EUROACTIVISMO Y EUROPESIMISMO
Por primera vez desde el ingreso en las Comunidades Europeas, el pesimismo es la lente a través de la cual la mayor parte de los españoles miran a Europa. La adhesión de 1985 despertó un altísimo consenso, como parte de un impulso modernizador en lo económico y también un remedio a recaídas autoritarias. El europeísmo de entonces tenía raíz orteguiana: España era el problema y Europa la solución, una visión compartida por varias generaciones.
Bajo los gobiernos de Felipe González y José María Aznar España no sólo se benefició de la integración europea sino que contribuyó a su desarrollo político y se convirtió en uno de los Estados miembros de referencia. Hoy por primera vez el remedio a los fracasos españoles no llega de Europa. El punto crucial es la montaña de parados españoles por una ortodoxia que no representa el consenso, sino la potencia de una mitad de la Unión que impone sus preferencias sobre la otra. El grupo de países acreedores apuesta por la austeridad y las reformas y entiende las alternativas como una manera muy costosa de hacerle pagar la mala gestión pública y los excesos de nuevos ricos en las sociedades del sur.
Por eso son muy reticentes a ensayar la transferencia de soberanía y nuevos recursos al nivel europeo y un Banco central con otras prioridades. Europa, mientras tanto, corre el riesgo de convertirse para muchos en un conjunto de reglas estrictas que generan desconfianza y populisimo. Una rápida salida a la crisis no la hay, pero sí unas pocas décimas de crecimiento que frenen el desempleo y la mortandad de empresas, gracias a una acción diplomática del país que, paradoja, menos preocupa de los tres grandes, el nuestro, si lo comparamos con Italia y Francia. Una iniciativa que no puede ser polémica, frentista o antigermánica, porque los gestos para la galería electoral terminarían por romper el espejo europeo en el que nos mirábamos.