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Europa, fin de trayecto; por Antonio Estella, profesor de Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid

09/12/2009
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El día 7 de diciembre de 2009 se publicó, en el diario El País un artículo de Antonio Estella, en el cual el autor opina que si conseguimos una Europa más sostenible en el ámbito social, económico y medioambiental; si conseguimos introducir algo de control en los mercados financieros europeos y, a través de Europa, en los del mundo; si eliminamos algunas de las desigualdades más sangrantes que la crisis económica ha destapado, y si mostramos al mundo fórmulas inclusivas de gestión de la diversidad, entonces los españoles habrán ganado con esta presidencia, y Europa, también. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

EUROPA, FIN DE TRAYECTO

La imagen es bien conocida: el ciudadano Kessler viaja en un tren que no llega a ningún destino. En medio de este viaje hacia ningún lado, una voz en off y la imagen de un reloj nos recuerdan el constante paso del tiempo. Fuera del tren el espectáculo es dantesco: tan sólo hay destrucción, es la Europa de después de la guerra, una Europa desesperanzada. Solamente dentro del tren parece haber algo de claridad, algo de seguridad, algo de estabilidad. Europa, la película de Lars von Trier, nos habla de Europa como la tierra prometida, de esa Europa que está al alcance de la mano pero que nunca llega.

Alguien estaría tentado de decir que la Europa que Trier nos describe de manera tan pesimista es la Europa de ayer y también la de hoy: sigue siendo la tierra prometida, esa tierra que está al alcance de nuestra mano pero que nunca llega. Un ejercicio de este tipo sólo sería, sin embargo, puro cinismo. Y no lo olvidemos, el cinismo es el verdadero cáncer de Europa. Los progresos que ha realizado la Unión, sobre todo en los últimos 20 años, son simplemente espectaculares. Para Europa, hay un final de trayecto. La estación termini está a la vista.

El recuento de esos progresos tiene que partir de su origen. Los textos fundacionales de la Unión incorporaban un programa económico de tipo liberal, pero al menos tenían alma. Con el tiempo, dicho programa se fue abriendo, al incorporar, reforma tras reforma, elementos más propios de la socialdemocracia. En cualquier caso, el alma fundacional de la Unión permaneció intacta: me refiero a esa excepcional frase, incrustada en pleno preámbulo de los Tratados, en virtud de la cual el objetivo primordial de esta empresa era conseguir una unión cada vez más estrecha de los pueblos de Europa. Cualquier acción que la Unión Europea emprenda pasará a la historia si consigue dar un paso más en esa dirección. Quedará en saco roto si no acorta distancias entre los pueblos de Europa. Y caerá en el lado equivocado de la historia si amplía dichas distancias.

Tenemos pues un estándar a través del cual poder juzgar, también, la presidencia española de la Unión Europea en el primer semestre de 2010. Será una presidencia exitosa si es capaz de estrechar aún más los lazos que unen a la Unión. Y pasará desapercibida si los afloja. Lo importante será que al final de la presidencia se pueda atisbar, aunque sea en la lejanía, esa estación de destino a la que quiere llegar Europa.

El contexto general de crisis económica en el que se desarrollará, el contexto particular español de crisis económica agravada por altas tasas de desempleo, marcan el entorno en el que tendrá lugar nuestra presidencia. Nadie entendería, en estas circunstancias de crisis económica, que lo que España pusiera por delante fueran cuestiones que no interesaran a los ciudadanos. La salida de la crisis, y la lucha contra el desempleo, serán por tanto cuestiones primordiales en nuestra presidencia. España tiene que mirarse a sí misma para hacer una auténtica contribución europeísta. Porque, por fortuna o por desgracia, muchos de los problemas que tenemos en España son comunes a los que tienen otros socios comunitarios, a los que tienen otros países del mundo. Y la cuestión del desempleo es solamente una cuestión de porcentaje: afecta más aquí que en otras partes de Europa, pero nadie ha quedado exento del gravísimo impacto que la crisis ha tenido en el mercado laboral. Al intentar solucionar sus problemas, España estará haciendo un servicio de incalculable valor a la causa europeísta.

