AObama le van muy bien las cosas para ser un pato cojo: el país crece a buen ritmo, apoyado en las nuevas reservas energéticas, y el desempleo se ha reducido a un envidiable seis por ciento. La recuperación económica no se atribuye solo a la política de la Casa Blanca, pero el clima de optimismo levanta los índices de popularidad del Presidente.
Ayer en una visita a la republicana Kansas, Obama disfrutaba una vez más haciendo campaña, quitándose la chaqueta y arremangado. Volvió sobre el motivo central de su discurso anual del Estado de la Unión, el impulso político a las clases medias, con medidas en pro de la igualdad de oportunidades y la movilidad social. Está claro que con un poder legislativo en manos de la oposición no conseguirá las reformas fiscales que promete, pero es consciente de que así marca el camino a su partido en las elecciones de 2016. Su estrategia no renuncia, además, a tratar de inspirar a las legislaturas estatales para que adopten reformas con una visión social.
Su relato doméstico se sustenta ya en cuatro vectores: haber sorteado la mayor recesión desde Roosevelt, protegido la igualdad, el seguro sanitario y el reconocimiento a la inmigración asentada y con trabajo. En política exterior, la insospechada apertura a Cuba y un calculado realismo en todo lo demás, para alejar dos guerras muy impopulares en el electorado. Se trata de una diplomacia paciente, que bebe en la tradición del pragmatismo norteamericano y ahora tiene la oportunidad de cerrar los dos pactos pendientes de libre comercio con los socios de la UE y Asia.
En su etapa final, Obama vuelve a vender un país y un cierto sueño de redención. Hillary Clinton, la candidata preferida de los mandarines demócratas, no ha tenido más remedio que apuntarse con un tweet y sin mucho entusiasmo a este giro pro Estado de un pr es i dente e n buena forma, pero que él ya no tendrá que negociar y pagar.