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De Nancy Reagan a Melania Trump: símbolos privados y actrices políticas; por Rafael Navarro-Valls, catedrático emérito de la Complutense y presidente de la Unión Internacional de Academias Jurídicas Iberoamericanas

11/09/2025
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El día 11 de septiembre de 2025, se ha publicado en el diario El Mundo, un artículo de Rafael Navarro-Valls en el cual el autor dice que la figura de la primera dama de Estados Unidos ha evolucionado del conservadurismo estilizado y protector de la imagen presidencial al protagonismo mediático y, en ocasiones, a una actitud de resistencia frente al escrutinio público.

La cumbre de Alaska entre Donald Trump y Vladimir Putin el 18 de agosto pasado tuvo un inicio sorprendente. El pelirrojo presidente entregó con cierta solemnidad a su homólogo ruso una carta personal de Melania Trump a Putin. Este se apresuró a abrirla, leyéndola detenidamente. De forma audaz, la ex modelo eslovena explicaba a Putin que los niños quieren “amor, posibilidades y seguridad ante el peligro”. Era una valiente llamada a detener la guerra de Ucrania, aplicando el derecho internacional humanitario.

Este episodio pone de relieve hasta qué punto la figura de la primera dama en Estados Unidos puede convertirse en símbolo, espejo o incluso canal paralelo de comunicación política. Puede ser punto de partida para detenernos en el análisis del papel de las primeras damas más recientes: desde Nancy Reagan intimista, pero influyente, hasta Melania Trump, mediáticamente enigmática.

Nancy Reagan surgió del mundo de Hollywood, y comprendió mejor que nadie la importancia de la escenificación, algo en lo que coincidía con Ronald Reagan. La unión de dos actores en la Casa Blanca produjo un especial glamur en los mandatos que acompañó a su esposo. Su actuación en el Ala Este ayudó decisivamente a fijar la imagen del presidente Reagan. Pero también tuvo su papel público cuando creó el movimiento Just Say No. El título surgió en Oakland. Durante una gira por escuelas de preescolar, una niña le preguntó qué podía hacer si alguien le ofrecía drogas. Nancy, ya primera dama, contestó rápidamente: “Solo di que no”. La lógica detrás de la frase era simple: si todos decían no a las drogas, no habría mercado para los narcotraficantes.

En el ámbito privado se la llamó “consejera invisible”, especialmente, tras el intento de asesinato del presidente en 1981. Desde entonces, Nancy tuvo la curiosa manía de consultar a una amiga astróloga de Los Ángeles, antes de que Ronald diera un paso importante en su agenda.

La primera dama sucesora de Nancy fue Barbara Bush, “la abuela de América”. Representó casi lo contrario de su antecesora: cálida, sentido común y perfil familiar. En su actividad pública se basó en la alfabetización y la educación. Daba la impresión externa de representar al establishment patricio, pero su estilo afable y directo potenciaba la cercanía. Era modesta, aunque fue una de las dos primeras damas que tuvieron un marido y un hijo presidentes. La otra fue Abigail Adams, esposa y madre de los dos presidentes Adams. Sin olvidar que durante y después de sus cuatro años en la Casa Blanca, los medios la proclamaron más popular que su predecesora y que su sucesora, Hillary Clinton. Esta última fue una de las primeras damas más ambiciosa que han habitado la Casa Blanca, y también la más vapuleada por los devaneos de su marido Bill. Sacrificó todo -incluso su dignidad como esposa afrentada- para alcanzar las metas políticas que se propuso. Fue senadora, secretaria de Estado y candidata a la Presidencia. En sus aventuras políticas, su marido Bill Clinton siempre estuvo en la sombra luchando denodadamente por ella, probablemente, por el sentido de culpabilidad que le produjeron sus continuas infidelidades.

Hizo más como copresidenta que como primera dama. Su adicción a la política le llevó primero a seguir muy de cerca -influyendo claramente- en los avatares presidenciales de su marido, y luego disparándose, todavía siendo primera dama, hacia un escaño senatorial en Nueva York, que ganó. Posteriormente, cuando George H. Bush jr cesó como presidente, acabó literalmente abalanzándose sobre la Presidencia, donde le paró los pies Barack Obama.