Desde esta perspectiva, los dos grandes ejes sobre los que se desarrollará la presidencia, la innovación y la igualdad, apuntan en la dirección correcta, siempre y cuando sepamos crear un relato ganador que conecte ambas cuestiones con las preocupaciones fundamentales de los ciudadanos. La presidencia española tiene que ser un elemento más a la hora de proporcionar certidumbre, seguridad y protección a los ciudadanos españoles, sobre todo en los terrenos económico y social.

Porque no nos engañemos: en medio de esta tormenta perfecta en la que estamos inmersos, la gente lo que busca es un puerto que esté firmemente asentado en la tierra. La presidencia española no puede servir para dar un empleo a todos y cada uno de los más de cuatro millones de parados que tiene nuestro país y a los más de 21 millones que tiene la Unión; pero sí puede empezar a establecer las condiciones propicias para que en España, en Europa, sea cada vez más fácil encontrar empleos, y para que posteriormente, en la siguiente crisis, sea más difícil destruirlos.

Tenemos mucho que ofrecer en este terreno, hay muchas reformas que se pueden emprender desde el liderazgo español. Por ejemplo, apostar de forma más clara por las energías renovables. Con esta apuesta ganamos todos. Gana para empezar el medio ambiente. Ganan nuestras empresas, y algunas de las de nuestros socios más importantes. Ganan además los ciudadanos, porque la expansión global de las energías renovables podrían crear como mínimo unos 300.000 puestos de trabajo y como máximo un millón de aquí al 2050 en países como España. Dicho de otra manera, con proyectos de este tipo se genera sostenibilidad medioambiental y económica, pero también social.

Una segunda medida es la diseminación por Europa, y por el mundo a través de la acción exterior de nuestra presidencia, de las reglas que en España han gobernado los mercados financieros. Nadie duda en señalar el éxito que la regulación prudencial, pilotada por el Banco de España, ha tenido a la hora de amortiguar, cuando no de encapsular, nuestro mercado financiero de la crisis. Ello es especialmente meritorio teniendo en cuenta que si hay algún mercado que no se resista de verdad a la metáfora de la globalización y de la interdependencia, ése es el mercado de capitales. España tiene una historia de éxito que contar a Europa en este terreno. Y el mundo estaría mejor si marcos regulatorios de este tipo se asumieran de manera colectiva.

Ganamos todos, en tercer lugar, si apostamos por medidas tendentes a la igualdad en el terreno socioeconómico. Como señalan Carlos Mulas y Gustavo Nombela en su excepcional trabajo sobre la remuneración de los altos ejecutivos publicado por la Fundación IDEAS, no es justo que los ejecutivos de grandes compañías internacionales ganen, en algunos países, hasta ¡240 veces más! de lo que gana cualquier ciudadano normal. Pero además de subrayar la importancia de la igualdad en el terreno socioeconómico, también es importante que una presidencia socialdemócrata subraye el valor de la igualdad frente a los vientos revisionistas que están soplando en algunas partes. En efecto, en ciertos países europeos se está abogando a favor de que la socialdemocracia asuma parte del legado del populismo más rancio entre sus apuestas fundamentales para gestionar la diversidad de nuestras sociedades, en particular el fenómeno de la inmigración. La presidencia española de la UE puede ser el momento adecuado para mostrarles a nuestros socios comunitarios que hay otras maneras más exitosas de gestionar la diversidad que no traicionen la esencia del proyecto socialdemócrata.

Si conseguimos una Europa más sostenible en el ámbito social, económico y medioambiental; si conseguimos introducir algo de control en los mercados financieros europeos y, a través de Europa, en los del mundo; si eliminamos algunas de las desigualdades más sangrantes que la crisis económica ha destapado, y si mostramos al mundo fórmulas inclusivas de gestión de la diversidad, entonces los españoles habrán ganado con esta presidencia, y Europa, también. Habremos dado un paso más hacia el fin del trayecto, hacia esa Unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa.

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