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Crítica a la idea nacionalista de nación; por José María Ruiz Soroa, abogado

13/11/2023
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El día 13 de noviembre de 2023 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de José María Ruiz Soroa, en el cual el autor opina que es urgente e imprescindible una crítica a fondo de la idea de nación de los nacionalistas, pues mientras predomine no será posible una democracia liberal plurinacional estable y normativamente justificada.

CRÍTICA A LA IDEA NACIONALISTA DE NACIÓN

En 1973 Juan José Linz afirmó que durante el siglo XIX España se había construido como Estado, pero había fracasado en su intento de construir una nación. “España es hoy un Estado para todos los españoles, una nación-Estado para una gran parte de ellos y sólo un Estado -pero no una nación- para algunas minorías importantes”. Una descripción empírica de los sentimientos nacionales de los españoles que sigue siendo válida hoy, sin duda, y que no es discutible en su exactitud. Sin embargo, la interpretación del sociólogo del dato como fracaso es más matizable: sucede que España no formó una nación uninacional, como es sólito en los países que se suelen tomar como modelo, porque probablemente no estaba programada históricamente para ello; pero sí se construyó como nación, lo que pasa es que el constructo resultante fue una nación plurinacional, una nación de naciones, que es lo que más se adecuaba a su realidad histórica particular. Y así sigue hoy constituida desde 1978 por mucho que tales expresiones (¡vade retro! para algunos) no aparezcan en el texto constitucional.

Lo de la plurinacionalidad de una nación, la nación de naciones española, suena a trabalenguas u oxímoron, y así suele ser sumariamente despachado por muchos. Sería como un árbol de árboles, o una persona de personas. Improbable. Pero en realidad, si bien se piensa, esa imposibilidad existe sólo cuando se sostiene de entrada una concepción substancialista o esencial de la nación, que la toma como un objeto poco menos que físico. Y, en cambio, no hay dificultad en admitirla cuando se sostiene un concepto personalista de la nación, para el cual esta es una construcción social nacida en la interrelación subjetiva de los grupos humanos, que piensa o imagina a la comunidad como una gemeinschaft ampliada dotada de una historia conjunta y de una comunidad de destino, como decía Otto Bauer. Destino único no como futuro necesario o inexorable, sino como experiencia humana a vivir y cambiar en común. La nación así sentida y construida tiene su lugar ontológico en la subjetividad, íntima o banal, y allí son perfectamente compatibles varias naciones, cada una con la intensidad sentida que toque, la grande y la chica, la de nacimiento y la de descubrimiento, el almario es muy amplio.

Los substancialistas tuercen el gesto al escuchar esa exposición de un pluralismo nacional. Todos. Los esencialistas españolistas niegan a todas, salvo a su madre patria, la condición de nación. Esas son regiones, países, terruños, algo de categoría devaluada, dicen. Los substancialistas periféricos, vascos y catalanes sobre todo (y la izquierda que entre nosotros les imita servilmente), monopolizan para la suya la condición de nación y niegan que España sea tal: es un Estado, pero no una nación. O como mucho lo será lo que queda después de restarle las naciones propias. ¡España es poco más que Madrid, seamos serios!

Resulta así que la concepción política de la nación más generalizada es precisamente la idea de nación que sostienen los nacionalistas; además, es intuitivamente seductora para todos, pues presenta a la humanidad dividida en entidades discretas y características que parecen coincidir con nuestra visión banal del mundo. Es por ello poderosa en política, y de ahí las dificultades de gestionar con resultados eficientes y equitativos una nación compleja como la nuestra. En parte porque la gestionan quienes no creen en su virtualidad y menos en su futuro, unas élites que nunca han sabido qué diablos hacer con el sentimiento nacional español, salvo esconderlo azorados. Pero esa es una concepción que no resiste un análisis serio desde las Ciencias Sociales, que saben hoy que las naciones son constructos sociales variables y mutables. Tan artificiales como los Estados, por mucho que nos lleguen más al alma.

