EL ABUSO DE LAS MINORÍAS
Ala vuelta del verano nada ha variado en cuanto a la incertidumbre sobre el nuevo gobierno; incertidumbre que abruma a unos más que a otros, y en este último grupo da la sensación que el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, tiene el propósito de militar todo el tiempo que pueda.
Estamos en presencia de un síndrome postelectoral de características muy similares al síndrome postvacacional al que, en el momento menos pensado, las televisiones le dedicarán, como de costumbre, el honor de primera noticia en los telediarios. A la izquierda, la incertidumbre le produce desazón; alegan que la afinidad ideológica les hace acreedores de una atención preferente que el presidente no les presta con la intensidad debida. Pero Sánchez tiene claro que una cosa son los militantes y otra los votantes del PSOE. En la derecha sienten gran inquietud, aunque no lo digan, los que saben que, por pasión momentánea, tienen hoy un número de escaños que difícilmente conservarían en unas nuevas elecciones.
A todos los que viven así, agobiados, les recomendaría que afronten la situación con estoicismo. Como ayuda me atrevo a sugerirles la lectura del poema en octavas reales, “Bias contra Fortuna”, que el marqués de Santillana dedicó a su primo el conde (entonces) de Alba, para que le sirviera de ayuda y consuelo en la prisión a la que le había llevado la perfidia de don Álvaro de Luna y del marqués de Villena. O, quizás, el “De profundis”, de Oscar Wilde, traicionado y encarcelado. En los casos más extremos, siempre tendrán sus señorías la posibilidad de acudir al servicio de los psicólogos que las comunidades autónomas más progresistas ofrecen a los trabajadores que sufren el temible síndrome postvacacional.
La legitimidad democrática es una cuestión abstrusa, que a veces plantea problemas confusos difíciles de resolver. La mayoría es el eje diamantino en torno al que gira la democracia. Legítima para todo salvo para contravenir los principios en los que se asienta el orden democrático. La moción de censura que llevó a Sánchez al poder, hizo bueno el principio que el sabio Bias formuló para que fuera grabado en Delfos: “Los muchos son malos”. La mayoría que endosó la moción, por mucho que respetara la letra de la Constitución, vulneraba su espíritu, porque la mezcla tan extravagante de apoyos arbitrada por Sánchez para conseguirla no se correspondía con el sentir mayoritario de los ciudadanos. Supuso una distorsión de los principios democráticos. Ahora nos encontramos ante el mismo riesgo: la formación de una mayoría a base de la suma de minorías radicales que, en su conjunto, se opone de nuevo a ese sentir mayoritario.
La convivencia entre el principio mayoritario y el respeto a las minorías es la esencia del buen funcionamiento de la democracia. En lo que atañe a los derechos de los ciudadanos las reglas que regulan esa convivencia están hoy totalmente distorsionadas; el respeto a las minorías se interpreta como equiparación e incluso prevalencia sobre la mayoría. La discriminación positiva ha dejado de ser la excepción para convertirse en la regla general. Estos excesos han irritado a muchos; algunos han reaccionado con otro exceso de consecuencias mucho más graves que las que se trata de remediar: la creación de un nuevo partido político que divide aun más al centroderecha.
En lo referente a los aspectos orgánicos de la democracia, nuestro sistema electoral nos aboca con frecuencia a un conflicto similar entre mayoría y minorías. Fue un error que debería ser urgentemente modificado. Los constituyentes adoptaron un sistema proporcional del que con razón desconfiaban. Por ello lo corrigieron de inmediato, pero de forma vergonzante e insuficiente. Se requiere un porcentaje mínimo de votos en cada circunscripción provincial, pero no un mínimo nacional que sería lo lógico tratándose de un órgano estatal como el Congreso. Con el sistema actual se otorga, vez tras vez, a los partidos nacionalistas de Cataluña y del País Vasco una ventaja que no tienen otras opciones minoritarias en el resto de las circunscripciones provinciales, y les convierte, habitualmente, en partidos bisagra necesarios para gobernar. El sistema proporcional hace también que reacciones de los electores que responden a razones coyunturales, refuercen o creen posiciones minoritarias a izquierda y derecha, que son claramente sobre-representadas y complican la formación de gobierno.
La gran mayoría de los españoles se mueve, alternativamente, entre un centro izquierda representado por el PSOE o un centro derecha cuyo liderazgo se disputan hoy -esa es otra cuestión- PP y Ciudadanos. Las formaciones minoritarias a izquierda y derecha no solo no complementan sino que se separan por su radicalismo -notoriamente más en la izquierda que en la derecha- de la vocación centrista de esa gran mayoría de españoles. Parece probable que, enfriada la pasión momentánea, unas nuevas elecciones disminuirían el peso de los partidos minoritarios, en cuyo caso bienvenidas serán. Pero a medio plazo no se revertirá la situación y no es esperable una mayoría absoluta de ninguno de los tres grandes partidos. La obligación de sus líderes es ajustarse al espíritu de la legitimidad democrática y no amparar con su letra pactos contrarios al sentir centrista mayoritario entre los ciudadanos españoles.
No estuve nunca próximo al PSOE, ni me gusta la actitud desdeñosa de Sánchez, ni me creo con autoridad para dar consejos. Pero en la actual situación creo que es legítimo recordar que a Ciudadanos muchos le votaron como bisagra alternativa de los partidos nacionalistas y no para competir con el PP; y que el poco sentido que tuvo el “no es no” no lo hace ahora justificado, sobre todo porque la investidura de Rajoy, en circunstancias análogas, contó finalmente con la abstención del PSOE.
Facilitar la investidura de Sánchez no garantiza la ausencia de cesiones posteriores de su Gobierno a nacionalistas y extremistas. Ciertamente. Pero si no está amparado, coaligado o endeudado con ellos, más fácil será reclamarle sensatez desde Europa y desde la oposición en el Congreso, que la investidura no excluye.
O puede ser que yo sufra síndrome de ingenuidad postvacacional.