EL FUTURO DE LA COMISIÓN
Mientras Mariano Rajoy y sus ministros mantenían un encuentro con la Comisión Europea, se escuchaban voces desde Alemania en contra de dar más poder a esta institución. Desde el comienzo de su andadura comunitaria, España siempre ha trabajado por una Comisión fuerte, por buenas razones. La más importante sigue siendo conseguir que el nivel europeo de gobierno funcione, alcance resultados y que estos sean aplicados, algo que no está garantizado sin una Comisión con poderes suficientes. La Comisión, además, es el mejor árbitro de las tensiones entre los Estados miembros y es la única institución con capacidad de explicar la política europea, una pedagogía que se echa de menos en la crisis del euro: con frecuencia, los partidarios de las medidas que se adoptan para rediseñar la moneda tienen la fe del carbonero y las consideran tan buenas como incomprensibles.
En contra del buen criterio español de apoyar a la Comisión (y de paso trabajar con Van Rompuy, eficaz en su trabajo sobre la moneda), el Gobierno de Berlín titubea y se resiste a aceptar la idea de un gobierno europeo responsable ante el Parlamento de Estrasburgo. La alternativa que estudian los asesores de Angela Merkel es más cooperación inter-gubernamental y una cámara europea fortalecida, es decir, un refuerzo del control nacional sobre las decisiones europeas y de la representación democrática ciudadana a nivel europeo.
Este diseño puede resultar tan ineficaz como peligroso. El llamado método de Unión que la canciller ha defendido consiste en decidir fuera de los tratados comunitarios mediante pactos internacionales en los que el peso de los países acreedores es desproporcionado y el acuerdo alcanzado es difícil de aplicar.
Por otra parte, las elecciones europeas de 2014 pueden dar como resultado una cámara fragmentada, en la que los euroescépticos lleven la batuta y utilicen los amplios poderes de esta institución para bloquear la transformación de la UE en una federación económica en torno al euro.