NO, CON REPAROS
Europa es hoy una realidad política imparable. Una realidad absolutamente indispensable en un mundo en el que la actuación conjunta de los Estados es fundamental para enfrentarse a un sinfín de cuestiones que requieren una respuesta global.
El “Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa” pretende dar una respuesta político-jurídica a las necesidades del nuevo orden mundial. Una nueva forma jurídica, supraestatal, que ojalá pueda atender eficazmente a las nuevas demandas de un mundo globalizado, ante las que el Estado tradicional resulta insuficiente. Afrontar esta tarea requiere tiempo, reflexión y consenso, y utilizar para esta nueva forma político-jurídica sin precedentes una figura jurídica, la Constitución, que se define en torno al territorio y la soberanía nacional, no es un buen comienzo.
El tratado no puede ser más que eso, un Tratado internacional, que recibe su legitimación de la soberanía de los 25 Estados miembros. No puede instituir una Constitución, sin la existencia de un sujeto constituyente, los ciudadanos, cada vez más alejados de las instituciones de la Unión, como demostró la abstención masiva en las últimas elecciones al Parlamento Europeo. Los ciudadanos fueron relegados al papel de comparsa en su elaboración y son los grandes olvidados del texto constitucional. Y ésa es, sin duda, su principal carencia: el acentuado déficit democrático que muestra el Tratado, al convertir el papel de los ciudadanos en algo meramente simbólico y establecer las bases de un modelo social deficiente, que ignora a la familia y crea un cajón de sastre en el que cabe todo, desde el aborto a la guerra preventiva, pasando por la clonación, la pena de muerte y los matrimonios homosexuales.
Europa es un proyecto sociopolítico absolutamente necesario. No lo matemos antes de nacer. No es cierto que no haya más oportunidades, no es verdad que ésta sea la única Europa posible. Los ciudadanos tenemos derecho a colaborar en la construcción de la Europa que queremos. Es necesario diseñar otro modelo para Europa; una Europa democrática, que permita hacer realidad todos aquellos valores y principios de la cultura grecocristiana; capaz de afrontar los restos sociales y políticos del mundo venidero. El NO, con reparos, no es el fin de Europa, es el principio de una gran obra, quizás la más grandiosa construcción política de los últimos siglos, que deberá asentarse sobre sólidos cimientos para que dentro de pocos años no tengamos que lamentar las prisas.