Conclusión provisional: es urgente e imprescindible una crítica a fondo de la idea de nación de los nacionalistas, pues mientras predomine no será posible una democracia liberal plurinacional estable y normativamente justificada. Y vamos a ello, recordando antecesores como Antonio Capmany y Pi i Margall en el XIX y el exilio republicano de Bosch Gimpera y Anselmo Carretero en el XX.

Junto con el concepto substancialista, hay que arrojar al cubo de las farfollas y falacias las notas consecuentes de exclusividad y territorialidad de la nación. Los nacionalistas creen firmemente que para cada persona y para cada país hay una nación y sólo una. La nacionalidad para Sabino Arana es un juego de suma cero entre dos alternativas opuestas e irreconciliables. Pero, la sociología lo demuestra, existen muchos, la mayoría, de vascos y catalanes que hacen compatibles en su almario sentimientos de copertenencia española, en uno u otro grado. Esto lo constató y estudió a fondo el citado Linz en 1978, y los números de hoy muestran el crecimiento de los compartidos sobre los excluyentes. Precisamente esta existencia de amplios grupos de personas con sentimiento español en Cataluña y Euskadi es lo que hace a España nación plural, y no una mera reunión de naciones totalmente cerradas y aisladas en sí mismas (la Galeuzka soñada). Joseba Arregui solía decir que en toda Murcia o Andalucía el observador no encuentra sino un sentimiento nacional, pero que en cualquier kilómetro cuadrado del Goierri -la Euskalherria profunda- encontrará indefectiblemente dos.

Lo cual conecta con la territorialidad presentada como requerimiento esencial de la nación. Reza así: a cada una su territorio exclusivo y en cada territorio una nación. Karl Renner mostró hace ya un siglo lo improcedente de esta adscripción, la existencia de tantos nacionales checos como alemanes en Bohemia y, en definitiva, que las naciones son comunidades de personas, no de paisajes. Y que elevar el dato territorial a definitorio no hacía sino imposibilitar el adecuado tratamiento de los problemas de convivencia. Pero en ello seguimos.

Seguimos porque las naciones de los nacionalistas, y singularmente las periféricas, practican políticas de asimilación cultural sobre y contra su parte de población carente de rasgos nacionales primordiales, políticas de construcción nacional que no pasarían el fielato de los derechos de la persona al desarrollo libre de su personalidad salvo por la presión de unos y la indiferencia de otros. En realidad, como ha observado el atento historiador de constituciones que es Txema Portillo, “lo que realmente es plurinacional en España son Cataluña y Euskadi. Sin embargo, sus ordenamientos propios y, sobre todo, sus políticas públicas recogen en muy escasa medidas dicha diversidad de identidades”. Vamos, que el problema de adecuación a la plurinacionalidad y de dar justa respuesta a los sentimientos “diferentes” no habita tanto en Sevilla o Madrid como en Barcelona y Vitoria-Gasteiz. Por mucho que la cháchara pública lo esconda, la crítica de la nación nacionalista lo descubre.

Y llegamos con ello a la nota irrenunciable que posee la nación para un nacionalista: su vocación de estatalidad. Pues sólo un poder político sustentado en una nacionalidad es legítimo de verdad. Es lo que los nacionalistas camuflan como derecho de autodeterminación o, más para andar por casa, como derecho a decidir. Como tal derecho moral, dice Luigi Ferrajoli, es totalmente inconsistente desde el punto de vista democrático, por su recursividad inagotable (siempre habrá otra minoría dispuesta a enarbolarlo) y es, además, autodestructivo para la comunidad internacional. Por eso, desde una concepción normativa de la democracia liberal, la secesión no es un expediente admisible como legítimo siempre que los derechos de ciudadanía estén garantizados por igual a todas las personas sea cual fuera su nacionalidad.

Hoy parece que en la subasta socialista en curso se van a repartir a voleo títulos de nación para esta o aquella comunidad autónoma. En lugar de oponernos cerrilmente a ello, deberíamos precisar con cuidado que nación sí, pero idea nacionalista de ella, con todas sus estrafalarias consecuencias que nos retrotraen a la España de los Austrias, eso no. ¿O es demasiado pedir?

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