desempeñar dos papeles incompatibles al mismo tiempo: el de heredero de Margaret Thatcher, hipernacionalista y obstinado, y el de nuevo líder europeo, flexible e imaginativo a la hora de encontrar soluciones buenas para todos. Detrás de la exacerbada lógica nacional del primer ministro británico también puede estar la presión de su sucesor, amigo y vecino, Gordon Brown, mucho más euroescéptico que Tony Blair y aterrorizado ante la perspectiva de tener que defender en las siguientes elecciones la posible rebaja del llamado cheque británico, una devolución anual de dinero al Reino Unido para compensar su baja participación en la costosa política agrícola. De todos modos, el truco para que el cheque nunca se rebaje es que los parlamentos nacionales deben aprobar esta reforma y la Cámara de los Comunes no sería proclive a hacerlo, gobierne quien gobierne el Reino Unido.

Una vez más, la Unión se encuentra ante una encrucijada: si no es capaz de dotarse de los medios adecuados para seguir avanzando, se agudizará su crisis de los cincuenta años. Es cierto que el tejido de intereses es muy fuerte para mantener las políticas europeas comunes y el mercado interior, y que el funcionamiento de la Europa de 25 es posible con las actuales reglas de juego. Pero la ausencia de presupuestos para el siguiente sexenio, 2007-2013, impediría desarrollar todo el potencial de la integración económica. La sensación de parálisis sería utilizada por los euroescépticos para atacar a las instituciones y a los principios básicos de la integración, la credibilidad del euro sufriría y lo mismo ocurriría con el cada vez más importante papel europeo en cuestiones económicas internacionales.

Si en los próximos días la Unión logra un acuerdo presupuestario bajo el liderazgo de Tony Blair, esta buena noticia permitirá consolidar el nivel de integración que ya existe. Pero el genio constitucional ya está fuera de la botella y forma parte del debate público, por lo que debemos seguir avanzando en la construcción política europea. Para ello la Unión debe mejorar aún más sus procesos democráticos y ha de afirmar su identidad y sus valores, incluso adentrándose de nuevo dentro de un par de años en incómodas preguntas constitucionales sobre qué significa la frase “nosotros, los europeos”.

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