La sucesión del mandato de Bill Clinton fue complicada, con algunos episodios dramáticos. Casi finalizada la elección, esta se encalló en Florida. Tras días y días de polémica, se afirmó que Bush había ganado solo por 537 votos. Pero Gore acudió a los tribunales de Florida para aclarar lo ocurrido. Los jueces ordenaron un nuevo recuento, pero el equipo de campaña de Bush puso objeciones. Hubo un tira y afloja entre el equipo de Bush y las instancias judiciales. Al fin, una sentencia del Tribunal Supremo (12 diciembre 2000) estableció que el recuento ampliado ordenado por el Tribunal de Florida, y los criterios diferentes del conteo entre condados, impulsados por los demócratas y hechos manualmente, eran inconstitucionales. Ganó Bush, un mes después. Su esposa, Laura, era muy distinta de Hillary Clinton. Representó un retorno a la sobriedad tradicional. Bibliotecaria de profesión, centró su labor en la promoción de la lectura y de la educación. Su estilo fue elegante, pero discreto, sin grandes gestos mediáticos. En un contexto marcado por los atentados del 11-S y las guerras de Irak y Afganistán confirió humanidad a la imagen de George W. Bush. Encarnaba la serenidad frente a la turbulencia política.

Cuando tomó posesión Obama, los reflectores apuntaron a su esposa, Michelle. Como dije cuando pasó unas vacaciones en España, la nueva primera dama era “una anomalía estadística”. No sólo porque fue la primera mujer afroamericana que llegó a la Casa Blanca, sino también por su respetable altura (1,82)y su desinterés por la política. Esto explica que pusiera a su esposo como condición que establecieran fórmulas de convivencia que le permitieran compaginar la actividad electoral con su vida familiar, lo que no le impidió tener una activa vida de voluntariado. De este modo impulsó la campaña Let´s Move centrada en el deporte, la lucha contra la obesidad infantil y la nutrición saludable.

Por otra parte, su cercanía a las gentes -negros o blancos- poco a poco la convirtió en un icono de estilo y empoderamiento femenino, que inspiró a millones de mujeres. Para los demócratas fue una nueva Jackie Kennedy. Para los republicanos, sin embargo, fue la parte ácida de Obama, por su fuerte carácter.

Contra todo pronóstico, el sucesor de Obama fue Donald Trump. Cuenta dos mandatos, aunque no sucesivos. Esto hizo que su esposa, Melania, fuera la segunda mujer en ser elegida primera dama de EEUU en dos períodos no consecutivos, tras Frances Cleveland. Aparte de esta peculiaridad, concurren en su persona otras singularidades, ya que es la segunda primera dama estadounidense en haber nacido en el extranjero (Louisa Adams nació en Reino Unido) y la tercera en profesar la religión católica, después de Jacqueline Kennedy y Jill Biden.

EN CONTRASTE con su esposo, Melania cultivó distancia y cautela. Su proyecto Be Best se centró en la salud y en la lucha contra el acoso infantil en internet. Su perfil fue enigmático: muchas veces silenciosa, a menudo ha sido analizada más por su lenguaje corporal que por sus palabras. La mencionada carta a Putin simboliza esa paradoja: cuando no se pronuncia, se interpreta; cuando se mueve en lo ceremonial, se sospecha diplomacia. Melania transformó la discreción en un estilo de poder lateral, recordando que el silencio también comunica.

Entre los dos mandatos no consecutivos, la primera dama intermedia fue Jill Biden. Primero fue segunda dama, como esposa del vicepresidente Joe Biden, y luego primera dama durante el único mandato de su esposo. Su imagen pública fue la de una esposa trabajadora -siempre apoyando la carrera política de su marido-, madre y abuela de seis nietos (se casó dos veces). Si algo hay que reprocharle fue su continua presión sobre su marido para que, pese a su debilidad física y oscurecimientos cognitivos, perseverara en la carrera electoral. No lo consiguió. Biden debió echarse a un lado y su sustituta fue Kamala Harris.

El papel de la primera dama de EEUU ha sido, desde sus orígenes, una mezcla de influencia simbólica, poder discreto y exposición mediática. Aunque la Constitución no le asigna funciones, cada mujer que ha ocupado esa posición ha encarnado un modelo de feminidad, compromiso social y cercanía con el pueblo. Desde Nancy Reagan hasta Melania Trump se observa una clara evolución: del conservadurismo estilizado y protector de la imagen presidencial al protagonismo mediático y, en ocasiones, a una actitud de resistencia frente al escrutinio público.

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