UN TRIUNFO CON SENTIDO
El presidente Obama ha sido muy consciente al celebrar su sensacional triunfo de que Estados Unidos es hoy un país muy dividido, en el que cada mitad culpa a la otra de todos los males del universo. Los partidarios de Mitt Romney, muchos de ellos habitantes de la América profunda, están muy disgustados con la nueva conquista del poder lograda por un candidato al que consideran la encarnación de lo peor de la izquierda demócrata (altos impuestos, gasto descontrolado, intervencionismo y una agenda social extremista).
Por su parte, los votantes de Obama, más urbanitas, sienten un profundo rechazo por la idea de un estado mínimo, menos impuestos para los ricos y aumento del gasto en defensa que proponía Romney, influido por el movimiento del Tea Party. Barack Obama pasará a la historia por ser el primer presidente afroamericano que además obtuvo un segundo mandato.
Pero si quiere ocupar un lugar preeminente en el imaginario americano ha de desarrollar la suficiente fortaleza de carácter que le permita negociar con flexibilidad todos los acuerdos posibles con el otro bando, desconcertado tras la derrota pero con mayoría en la Cámara de Representantes.
La crisis fiscal que se avecina a principios de enero y las semanas de transición anteriores serán decisivas para saber si algo cambia en el guión de culpabilización mutua que han hecho tan estériles las relaciones entre el ejecutivo y el legislativo durante los últimos cuatro años. Con un primer acuerdo, por ejemplo para simplificar impuestos, se generaría una dinámica nueva que daría confianza a muchos inversores y empresarios, hoy en act i tud ex pectantey conganas de lanzarse a la acción. Obama se ha revelado una vez más como un formidable candidato y estratega electoral.
Su segundo mandato debe estar presidido por el objetivo de lograr pactos entre republicanos y demócratas, para así transformar su victoria en la de todos.