EN EL PAÍS DE LAS PRIMARIAS
Esta semana Hillary Clinton ha presentado las memorias sobre su etapa al frente de la diplomacia norteamericana, cuidadosamente editadas para reforzar su candidatura a la Casa Blanca en 2017. En el libro, titulado Decisiones difíciles, rechaza el aislacionismo en boga y propone seguir proyectando sobre el mundo smart power o el poder inteligente de su país. Ha tenido la fortuna de lanzarlo casi al tiempo que en el Partido Republicano volvía a sacar la cabeza el Tea Party. En la entrevista de presentación de su obra, Hillary se equivocó al explicar cómo su marido y ella salieron de la Casa Blanca con muchas deudas, cuando rehicieron rápidamente su fortuna con conferencias y publicaciones.
Por suerte para ella, en la somnolienta ciudad de Richmond, Virginia, ha saltado la sorpresa y un desconocido profesor, David Brat, ha vencido en las primarias, con el respaldo de los del té, nada menos que a Eric Cantor, líder republicano de la mayoría en la cámara baja. Cada vez en más distritos electorales no hay verdadera competencia entre republicanos y demócratas, sino entre miembros del mismo partido, por la manera interesada de delimitar estas circunscripciones desde Washington. Así, los legisladores republicanos temen sobre todo ataques desde su derecha. Eric Cantor ha hecho todo lo posible para boicotear la agenda del presidente Obama, pero David Brat, lo ha acusado durante la campaña de colaboracionista, porque pactó sobre el techo de deuda y evitó la bancarrota del gobierno federal. Para este tipo de republicanos, los demócratas no son rivales sino enemigos y la política consiste en bloquear y hacer imposible el funcionamiento normal del legislativo, aunque esta actitud los aleje de poder recuperar la Casa Blanca. Incluso ante la reforma de la inmigración, en la que los republicanos tienen razones morales, económicas y electorales para apoyar el proyecto, no son capaces de tomar esta decisión difícil. Los grandes presidentes republicanos recientes (Ronald Reagan, George Bush padre) no reconocerían a su partido y, sobre todo, no serían admitidos en sus filas.