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Mercadotecnia y crisis política; por Francisco Pérez de los Cobos, catedrático de la Universidad Complutense

17/05/2022
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El día 17 de mayo de 2022 se ha publicado, en el diario ABC, un artículo de Francisco Pérez de los Cobos en el cual el autor opina que la degradación de la vida política española y la crisis institucional en la que desde hace algún tiempo estamos instalados obedece, como no podía ser menos, a causas múltiples y de muy diverso calado, que confluyen alimentándose unas a otras.

MERCADOTECNIA Y CRISIS POLÍTICA

La degradación de la vida política española y la crisis institucional en la que desde hace algún tiempo estamos instalados obedece, como no podía ser menos, a causas múltiples y de muy diverso calado, que confluyen alimentándose unas a otras. No pretendo, por tanto, llevar a cabo una explicación simplista y reductiva de las mismas imputándolas a una sola causa. Pero estoy persuadido de que una responsabilidad no menor en la situación que padecemos y, muy específicamente, en la banalización del debate político y de la actividad política en general ha sido consecuencia de la traslación a la política de la mercadotecnia, de sus métodos de análisis y procedimientos de actuación. Lo que era y debiera seguir siendo un instrumento precioso para mejorar la comunicación política y el contacto con la ciudadanía, con sus inquietudes e intereses, para estrechar vínculos entre los gobiernos y la sociedad, se ha convertido en un elemento rector de la actuación de los partidos y hasta de los mismos gobiernos. Los ‘spin doctors’ y gurúes de todo pelaje han pasado a desempeñar un papel tan decisivo en la definición de la estrategia política, que han transformado los modos de actuar de unos y otros El problema tiene mayor alcance del que a primera vista pudiera parecer, pues no debiera olvidarse que el debate racional de ideas y proyectos, que estos nuevos modos y maneras comprometen, ha sido el fundamento del sistema democrático.

Me temo que el mal aqueja a todas las democracias, viejas y nuevas, pero en nuestro país ha adquirido dimensiones particularmente preocupantes, por su afectación general -ha aquejado a todos los partidos- y por la gravedad de sus consecuencias. Pondré algunos ejemplos.

El primer ámbito en el que el peso de la mercadotecnia ha sido ostensible y pernicioso ha sido el de la elección de los nuevos liderazgos. De la mano de encuestas y gurúes, los partidos se convencieron de que era imprescindible la renovación de sus liderazgos y emprendieron una carrera competitiva que hoy, vista con distancia, ha resultado bastante patética. Duele recordarlo, pero ¿alguien duda del peso que en la renuncia de Alfredo Pérez Rubalcaba -en cuya cabeza cabía el Estado- al liderazgo del PSOE tuvo la idea hábilmente inoculada en su partido de que con su imagen física no podría ganar las elecciones? La formación, la experiencia política, la capacidad de gestión pública y el acreditado sentido del Estado se pretirieron en favor del desparpajo, la buena planta y la fotogenia que era -nos decían- lo que ‘vendía’. El resultado es conocido: del cuarteto de estrellas rutilantes llamado a renovar nuestra escena política, nos queda una en horas bajas y veremos si, pese a su acreditada capacidad de resistencia, es capaz de sobrevivir políticamente al trauma de la pérdida del poder. Los ‘hiperliderazgos’ se han manifestado de barro y uno tras otro los flamantes nuevos líderes han hecho ‘mutis por el foro’ como el valentón del más famoso soneto de Cervantes, del que se nos dice que “fuese y no hubo nada”.

Un segundo ámbito en el que la mercadotecnia ha hecho estragos es el del debate político, que está bajo mínimos. Como, al parecer, el poder ya no se conquista articulando una alternativa para los ciudadanos, ofreciendo un proyecto elaborado de país, sino ofertando un candidato atractivo y sirviéndose de efectismos y pirotecnias varias, ¿para qué elaborar extensos programas electorales y sesudos programas de gobierno que nadie lee?, ¿para qué confrontar en el seno del partido ideas y soluciones, planteamientos y prioridades? Como de lo que se trata es de seducir en el mercado electoral y no, desde luego, de identificar, priorizar, analizar y dar respuesta a los problemas sociales, ¿para qué llevar a cabo profundos y complejos debates sobre los mismos?, y, sobre todo, ¿para qué comprometerse de antemano sobre las recetas y medidas que se van a implementar para abordarlos? Las campañas electorales y las ofertas que publicitan son la manifestación más expresiva de esta pauperización.

Personalmente, me parece sorprendente la mansedumbre con que los partidos vienen aceptando esta situación porque pone en entredicho la que ha venido siendo su función principal, a saber: la de constituir instancias llamadas a atender, sistematizar y representar los intereses y valores sociales. Si los partidos abandonan esta función, ¿podrán seguir siendo considerados el instrumento fundamental para la participación política del que habla el artículo 6 de la Constitución?

Pero esta banalización se ha trasladado, asimismo, a la acción del gobierno y a la de la oposición. Sorprende constatar cómo los partidos acceden al Gobierno, después de varios años esperando el momento -a menudo, alguno seguros de alcanzarlo- sin tener definidas y formuladas las reformas estructurales que el país necesita. Ocupan el poder y se ponen luego a determinar y elaborar las reformas, que como pronto se adoptan mediada la legislatura y empiezan a aplicarse, llegado el caso, cuando ésta está finalizando. Obviamente, esto supone, amén de una irresponsabilidad, una pérdida de tiempo precioso para el desarrollo de su acción de gobierno. Si tuvieran hecho un análisis riguroso de los problemas del país y hubieran definido las terapias necesarias, estas podrían aplicarse de inmediato y ofrecer resultados antes de tener que rendir cuenta a los ciudadanos.

L a oposición, por su parte, que parece compartir el mismo planteamiento, ha abandonado la sensata costumbre de tener un gabinete en la sombra desde el que marcar al Gobierno y ha sustituido esta acción de marcaje riguroso y formulación de propuestas alternativas, por el debate bronco y el trabajo parlamentario de aliño. Es verdad que el menoscabo que la institución parlamentaria viene padeciendo no le es fundamentalmente imputable, ahí están el cierre inconstitucional del Parlamento durante la pandemia y el insoportable abuso de la utilización de los reales decretos leyes para acreditarlo, pero basta seguir la tramitación parlamentaria de los proyectos de ley para constatar la pobreza de las enmiendas que presenta, enmiendas que en buena lógica debieran constituir la formulación de una alternativa política y representar la base de su futura acción de gobierno.

Son solo algunos ejemplos de una influencia perniciosa que se extiende a otros ámbitos y que merecería un análisis detenido.

Contrariamente a lo que pudiera parecer, la burda traslación de la mercadotecnia al ámbito político, encierra una actitud de desprecio hacia el ciudadano, al que se considera ajeno a los debates complejos, pueril y fácilmente manipulable. No se trata con ella de conocer mejor sus necesidades e intereses, sino de venderle mercancía averiada. Por ello, resituar estas técnicas en sus justos límites e impedir que, como viene ocurriendo, distorsionen el funcionamiento del sistema, constituye, creo, una exigencia de salud democrática.

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